viernes. 26.04.2024
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En el tercer aniversario del 15M se hace más evidente que el reloj de la izquierda sigue parado. Vuelven a surgir los comentarios que culpabilizan a este movimiento social de los pobres resultados electorales de la socialdemocracia y su situación de bloqueo. Aquella sorprendente iniciativa no hizo sino ponernos frente a un espejo que como el retrato de Dorian Gray, mostraba hasta qué punto habíamos degradado el sistema. Ellos no inventaron la corrupción, ellos no fabricaron el nepotismo ni las puertas giratorias, simplemente lo hicieron visible. ¿Vamos a seguir matando al mensajero?

Un vistazo a la historia reciente de Europa nos ayuda a enfocar mejor esta cuestión. En la primavera de 1968 un grupo de estudiantes se lanzó a agitar las aulas y las calles de toda Francia, sin tener vinculación con partidos o sindicatos mayoritarios. Ideológicamente a la izquierda, aquellos jóvenes reivindicaban una regeneración completa, tanto cultural como ideológica, que ayudara a actualizar los patrones caducos de la Quinta República. En ese momento la sopa de siglas ofrecía un sombrío panorama, poblado por líderes claramente desgastados. La derecha seguía haciendo uso del eterno general De Gaulle, mientras la socialdemocracia (SFIO) y el comunismo (PCF) se agarraban a una ortodoxia que no calaba en la sociedad. El principal movimiento del mayo francés estaba liderado por Daniel Cohn-Bendit, un joven desconocido que saltó a las primeras páginas gracias a su comportamiento anárquico. Él no era un relevo en sí mismo, pero fue un valioso artífice de la añorada renovación. La consecuencia más inmediata de aquellas jornadas fue el debilitamiento de la izquierda oficial, representada entonces por el Partido Comunista Francés. Bien porque no podía o no quería entender lo que pasaba, su liderazgo se vio seriamente cuestionado.

Estaba comenzado una nueva etapa, infinidad de grupos maoístas, trotskystas, comunistas críticos y socialdemócratas ayudaron a rejuvenecer el pensamiento político. Por separado no conseguían aglutinar el descontento que las calles reflejaban, pero animaron el debate ideológico de un modo decisivo. Como reflejo de esa saludable dinámica encontramos la Unión de Clubs por la Renovación de la Izquierda o la Unión de Grupos y Clubs Socialistas, de cuyas filas saldrían futuros ministros como Alain Savary. En ese mismo contexto los viejos esquemas socialistas fueron reelaborados y sus siglas clásicas, SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera), dejaron paso a un nuevo Partido Socialista que acabaría por convertirse en el referente electoral de la izquierda, orillando a un PCF menguante y desprestigiado. No obstante aquella eclosión de idealismo no fue capaz de frenar el dominio del centro-derecha, que siguió gobernando durante algo más de diez años. A pesar de la perplejidad y rechazo de las nomenclaturas, las osadas reivindicaciones de aquella revolución tuvieron un importante calado en las mentes de aquellos que estaban dispuestos a escuchar.

El 15M es nuestro mayo particular. Como alternativa política no parece una opción eficaz y ninguno de los partidos que pugnan por acaparar sus votos sobrevivirá a medio plazo, pero el mensaje ya ha sido lanzado. No hay que darle más vueltas, este es un proceso por el que la sociedad occidental pasa cada cierto tiempo y que además sirve de alerta cuando las cosas van realmente mal. Debemos apostar por un modelo similar al del Partido Socialista francés de 1969 (año de su fundación). En aquel momento los socialistas supieron sacar conclusiones e incorporar lo mejor de una sociedad en cambio. No es de extrañar que sobre aquel fecundo poso, François Mitterrand lograra ser presidente durante catorce años seguidos. Aprendamos, es momento de salir del bunker al encuentro sincero de la realidad.

Esa indignación incómoda y estigmatizada, no solo era inevitable sino necesaria.

Del mayo francés al mayo español