domingo. 28.04.2024

A pesar de que en la televisión Pamplona era una fiesta y yo ignoraba casi todo de él, excepto que era un tremendo cotilla (había hablado numerosas veces sin pruebas inventando historias falsas de mi mala reputación) y me había invitado - cerveza en mano- a su mesa varias veces, siendo declinada con amabilidad su oferta, cuando finalmente, me acerqué un día con mi desayuno en volandas, y la abierta intención de hablar sobre el aumento de la delincuencia, me dijo que solo podía hablar de peleas y atracos, pero por el momento todo estaba tranquilo y que además él no sabía demasiado, porque tenía un sexto sentido para mantener la boca cerrada y desaparecer cuando las cosas se ponían seriamente feas. Aquel individuo se había pasado ocioso toda la vida y tenía mucha popularidad barriobajera. De hecho, siempre estaba deambulando por la calle con su fiel perro de grandes dimensiones. Por un momento se me pasó por la cabeza preguntarle a qué se dedicaba, pero una suerte de reparo o timidez me impidió hacerlo. En ese momento, igual que si hubiera escuchado de forma inconsciente mi pregunta sin formular, tomó el móvil de repente y realizó una lacónica llamada.

El amigo drogadicto tuvo que retirarla de los agentes varios metros, para hablar en privado y apelar al eximente de su evidente problema mental

- Oye, mañana me tienes que pagar, me estás escuchando… ya te he dado un plazo razonable… de mañana no pasa, mejor que tengas el dinero preparado…

En efecto, justo cuando llegó su suegra y su mujer, ambas de aspecto vulgar y aseado, -se sentaron en la mesa pidiendo sendas cervezas- yo decidí marcharme puesto que había terminado de desayunar y empecé a sentirme incómodo y objeto de veladas críticas de aquellas silenciosas miradas femeninas. Pronto llegué a pensar que mi vida era aburrida, pero salvada en cierto modo por mi afición a la lectura. No en vano, al día siguiente vino a cenar un viejo amigo, ávido lector de Hemingway y al que no veía desde que se había casado. El hombre recién divorciado, tenía un despacho de psicólogo. Me dejó sin palabras cuando se presentó en mi casa sin preámbulos ni introducción mediante, con una mano y una pierna inmóviles debido a un reciente ictus, fruto del inmoderado consumo de alcohol, tabaco y de numerosas sustancias psicoactivas. Ni siquiera así había conseguido dejar sus adicciones, pero de forma sorprendente continuaba tratando sus escasos pacientes en su despacho, a pesar de que arrastraba evidentes signos de ansiedad y depresión. 

Después de cenar se marchó en taxi y no he vuelto a saber de él. A la semana siguiente llegaron a comer una pareja de amigos algo peculiares que hacía mucho tiempo que no veía. Ambos estaban ya exentos de trabajar por motivos mentales y tenían su correspondiente paga, no obstante, a causas de sus vicios nunca tenían liquidez y eran sus padres los que les pagaban las vacaciones. Por lo visto, el fin de semana anterior habían ido a la playa y tuvieron cierto malentendido con las fuerzas del orden. Aunque mi amigo confesaba abiertamente que era adicto al alcohol y a menudo tomaba drogas, se quejaba amargamente de que su novia se hubiera aventurado a probar por primera vez el hachís, ciertamente con malas consecuencias, el pasado fin de semana. En efecto, su pareja - diagnosticada con el Clúster B, un problema antisocial- reaccionó mal al ser desposeída de su primera piedra de hachís por la Benemérita, y comenzó a lanzar improperios e incluso les acusó de una secreta intención de consumir su costo. El amigo drogadicto tuvo que retirarla de los agentes varios metros, para hablar en privado y apelar al eximente de su evidente problema mental, y al pronto pago de la multa para evitar una noche toledana en los calabozos de aquella turística ciudad costera. 

Tiene relación directa con el aumento de la delincuencia en mi propio barrio y en los países pobres donde tienen sus brazos las redes del narcotráfico

Otro día vino a escuchar música un reconocido guitarrista de la ciudad. Poco tiempo después de jactarse de ser músico por encima de su problema mental, se centró en sus supuestos planes de trabajo. Al parecer otro músico más reconocido todavía que él le había ofrecido un trabajo tocando un violín en un crucero. Sonaba bien, de no ser porque se lo había propuesto después de consumir juntos abundantes cantidades de droga y no habían ido a ensayar una sola vez. Yo me dije para mis adentros que el crucero ya lo estaban haciendo mentalmente y sin mover un solo dedo. No parecía estar borracho cuando llegó, sin embargo, al ver cómo vomitaba en mi baño toda la comida que yo había tardado horas en cocinar en mi horno nuevo, le dije amablemente, que se marchara, que seguro que ambos nos manteníamos en contacto.

Por último, opté por ir un día a la playa para desconectar. Los vecinos del camping eran muy ruidosos y me levanté a las seis de la mañana para poder leer en la playa. Entonces apareció la Benemérita y me acusó de esperar un inminente desembarco de hachís. Nada más lejos de la realidad señor agente. Soy escritor y estoy demasiado canijo para cargar fardos, le dije. Debe ser la deformación profesional. Pues resulta obvio que están en un craso error. He venido aquí huyendo de las consecuencias de la droga. Es más, si lo desean podemos hablar un poco del asunto y hacer terapia de grupo. Precisamente deben de estar muy atareados pero se han confundido al venir a por mí entre los 285 millones de personas que se drogan en el mundo. Una realidad oscura que yo veo cada día cuando tomo café. Es más, sé a ciencia cierta que tiene relación directa con el aumento de la delincuencia en mi propio barrio y en los países pobres donde tienen sus brazos las redes del narcotráfico.

Cinco pistas del aumento del consumo de drogas en el barrio