miércoles. 24.04.2024

Decía Manuel Azaña del cordobés de Priego, Niceto Alcalá Zamora, que el sentido católico lleno de dramatismo del primer presidente de la República estaba motivado por ser su origen una tierra de buen aceite donde, por tal motivo, se tenía una idea plástica del infierno. Existen representaciones psicológicas que se convierten en doctrinarias por esas analogías que nos acercan a una presunta verdad, aunque esa verdad en realidad no exista. 

Jorge Luis Borges llegó a comparar el color de un atardecer con el de la encía de un leopardo, García Lorca llegó a describir el vientre femenino como un nudo de raíces, Aleixandre llegó a ver espadas donde sólo reposaban labios. Estamos en el terreno de la analogía. La lógica deja de tener sentido. El conservadurismo español es el resultado de unas cuantas analogías. 

Entramos en el caliginoso mundo del lenguaje orwelliano, donde el escritor británico George Orwell en su novela “1984” recrea la manipulación del lenguaje como forma de dominación en virtud de lo cual cambiando el nombre de las cosas se cambian las ideas que se tienen de ellas. De este modo, en ese mundo orwelliano el Ministerio de la Verdad se encargará de falsificar datos y estadísticas, el de la Paz se encargará de dirigir la guerra y el del Amor a torturar a presos y disidentes. Las palabras no se utilizan para transmitir significado sino para ocultarlo. Son las peripecias mentales sobre la singularidad morbosa no verbalizable del origen de una derecha a contracorriente sumamente antitética de las europeas de nuestro entorno ya que el conservadurismo continental luchó por la democracia en contra de los totalitarismos que azotaron el siglo XX y la derecha española combatió por los totalitarismos en contra de la democracia.

El conservadurismo continental luchó por la democracia en contra de los totalitarismos que azotaron el siglo XX y la derecha española combatió por los totalitarismos en contra de la democracia

Esto no es un dato demodé extravagante por extemporáneo, sino un precipitado estructural del carpetovetonismo castizo que representa el franquismo que no es otra cosa que la historia de una perversa felonía contra el pueblo español, un artefacto engañoso muy adaptativo a las circunstancias pero sin perder nunca su carácter autoritario y fatalista. Y es que la Transición no fue el instrumento para superar el franquismo sino para consolidar el franquismo sin Franco, el franquismo sociológico. 

Podríamos preguntarnos si desde la Transición ha existido la política en su más cualificado sentido dialéctico e institucional o lo que ahora está en crisis es una fantasmagoría fundamentada en la simulación. Porque sin agotar en exceso el repertorio de conclusiones que pueden hacerse de las actuales circunstancias institucionales del país es de una evidencia manifiesta, a pesar de la persistente actividad propagandística de los mass media dinásticos, de la existencia de un intento constante por parte de la derecha de demandar y exigir, como única política posible, una suspensión punitiva del formato democrático y dialéctico de la vida pública.

La Transición no fue el instrumento para superar el franquismo sino para consolidar el franquismo sin Franco, el franquismo sociológico

El factor axial en que se desenvuelve hoy los ámbitos sucedáneos de la política no se corresponden al concepto tradicional de izquierda-derecha, puesto que al negarse desde el conservadurismo y el poder fáctico el conflicto social, desactiva la vertebración política de cualquier narrativa que configure una cosmovisión de los más desfavorecidos socialmente; tampoco hay posibilidad de construir antagonismo ideológicos desde aspectos metafísicos como liberales-conservadores, ya que el nivel de tolerancia del sistema ha llegado a sus límites y, como consecuencia, a una negación del pensamiento. Definitivamente, el gran reto de la disputa desde los estratos influyentes del régimen de poder, lo que se está dilucidando en España en estos momentos se sustancia en el antagonismo entre democracia y un autoritarismo populista que tiene a los intereses de las minorías organizadas como universales del Estado en detrimento de las mayorías sociales y los intereses generales y que por lo cual el régimen se hace cada vez más incompatible con la profundización democrática y el pensamiento crítico.

Lo que se está dilucidando en España en estos momentos se sustancia en el antagonismo entre democracia y un autoritarismo populista

El proceso catalán, como estallido de auténtica ruptura con el régimen del 78, supuso la condensación de todos los resortes posdemocráticos y autoritarios del sistema, incluido echar siete llaves al sepulcro de Montesquieu. Las restricciones a la libertad de expresión, la criminalización de las protestas y el malestar ciudadano, el control del Poder Judicial por el Ejecutivo derechista, el bloqueo del Congreso por el Gobierno del Partido Popular, junto a la carencia de autenticas alternativas, concretaban un escenario atentatorio contra la centralidad soberana de la ciudadanía, anulador del debate político y artífice de un escenario de la vida pública donde el antagonismo con el poder fáctico es considerado como desorden y el disidente un malhechor. El caso catalán ha sido el epifenómeno experimental de un proceso de más largo aliento.

El mito de la Transición se fundamentaba en que cualquiera podía proclamarse afín a una ideología, pero a condición, en el caso de la izquierda y los nacionalismo, de que el modelo social que inspiraban dichas ideologías, al ser incompatibles con la configuración del Estado posfranquista y los intereses que representa, no se intentaran implantar. Es el gran dilema de la izquierda y los nacionalismos, que sólo pueden actuar en el régimen del 78 desde la negación de su propia esencia. Es decir, solo la derecha posee legitimidad para gobernar.

Las Cortes, los tribunales, el ejecutivo tenían diferentes tareas, pero siempre mirando a la lucecita del Pardo. La misma ideología que hoy mantiene a derecha posfranquista

Con estos precedentes, se produce hoy la invasión de la autonomía de las Cámaras legislativas, interfiriéndose en el orden del día y en los trámites parlamentarios, no tiene precedentes en ningún sistema democrático, no solamente de la Unión Europea sino de otros muchos países, incluido el Reino Unido que es la cuna del parlamentarismo. una subversión dirigida por el Partido Popular pretendiendo perpetuar su control sobre los vocales a su servicio en el Consejo General del Poder Judicial que se ha perpetuado a lo largo de más de cuatro años y que pretende mantenerse a ultranza con el objetivo de llegar a las elecciones generales.

Durante el franquismo la política pasaba indefectiblemente por el Tribunal de Orden Público. Montesquieu era un personaje maldito ante la unidad de mando y diversidad de funciones. A partir de las vejaciones al pensamiento de Montesquieu infligidas por el franquismo, tuvo hechuras perversas la univocidad conceptual del poder que se concretaba en el precepto: unidad de mando y diversidad de funciones. Las Cortes, los tribunales, el ejecutivo tenían diferentes tareas, pero siempre mirando a la lucecita del Pardo. La misma ideología que hoy mantiene a derecha posfranquista.

Las nuevas categorías políticas que intentan superar el binomio izquierda-derecha, como constitucionalistas y no constitucionalistas, son el recurso del régimen para consolidar el partido único con diversas sensibilidades como parte sustancial de la unidad de mando y diversidad de funciones.

La derecha española y el asesinato de Montesquieu