lunes. 29.04.2024
Piernas reales

No quería picar, pero piqué. En parte, porque los titulares se han convertido en una trampa eficaz, aunque la veamos de lejos, y en parte porque antes de ponerme de uñas con alguna información siempre la leo hasta el final. Era un artículo sobre la reina y su vestido. 

No soy fan, ni de la reina, ni de la monarquía, ni de ninguna figura de gobierno o institución. Ser fan no casa bien con el pensamiento crítico; te haces fan y la neblina de la adoración acaba por mermar tu capacidad para ver lo que tienes delante. Así que, ante un artículo en el que se opinaba sobre cómo se viste la reina, lejos de posicionarme a favor o en contra sólo me preocupaba la agotadora costumbre de coger el rábano por las hojas y seguir alimentando la bicha de la insustancialidad cuando se trata de hablar de una mujer

En realidad el artículo no estaba tan mal; frente a quienes tachan de inapropiados un peinado o el largo de un vestido esgrimiendo la edad, aquí se defendía dejar de condenar a las mujeres por hacerse mayores y seguir viviendo como si tal cosa, mientras se constataba que con los hombres las críticas en este ámbito brillan por su ausencia.

No obstante me chirrió un comentario sobre las “estupendas piernas” de la reina, porque tal vez de forma inconsciente vinculamos el derecho a no seguir los cánones patriarcales sobre la edad cuando cumplimos la normatividad en otros aspectos. No pasa nada por cumplir años mientras una parezca joven (atlética, sin varices, delgada, estupendas rodillas). En fin.

Me traen hasta aquí muchas experiencias, también la de preparar mi boda ahora que me voy acercando a los 50, pensando cada gesto para que tenga el sentido que queremos y sin caer en pedagogías invisibles que afiancen un modelo de mundo en que no creemos. Todo es política, sin necesidad de dramas (a veces), pero lo es. En fin, que buscar un vestido, aunque no sea de novia al uso, por encima de la talla cuarenta y dos, ya es una aventura sin contar con algunas complicaciones actuales, que ponen en realidad esa búsqueda en segundo plano.

Como a muchas personas de mi entorno me preocupa mucho el futuro a corto y medio plazo, y he dejado de preocuparme (no, en cambio, de ocuparme) por un futuro lejano que preveo distópico, cuando no apocalíptico, por pura salud mental. 

He salido apenas tres veces a buscar ese vestido -aunque he pasado mucho tiempo ante la pantalla buscando en Internet-, porque a la frustración de la dificultad de encontrar un vestido de la 44 que sea medianamente bueno y sencillo, se suma que vivo en la periferia de Madrid y los desplazamientos se complican: si son en transporte público resultan interminables; si se agrupan varias tareas y se opta por el coche para optimizar el tiempo, son caros.

Cada vez que he salido he pensado en qué haré cuando comience de nuevo a trabajar, ahora que tengo por fin un puesto medio estable, porque ir en tren y bus es inviable (dos horas y treinta minutos como poco para ir y otro tanto al menos para volver) y el combustible que uso ya es una tercera parte de mi sueldo

También necesitaré hielo para la boda, pero llegados a este punto, con la guerra en Ucrania y todas su consecuencias, sumadas al calentamiento global, me preocupa bastante poco cómo enfriar la bebida; sin embargo sí estoy considerando formas sostenibles de generar electricidad en casa para poder calentarla sin excesivos problemas este invierno, no quiero que mi hijo pase frío ante un hipotético pero plausible corte del gas. Sobre el alquiler, bueno, de momento tengo suerte con eso, aunque a costa de vivir lejos de mi trabajo y de casi todo; veremos cuánto dura.

Un periodista se lamentaba hoy en una red social de la inestabilidad y la incertidumbre provocada por estos factores: la energía, el alquiler, la precariedad. Hace mucho que perdí la esperanza de llevar una vida estable y ya solo aspiro a que el nomadismo exterior y el interior no afecten muy negativamente a mi vida de familia y amistades. Mudarse a zonas más rurales y reducir así las distancias diarias implica a veces peores servicios; aunque me planteara irme a ciudades menos inhóspitas es un salto que, siendo autónomo de una actividad que no permite tele trabajar y siendo empleada con cierta posibilidad de permanecer, es un suicidio laboral.

Si le pasa factura electoralmente a quien toma decisiones difíciles pero necesarias, es que somos en conjunto una sociedad mediocre que se mira el ombligo

Así las cosas, me caso y lo celebro con amigos, lo cual ya es un brindis a la vida, además de una medida razonable desde un punto de vista legal. También uso pantalones cortos en verano y bikini en la playa, mientras mis complejos, mis cicatrices, mi peso, mis canas y mi edad se dan de tortas con mi feminismo. De momento gana este último, menos mal. 

Con estas y otras armas encaro el apocalipsis renqueante pero inexorable que atisbamos, dando gracias al gobierno por apagar los escaparates y por tomar otras medidas que ahondan en nuestra responsabilidad colectiva frente a la que se nos viene encima; con o sin guerra, con o sin covid, ya estábamos en el filo del desastre y la reflexión sobre el uso responsable de la energía tiene que hacerse sin dilación, que vamos con retraso. 

En cuanto a los impuestos, si pisan la acera, usan una carretera, va a la sanidad pública o temen necesitarlo en algún momento de su vida por algo de mediana gravedad o importancia, o quieren vivir en un espacio pacífico, dejen de protestar y de racanear o defraudar. Lo de “ya hago yo con mi dinero lo que me parece importante”, aunque sea para ayudar a otros, es pasarse por el arco del triunfo en parte el sistema democrático en que vivimos, es desequilibrar la balanza del lado de lo individual en detrimento de lo colectivo, es poner lo personal por encima del consenso y evitar que el criterio ajeno nos estropee el mesianismo. Si esto le pasa factura electoralmente a quien toma decisiones difíciles pero necesarias, es que somos en conjunto una sociedad mediocre que se mira el ombligo mientras a su alrededor todo se resquebraja. Eso sí, qué descocada la reina. Lo de criticar su mini vestido es a la actualidad lo que el hielo seco a los conciertos de los 80: efectista, distractor de lo mollar, tapa problemas, dificulta respirar. Dejen de hacer niebla.

Niebla