sábado. 20.04.2024

El responsable del Departamento de Estado de los EE.UU. para América Latina y el Caribe, el profesor de origen chileno Arturo Valenzuela, deja su puesto y vuelve a su empleo como profesor en la Universidad de Georgetown, sin que se haya elegido un sustituto. Y con varias importantes embajadas en la región, como las de México, Caracas, Quito y La Paz, vacantes. Su segunda, Roberta Jacobson, será la encargada de suplir el vacío hasta que haya un nuevo titular.

Sumido en la crisis de su propia deuda y con una situación global aún más preocupante, la relación de los EE.UU. con sus vecinos del sur mantiene su bajo perfil. El presidente Obama, que no llegó a cumplir su promesa electoral de designar un enviado permanente para América Latina, no ha elegido aún la persona para sustituir a Valenzuela y el proceso puede ser largo porque su nombramiento tendrá que ser ratificado por el Congreso, cuestión que puede llevar incluso meses.

En estos dos años escasos de Valenzuela en el Departamento de Estado, como máximo responsable para América Latina, seguramente el principal problema que enfrentó fue la crisis en Honduras, donde Washington estuvo al lado de los países latinoamericanos, la OEA y la Unión Europea, apoyando al depuesto presidente, Manuel Zelaya.

Pero las relaciones con los países “bolivarianos” fueron las más difíciles, prueba de ello es que están vacantes las embajadas de Venezuela, Bolivia y Ecuador. El presidente venezolano, Hugo Chávez rechazó el nombramiento de Larry Palmer porque en el proceso de ratificación en el Senado este diplomático dijo que en el seno de la Fuerza Armada de Venezuela había una baja moral. Washington, a su vez, respondió pidiendo el retiro del embajador venezolano, Bernardo Álvarez, hoy al frente de la delegación en Madrid. La crisis no parece que esté por cerrarse; recientemente se reavivó cuando el Departamento de Estado de EE.UU. incluyó a Venezuela en la lista anual de países que incumplen las normas de lucha contra el tráfico de personas, lo que suscitó las iras de Chávez.

En el caso de Bolivia, la crisis llevó directamente a la expulsión del embajador, Philip Goldberg, hace tres años. Fue acusado de conspirar, “encabezar la división de Bolivia” y trabajar con la oposición en las protestas contra el gobierno. Se refería a las movilizaciones contra el gobierno en la región conocida como la Media Luna (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija), controladas por la oposición. Naturalmente, Washington respondió como es habitual, declarando también persona non grata al embajador boliviano, Gustavo Guzmán.

Poco después era la DEA, la Agencia Antidroga de los EE.UU., la que era expulsada de Bolivia con similares argumentos: “los agentes de la DEA realizaron espionaje político, financiando grupos para que atenten contra la vida de las autoridades, por no decir del presidente”, dijo Evo. Y aseguró que el organismo no volvería al país mientras él fuera el presidente.

WikiLeaks también se llevó por delante a la embajadora en Ecuador, Heather Hodges, tras conocerse un cable diplomático en el que afirmaba que la corrupción era generalizada en las filas de la policía ecuatoriana. Es más, aseguraba que su comandante, Jaime Hurtado Vaca, “utilizó su poder como la máxima autoridad del cuerpo para extorsionar, acumular dinero, facilitar el tráfico de personas y proteger a otros agentes involucrados en corrupción”. Pero lo más delicado era la afirmación de que el presidente Correa debería haber conocido sus actividades corruptas y que, quizás, lo que quiso al nombrarlo era un jefe de policía al que pudiera manipular fácilmente.

En el caso de México no se llegó a la expulsión, fue el propio embajador, Carlos Pascual, de origen cubano, el que dimitió a mediados de mayo por causa de las filtraciones de WikiLeaks y tras las críticas públicas expresadas por el presidente, Felipe Calderón. En uno de los cables, Pascual criticaba la coordinación entre las agencias policiales y militares mexicanas, añadiendo que son inefectivas, corruptas, desgarradas por discordias internas y dependientes del apoyo estadounidense. Earl Anthony Wayne es el hombre elegido por Obama para ocupar la embajada, pero aún debe pasar el examen del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y esto puede demorar aún algunas semanas.

"Tenemos confianza, estamos avanzando en la cuestión de los embajadores que tenemos que designar”Un capítulo aparte merece las recientes relaciones con Argentina. Después de una primera etapa en que la presidente, Cristina Fernández, hizo públicas declaraciones de confianza en el nuevo presidente Obama, rápidamente se enfrió el entusiasmo. Sobre todo después de que el mandatario americano saltase a Argentina en su primera gira por la región, que lo llevó a Brasil, Chile y El Salvador. En Washington se justificó por la existencia de un proceso electoral en el país. La presidente, además, se negó a recibir a Valenzuela en una de sus visitas a Buenos Aires, algo totalmente inusual. El origen chileno del diplomático norteamericano parece no haber ayudado al buen entendimiento con las autoridades de Buenos Aires.

Pero el punto más bajo se alcanzó en febrero de este año cuando un avión de la fuerza aérea de los EE.UU., con material y personal destinado a un curso de entrenamiento de la policía federal argentina, fue detenido en el aeropuerto de Ezeiza, incautando los argentinos material sensible. Se argumentó que había material que no se había declarado. El propio canciller argentino, Héctor Timerman, participó en el operativo, en una sobreactuación que sorprendió en Washington. Después de varias semanas el conflicto se dio oficialmente por superado, con la devolución del material a los EE.UU. y con la sospecha de que cuestiones de política interna no fueron ajenas al incidente.

Antes de dejar su puesto Valenzuela ha quitado importancia a los vacíos que quedan en la diplomacia norteamericana en la región. “Tenemos confianza, estamos avanzando en la cuestión de los embajadores que tenemos que designar”, dijo a Latin American Advisor. “No es un gran problema porque hay continuidad”, añadió, pero no deja de ser paradójico que la región más cercana a los EE.UU. aparezca en este estado de precariedad, cuando se esperaba que un cambio en Washington diera un giro a las relaciones bilaterales, que en la era Bush fueron consideradas generalmente insatisfactorias al sur del río Bravo.

El adiós de Arturo Valenzuela