viernes. 26.04.2024

Cada 14 de abril recibo mensajes entusiastas en los que se rememora el aniversario de la proclamación de la República. “Viva la República” es la jaculatoria más común. Sin embargo, a juzgar por los comentarios que la acompañan, no todos piensan en lo mismo cuando pronuncian este lema. Lo cual me ha llevado a meditar sobre la evolución de la cuestión republicana en España.

El prestigio de la causa republicana se deriva de la II República. En 1931 se alumbró un régimen plenamente democrático. Claro que gobiernos liberales los hubo antes de 1931 pero en un sistema político limitadamente democrático. Desde el punto de vista de la calidad democrática, la II República es el antecedente más claro de la actual democracia española.

Fue también la primera vez que las izquierdas alcanzaron el Gobierno. Un gobierno compartido con otras fuerzas y con un programa reformista y modernizador del país. Es verdad que, desde la oposición, las izquierdas impulsaron la huelga general revolucionaria de octubre del 34. Pero, a pesar del nombre, este movimiento no tuvo como objetivo hacer la revolución socialista sino impedir la entrada en el Gobierno de partidos cuasi-fascistas que, como acababa de suceder en Austria, podrían acabar con la democracia desde el gobierno. Es importante señalar que, a diferencia de las derechas, las izquierdas españolas sólo han gobernado en democracia. Las derechas han gobernado muchos años bajo regímenes autoritarios.

El golpe de estado de Franco acabó con la república democrática. “Viva la República” fue el grito de guerra de los que, empuñando las armas, se enfrentaron al fascismo. Para mí, vitorear a la República hoy tiene el sentido de rendir homenaje a los que combatieron al fascismo durante la guerra y en la lucha guerrillera.

Vitorear a la República hoy tiene el sentido de rendir homenaje a los que combatieron al fascismo durante la guerra y en la lucha guerrillera

Pero la guerra se perdió y con ella, la República. A la derrota de nazis y fascistas en Europa no siguió la intervención de los aliados para derribar el Régimen de Franco, como algunos esperaban. Así es que cuando, en plena Guerra Fría, los EE UU sellaron una alianza con Franco, desapareció cualquier esperanza de que la presión internacional restaurara la República en España. Allá por los años 50 estaba claro que la República era historia.

Durante los 40 años de dictadura España no fue ni una monarquía ni una república. A partir de los años 50, la oposición a la dictadura no se hizo en nombre de la república. Participé en las grandes movilizaciones estudiantiles de los años 60 y en el movimiento obrero en los 70. Doy fe de que luchábamos por la libertad, por la democracia, por la amnistía y por mejores convenios. Pero la recuperación de la república no estaba en el catálogo de las reivindicaciones que nos movían. El dilema no era, pues, monarquía o república, sino dictadura o democracia. Para quienes defendíamos la política de reconciliación nacional resultaba muy claro que el pacto por la libertad no se podía alcanzar sobre la base de restaurar la república.

Durante la transición la causa republicana tuvo pocos defensores. Hubo intentos de resucitar algunos viejos partidos republicanos, pero con poco éxito. El PSOE mantuvo en las Cortes un voto particular en favor de la república, pero todos sabíamos que eso era puramente testimonial y que, al final, se aceptó la monarquía si la votación resultaba mayoritaria, como así fue.

El PCE, recién legalizado, acordó apoyar la monarquía si ésta avanzaba hacia las libertades. Éramos muy conscientes de que el proceso hacia la democracia podía verse abortado por un golpe militar, porque el franquismo había asignado a las Fuerzas Armadas el papel de garantes de la continuidad del franquismo tras la muerte del dictador. Al Rey, como jefe de las FF AA, le tocó la tarea de parar el golpe al que llamaba la extrema derecha todos los días. En consecuencia resultaba extraordinariamente conveniente apoyar al Rey en su tarea de frenar las intentonas golpistas que hubo no pocas. Como se vió claramente el 23F el Rey era el único que podía parar el golpe. Personalmente, como sindicalista y militante del PCE, tuve ocasión de explicar y defender esta posición que, al día de hoy, sigo pensando fue y es acertada.

Luchábamos por la libertad, por la democracia, por la amnistía y por mejores convenios. Pero la recuperación de la república no estaba en el catálogo de las reivindicaciones

Los partidos que mantuvieron la causa republicana fueron barridos en las urnas. De ahí que la reclamación republicana desapareció del debate político. El republicanismo resucitó a raíz de la crisis del PCE. Los sucesores de Carrillo se propusieron arrasar con toda su obra, liquidando el eurocomunismo y, ya puestos, renegando del papel del PCE en la transición. La aceptación de la monarquía parlamentaria era uno de los “graves errores del carrillismo” que había que corregir. En consecuencia formularon la idea de marchar hacia la III República. “Viva la República” fue, entonces, tanto un grito a favor de una hipotética y lejana república como una crítica a la política del PCE en la transición.

Este nuevo republicanismo no era una propuesta política para resolver ningún problema del país. El Reino de España era una democracia muy reconocida donde no existía ninguna crisis institucional que exigiera resolución. Más bien se trataba de resolver un problema interno: la búsqueda de algunas señas de identidad en medio de la enorme crisis comunista. Simplificando mucho, se podría decir que si la meta ya no era el socialismo al menos que lo fuera la república. El problema es que repúblicas las hay de muchas clases. Así es que gritar “viva la república” llevaba implícito la pregunta «¿de qué república hablamos?”. Claro que como no se trataba de un movimiento político sino de un sucedáneo ideológico para consumo interno, cada cual podía libremente interpretar con qué república se identificaba. 

En ayuda de la causa republicana acudió el Rey Juan Carlos. El prestigio de la institución monárquica logrado durante la transición y después, mediante un ejercicio impecablemente democrático de su papel como Jefe del Estado, fue dilapidado en los últimos años del reinado de Juan Carlos, en particular durante la gran crisis que se inició en 2008. El contraste entre las enormes dificultades para la mayor parte de la población y las actuaciones entre delictivas y escandalosas del monarca fue brutal. No hubo consecuencias penales para el monarca porque la Constitución lo impide. Pero sí que tuvo graves consecuencias políticas con una caída en barrena del prestigio de la institución. El cuestionamiento de la monarquía cobró carta de naturaleza política ya que la monarquía estaba siendo dinamitada desde la propia Casa Real. Para contener el deterioro de la institución se recurrió a la abdicación del Rey Juan Carlos. Sobre la gran crisis económica y social, abrir, además, una crisis constitucional no parecía muy sensato.

Los nacionalistas catalanes hicieron otra contribución a la causa republicana. Si la pregunta era ¿qué república?, la respuesta que venía de Cataluña era, la república catalana, por supuesto. Una república que solo existe en el teatrillo de Waterloo, pero que ha servido a la derecha y, sobre todo, a la extrema derecha para levantar la bandera del nacionalismo español y, de paso, erigirse en defensores de la monarquía. El Rey Juan Carlos inició su reinado traicionando al franquismo y, con ello, ganándose la inquina de la extrema derecha. Hoy, los sucesores de aquella extrema derecha franquista aparentan ser hoy grandes defensores de la monarquía. Mientras, los sucesores del viejo PCE que apoyó entonces la monarquía parlamentaria son hoy sus grandes enemigos. La historia está llena de ironías.

En ayuda de la causa republicana acudió el Rey Juan Carlos. El prestigio de la institución monárquica logrado durante la transición, fue dilapidado en los últimos años

La derecha ha inventado un fake. El cuento consiste en atribuir a Sánchez un plan oculto para derribar la monarquía e introducir en España una república bolivariana, comunista o lo que inventen ese día. Ni que decir tiene que a Sánchez no se le conocen veleidades ni comunistas, ni republicanas, ni bolivarianas. Y que resulta muy difícil ver qué interés podría tener en tan descabellado plan. El pie para tan disparatado cuento ha sido el tremendo error de Podemos al considerar la Constitución del 78 un candado que hay que hacer saltar y sus evidentes simpatías por algunas repúblicas latinoamericanas, que con todos mis respetos, son cualquier cosa menos un modelo a imitar. Lo irónico del fake es que si algo ha hecho Sánchez en estos “años horribles” para la institución monárquica ha sido, precisamente, ayudar a minimizar los daños causados por los tejemanejes del Emérito. Es decir, exactamente lo contrario de lo que dicen Ayuso y sus mentores.

Dejar en manos de la derecha, la defensa de la Constitución y de la monarquía constitucional es un grave error, sobre todo cuando, mirando a EE UU, a Brasil y a otros lugares, vemos que los peligros para la democracia hoy vienen de la extrema derecha.

En mi opinión, la monarquía parlamentaria actual, que se ganó el prestigio desactivando el golpismo, el principal peligro para la naciente democracia española, ha servido para que tengamos en España una democracia homologable a las mejores del mundo, lo cual no es poca cosa pensando que no hace mucho en España, la cultura democrática era casi inexistente. Mientras siga siendo útil para la causa de la democracia española, es un error ir contra el Rey.

Es decir, sigue siendo válida la resolución del PCE del año 77: apoyar la monarquía mientras siga siendo útil para la causa de la democracia.

Mientras tanto, cada 14 de Abril seguiré gritando “Viva la República” en recuerdo y modesto homenaje a quienes la defendieron con las armas en la mano.

Viva la República. Sí, pero ¿cuál?