miércoles. 24.04.2024
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Se calcula que un millón de personas aguarda en la orilla sur del Mediterráneo la oportunidad para cruzarlo

@ebarcala | El MS Saint Louis zarpó de Hamburgo el 13 de mayo de 1939 con la misión de llevar a La Habana a 930 refugiados judíos que huían de los primeros atisbos del terror nazi. Cuba les negó el asilo y, tras ser rechazados también por Estados Unidos y Canadá, se sucedieron los amotinamientos y hasta los suicidios a bordo.

El capitán del barco decidió entonces regresar a Europa y puso rumbo a Amberes. Varios países negociaron un sistema de cuotas para hacerse cargo de parte del pasaje. Los refugiados fueron confinados temporalmente en distintos emplazamientos pero, tras la ocupación alemana, una cuarta parte acabó en campos de concentración. “El viaje de los malditos” fue el título elegido para la película sobre este drama, que no sería único. Otros muchos buques (el Orduña, el Flandre, el Orinoco…) corrieron la misma e incluso peor suerte.

La Segunda Guerra Mundial acabó con cincuenta millones de desplazados y refugiados. Hoy, por primera vez desde entonces, se supera esa cifra. Una inmensa riada humana que huye de los conflictos en Siria, Irak, Libia, Eritrea, Nigeria…

En nuestro entorno, se calcula que un millón de personas aguarda en la orilla sur del Mediterráneo la oportunidad para cruzarlo. Más de 200.000 personas lo intentaron el pasado año y al menos 3.419 se dejaron la vida en sus aguas. Otras 1.800 han conocido el mismo destino en lo que llevamos de 2015.

Ante el drama humanitario, la Unión Europea ha respondido de forma singular: poniendo puertas al mar. Ha fijado un número arbitrario de concesiones de asilo (20.000) y reinventa el sistema de cuotas, fiando al regateo el número de vidas humanas que toca salvar a cada país miembro.

En una voltereta legal y moral, no sólo limita el derecho de asilo. En la práctica lo impide mediante la fuerza porque, si no llegas a la costa, no puedes pedir refugio. La operación Mare Nostrum, lanzada y financiada en exclusiva durante meses por Italia para rescatar a quienes quedaban al pairo en sus aguas, se ha transformado ahora en dos operativos comunitarios dedicados a la vigilancia y control de fronteras.

Como refuerzo al catenaccio del continente, una misión militar pretende (si obtiene el visto bueno de la ONU) localizar e inhabilitar en los puertos de origen -principalmente en Libia- las embarcaciones utilizadas por las redes de transporte de refugiados e inmigrantes, criminalizando al mismo tiempo a tripulación y pasajeros.

Está por ver el resultado de este “juego de los barcos” en aguas internacionales, pero se antoja ilusorio pensar que patrullar las costas de un Estado fallido sea eficaz para frenar una marea humana que crece mes a mes en número y desesperación.

El viaje de los malditos