lunes. 29.04.2024

Solemos asociar automáticamente hermosura con juventud. Ese divino tesoro del cual no eres consciente basta que ha quedado muy atrás, porque mientras eres joven el contraste no se da, porque la vejez no existe. Que la vida iba en serio, lo comprendes en plena madurez o un poco más allá. De niño los adolescentes no están en tu radar. En tu adolescencia no hay sitio sino para tus coetáneos. Los jóvenes no ven a la gente mayor. Quienes te han precedido solo molestan e imponen coerciones a tu afán de libertad. Cuando les comprendes ya es muy tarde para reconocérselo.

Que la vida iba en serio, lo comprendes en plena madurez o un poco más allá

Las tribulaciones de todo tipo cercan tus años mozos. No sabes muy bien a qué dedicarte y esto consume grandes reservas de tiempo. La ley del deseo impone su poderío y muestra incompatible con ciertas convenciones generando conflictos. Más adelante tienes que seleccionar entre las amistades y tus aficiones, porque no queda energía para diversificar demasiado. El desafío es conservar lo que podríamos llamar lozanía del espíritu. Conservar una curiosidad infantil que te haga levante cada mañana con ganas de ver amanecer. Disfrutar de los buenos recuerdos y llevarte bien contigo mismo. Entonces descubres que hay una belleza invisible y mucho más persistente que la corporal. Hay cuerpos bonitos y almas bellas. Lo primero no necesariamente convive con la segunda cualidad, pero siempre se da el fenómeno inverso.

Es muy triste ver a jóvenes o gente algo madura tratar a sus mayores con suma condescendencia

La sonrisa de un crío y el cutis adolescente son fascinantes. Hay monumentos naturales tan apreciables como un bosque o una cordillera. Sin embargo, ese cañón de belleza es fugaz por definición y ni siquiera se disfruta su momento. En cambio, siempre cabe cultivar nuestro estado anímico para mantener su lozanía. Ya no hay disputas profesionales que dirimir ni concursos de fotogenia. Tu aspecto no puede mejorarse gran cosa y hay que asumirlo. Pero lo que cuenta es cuanto sientas en tu ciudadela interior. Ahí están los tesoros acumulados por tu periplo vital y es hora de disfrutarlos e incluso compartirlos con quienes muestren algún interés por ellos. Es muy triste ver a jóvenes o gente algo madura tratar a sus mayores con suma condescendencia, como si no hubieran pasado por esas etapas y no hubiesen dejado alguna huella.

 

La pertinaz lozanía del espíritu y el efímero canon de lo bello