martes. 19.03.2024

Hay historias pertenecientes al pasado más o menos remoto que bien merece la pena traerlas al presente, no para saber de dónde venimos, menos aún hacia dónde vamos, que esto está muy claro, sino únicamente para conocerlas y permitir al lector, que las ignora, hacer sus reflexiones y que deduzca de ellas lo que considere más pertinente. La historia siguiente tiene que ver con las palabras. Más en concreto, con los nombres propios. Y, al hacerlo, no puede uno por menos que concitar a Lewis Carroll y su reflexión político-lingüística acerca del significado de los nombres, en su obra Alicia a través del espejo:

“Cuando yo uso una palabra -dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón-, significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.

- El problema es -dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

- El problema es -dijo Humpty-Dumpty-, saber quién es el que manda. Eso es todo”.

Tras el golpe militar de 1936, quienes empezaron a mandar en España fueron los golpistas. Y, desde luego, siguiendo la teoría de Humpty-Dumpty, el significado de las palabras comenzó a significar lo que los militares africanistas decidieron que significase. Entre otros dislates lingüísticos que cometieron figuran algunos más que perversos. Por ejemplo, al golpe contra un Gobierno Legal y Democrático lo llamaron Alzamiento Nacional; a la guerra, que sucedió al fracaso del golpe, santa Cruzada; llamaron rebeldes a quienes defendían la República y héroes a Mola, Sanjurjo y Franco, militares perjuros y golpistas, a quienes se habían levantado en armas contra un Estado de Derecho.

Hasta el fascista Serrano Suñer llegaría a reconocerlo cuando habló de la Justicia al revés. Tal dislate fue posible, no porque los fascistas fueron unos lingüistas consumados, sino porque se hicieron con el poder… de hacer con las palabras lo que les vino en gana, sobre todo, para justificar crímenes e incautaciones sin límite alguno.   

Las palabras que más odiaban y que ellos identificaban con la República -Progreso, Libertad, Democracia, Constitución-, intentaron fulminarlas del acervo popular. No permitieron, incluso, que a nivel personal nadie pudiera llamarse Progreso, Libertad o Democracia. Veamos.

rodezno condeEn plena guerra Civil, Tomás Domínguez, conde Rodezno, (en la imagen) aquel “dandy carlista”, formó parte del primer gabinete golpista, liderado por Franco, en 1938, y que tenía asiento en Vitoria. Le endilgaron la “cartera de Justicia” en un Estado que no era de Derecho, pues en una Dictadura nunca hay Justicia. Esta solo es compatible con un Estado de Derecho y, en ocasiones, conseguida a puro esfuerzo, gracias a la presión democrática.

A Rodezno, como abogado que era, le endosaron los asuntos de Justicia, Registros civiles, Notariado, Prisiones y Asuntos Eclesiásticos.  

Lo cesaron en 1939, pero su impronta fascista dejó tiznadas esas secciones. A ello habría que añadir su fijación por anular aspectos del Código Penal, para facilitar la reintegración en sus cargos a antiguos jueces antirrepublicanos y que durante cuarenta años ocuparían el establishment jurídico español. El 18 de mayo de 1938, Rodezno dictó una orden que revelaría, no solo su catadura antidemocrática -fue parte de su esencia política-, sino el talante fascista del nuevo régimen al que aquel sirvió de un modo servil. Dicha orden tuvo que ver con las normas dictadas a la hora de poner nombres a los recién nacidos, aparentemente una tarea ingenua y libre de cualquier instrumentación política… hasta que llegó la II República, claro.

Ya existía una Real Orden (9.5.1919) que establecía cómo debían coordinar padres y madres  a la hora de imponer el nombre sus hijos, pero, según Rodezno, esta ley durante la República “en lugar de usar nombres que individualizaran a la persona”, convirtió “tales palabras en nombres que expresan conceptos generales” y “presentaban la ideología de un gobierno”.

En su opinión, el interés público había sido suplantado por el interés político y ahí estaban los golpistas, ¡qué delicadeza!, para devolver al individuo su honra perdida. ¿Cómo? Impidiendo a los padres poner a sus hijos el nombre que quisieran. El objetivo final de semejante estrategia era declarar intrínsecamente perversa, no solo la República, sino todo aquello que la recordase. Y nada como signos elocuentes de su existencia como el vocabulario por ella implantado al menos en el acervo popular: Democracia, Libertad, Justicia, Prosperidad, Igualdad, Solidaridad, Progreso Civilización…

decreto franquismo

Rodezno opinaba que con la República el extravío de esa orden adquirió tal grado de libertinaje que “se admitieron como nombres de personas palabras que expresaban conceptos tendenciosos, que decían encarnados en su régimen como Libertad o Democracia, o nombres de las personas que había intervenido en la revolución ruso judía, a la que la fenecida la república tomaba como modelo y arquetipo”. La orden del 18 de mayo de 1938 terminaría con la permisividad que la ley de 1919 había generado.

En la exposición de motivos dados para prohibir nombres como los expuestos, Rodezno añadiría que “el origen de las anomalías registradas”, no estaba solo en la masónica República, sino “en “la morbosa exacerbación en algunas provincias del sentimiento regionalista, que llegó a determinados registros buen número de nombres que no solamente están expresados en idioma distinto al oficial castellano, sino que entrañan una significación contraria a la unidad de la Patria”.

El decreto franquista no se anduvo con carantoñas y calificará de 'atentado terrorista' lo que “ocurre en las Vascongadas, por ejemplo, con los nombres de Iñaki, Kepa, Koldobika y otros que denuncian indiscutible significado separatista”

El decreto no se anduvo con carantoñas y calificará de atentado terrorista lo que “ocurre en las Vascongadas, por ejemplo, con los nombres de Iñaki, Kepa, Koldobika y otros que denuncian indiscutible significado separatista”. Como si no hubiera gente llamada Ignacio, Pedro o Luis, significado del hipocorístico de Koldo/Koldobika, que no fuera separatista o nacionalista. Ahí está el hermano de Sabino Arana, llamado Luis; nunca Koldo.

Metido a lingüista de tres al cuarto, Rodezno señalará que “no obstante hay nombres que solo en vascuence o en catalán o en otra lengua tienen expresiones genuinas y adecuadas como Aranzazu, Iciar, Monserrat, Begoña, etc., y que pueden y deben admitirse como nombres netamente españoles y en nada reñidos con el amor a la Patria Única que es España”.

La conclusión se veía venir: “en la España de Franco no puede tolerarse agresiones contra la unidad de su idioma, ni la intromisión de nombres que pugnan con su nueva constitución. Es preciso, por lo tanto, volver al sentido tradicional en la imposición de nombres a los recién nacidos con las oportunas variantes”. En consecuencia, “quedaba terminantemente prohibido inscribir a los recién nacidos con nombres abstractos, tendenciosos o cualquiera otro que no fueran los contenidos en el Santoral Romano para los católicos”.

Solo quedaba un consuelo que, “cuando se trate de bautizados de otras confesiones y de no bautizados, se pueden admitir también nombres de calendarios de otras religiones o de personas de la antigüedad que disfrutaron de honrosa celebridad”, sin olvidar que “en todo caso, tratándose de españoles, los nombres deberán consignarse en castellano”. En su último artículo, de un total de seis, dictaminaba: “Quedan derogados la Orden del Ministerio de Justicia del 14 de mayo de 1932 y demás disposiciones que se opongan a la presente”.

Seguro que habrá quien se pregunte qué tipo de gente era esta que ni siquiera permitía que los padres y las madres pudieran poner a sus hijos el nombre que quisieran. Más aún. Habrá quien se pregunte si existieron alguna vez tales energúmenos.

No solo; lamentablemente, gobernaron España durante más de cuarenta años. Increíble, ¿no? Pues sí. Y parecerá mentira, pero hay gente en la actualidad con ganas de repetir parecidas infamias con otras denominaciones y en otros ámbitos. Así que no estaría de más que la sociedad actual intentara poner freno democrático a quienes siguen, no solo inspirándose en políticas reaccionarias y que, sin desfachatez, manifiestan utilizando un lenguaje mamado en la escuela de Humpty-Dumpty.

Progreso, Libertad y Koldobika: las palabras que odiaba el franquismo