viernes. 26.04.2024

Después de mucha presión, por fin había logrado enviar mi informe anual del proyecto. Era el viernes, antes de la Navidad, a eso de la una de la tarde. Decidí relajarme un rato y echarme una partida a ese juego del móvil consistente en romper ladrillos sucesivamente. No había pasado del nivel dos cuando, de pronto, me interrumpió el teléfono de sobremesa:

- Marta, hija, que el jefe –el jefe es el director de estrategia de la empresa- acaba de llegar y todavía desde el garaje me ha dicho que os convoque a una reunión urgente a los del equipo ¡Está que echa humo!

- Vaya lata –pensé-.

Salí de la aplicación del juego y agarré la tableta para tomar notas. Así es que con ambos cacharros en mano me metí en el ascensor –en una de esas raras veces en que estaba parado en mi planta- y subí a la sala de reuniones.

Al llegar, el director de estrategia estaba de pie junto al portátil de la sala y con cara de pocos amigos. Más bien, de ninguno. En la pantalla de la pared se reflejaba lo que parecía la página inicial de un power point. Seguro que se lo habían preparado los del departamento de desarrollo. El director de estrategia tiene una relación con el power point como aquellos profesores de Historia del Arte de antaño que, cuando no encontraban las diapositivas correspondientes a ese día, suspendían la clase.

La mesa estaba ya bastante poblada. Me senté entre Estebaranz y Trujillo. Estebaranz es un técnico cincuentón que se las sabe todas. Por eso, lo más seguro es que le pongan de patitas en la calle en el próximo giro estratégico de la compañía. Trujillo es un esforzado becario que todavía conserva marcas de acné en la cara.

El director de estrategia comenzó su discurso diciendo que era inevitable tomar un nuevo rumbo para 2013. Adoptar una política de expansión más agresiva. Se puso a pasar las páginas del power point para tratar de ilustrarnos. La verdad, a los cinco minutos empecé a aburrirme. Con disimulo, cogí el móvil y volví a mi partida contra los ladrillos. Era viernes a última hora, vísperas de Navidad y estaba cansada. Todos lo estábamos. ¿Quién se iba a dar cuenta? Y si lo hacían, ¿qué podía pasar?

Estebaranz y Trujillo lo hicieron. El primero disimuló y siguió a lo suyo: juguetear con el bic entre las manos sobre un bloc con las páginas inmaculadas. Estebaranz no usa tableta para tomar notas en las reuniones. De hecho, no la usa nunca. Pero Trujillo, en su bisoñez, comenzó a mirar de reojo y con cara de alucinado a la pantalla del móvil y a mi misma alternativamente.

- Bueno señores, pues a trabajar, concluyó el director de estrategia.

Para entonces ya era yo consciente de que, lo mismo que Estebaranz y Trujillo, también él se había percatado de mi distracción. Cogí mis bártulos y me encaminé de vuelta al despacho. Todavía en el ascensor me pitaron al tiempo el móvil y la tableta. Era un correo electrónico, enviado desde “Dirección de Estrategia”. No sé por qué, pero opté por leerlo en la tableta:

- Rojo está usted despedida. Entregue su tableta y el móvil corporativo en el departamento de recursos tecnológicos. No quiero volver a verle el pelo. Le ingresaremos la liquidación correspondiente en su cuenta.

Ahora ando de papeleo en el INEM.

Moraleja: ¿Cómo es que a día de hoy conservan su escaño en la Asamblea de Madrid Bartolomé González e Isabel Redondo? Sí, esos dos que jugaban con su tableta y el teléfono móvil, mientras la cámara autonómica discutía y aprobaba la mercantilización de la salud de la ciudadanía madrileña.

Y colorín colorado –nunca mejor dicho-, este cuento se ha acabado.

González y Redondo: Un cuento de Navidad