sábado. 27.04.2024

Nos hallamos en un ciclo electoral intenso, tanto que puede arrastrarnos a la desidia, a desengancharnos por efecto de la demasía, elecciones generales, locales, autonómicas y europeas se nos han echado encima de manera encadenada y nos dejan sin fuelle. Para combatir el estrés recomiendo el contragolpe, seguir en la liza, implicarse en la vida en democracia, eso que como la salud se echa de menos cuando se pierde. Comprendo que la cascada de eventos preelectorales, lecturas de sondeos y encuestas así como el constante ronroneo de expertos y pronosticadores produce cansancio, una suerte de machaconería que hace que para muchos la interjección más al uso sea la de que ¡por dios! que esto acabe de una vez. 

Desánimo que podría llevarnos a un error grave según mi punto de vista. Hay una parte de la población que cree que es mejor una  opinión fuerte e invariable que este constante negociar el qué, el cómo y el cuándo de la dirección política de nuestra sociedad. Parece que incluso en comunidades de sólida tradición democrática el abrazo al autoritarismo crece en segmentos sociales paradójicos: jóvenes y capas populares. Preocupante sin duda, pues el distanciamiento respecto del ejercicio elemental de la democracia conlleva una penalización en forma de cesión del acumulado de derechos conquistados a lo largo de la historia, y como en el caso de la salud severamente quebrada, uno no se recupera alegremente de tal pérdida. Manteniendo el símil de la salud, la mejor forma de conservarla es la prevención y la práctica de actividades estimulantes. La vigilancia de la salud democrática es el ejercicio (cívico) de acudir cuanto más mejor a los colegios electorales y practicar en las urnas el extenuante ejercicio de evaluar a quienes merecen nuestra aprobación y quienes nuestro rechazo. Desear renunciar a ejercer la práctica democrática equivale perder el vigor asociado al entrenamiento serio y constante, un error que se paga en diferido, con años de penitencia trumpiana. 

Este flan ético político tiene una guinda que es hacer extensible este cuerpo de valores a las minorías que de manera creciente se abren paso a través de la historia

Precisamente porque nos hallamos en un apretado ciclo de elecciones el debilitamiento de las capacidades entrenadas en el ejercicio del voto tiene una doble penalización, pues aún resta el esfuerzo final, la prueba reina o el partido del siglo que dicen los comentaristas deportivos: las elecciones europeas del próximo Junio. Probablemente las más decisivas de cuantas se han celebrado hasta la fecha. La participación ciudadana para la elección de parlamentarios de la Comisión ha sido percibida tradicionalmente como un evento de orden menor, muy por detrás de las elecciones a nivel nacional o local, una actividad sólo para los muy cafeteros, los muy adictos al juego de las instituciones y para sentar con cargo al erario público a decenas de figuras políticas a la carrera.

Hay razones para entender la pugna en las elecciones europeas como eso, como el bis de un concierto ya finalizado. Pero también hay razones de peso creciente de sentido contrario, de poner en la convocatoria del próximo Junio toda la carne en el asador, pues asistimos a fenómenos históricos recientes cuyo tratamiento solo puede abordarse desde lógicas  transversales de gestión a escala supranacional. El cerramiento de la identidad europea, que en la actualidad se liga al fortalecimiento de sus capacidades de defensa así como la conformación del segundo paquete financiero (el primero fueron los fondos anticovid) de corte federalista con la emisión de eurobonos para financiar esas capacidades, conlleva un proceso deliberativo con más impacto en las políticas nacionales y el estilo de vida de los europeos de lo que ninguna elección nacional pueda suponer para los ciudadanos de cada una de la nacionalidades confederadas en la UE. 

Asegurar el fortalecimiento de los valores y del derecho que fundamenta la Unión y sus sucesivas expansiones ha sido obra de una arquitectura institucional proactiva para proyectarlos sobre los vaivenes de la evolución social

Lo que los representes salidos de los sufragios de Junio habrán de plantear, debatir, contrastar  y finalmente legislar va a ser algo muy importante: mantener la identidad humanista europea o desentenderse de su protopacifismo para liarse a empujones con los problemas internacionales que nos afectan, migraciones, relevo energético y cambio climático. El Tratado de la Unión Europea conmina a los estados a provocar un acercamiento entre los pueblos de Europa y de hacerlo de acuerdo a sus valores inspiracionales, la dignidad humana situada en el centro rodeada de la libertad, democracia, igualdad y el respeto a la ley. 

Este flan ético político tiene una guinda que es hacer extensible este cuerpo de valores a las minorías que de manera creciente se abren paso a través de la historia. Asegurar el fortalecimiento de los valores y del derecho que fundamenta la Unión y sus sucesivas expansiones ha sido obra de una arquitectura institucional proactiva para proyectarlos sobre los vaivenes de la evolución social. Hablar de Europa es hablar del progreso de sus instituciones.

En Junio se presentarán como candidatos gentes que estigmatizan las funciones institucionales de la UE y las responsabilizan de debilidad congénita. Aprovechando el sentimiento de cansancio del electorado tratarán de colar en el proyecto europeo lo que ellos asocian a la existencia de una autoridad que combata la dispersión de responsabilidades que es básica en el funcionamiento institucional de la UE. Propondrán una serie de salidas encubiertas devolviendo el poder a las naciones (más fáciles de controlar) Querrán volar Europa con bombas de racimo de tipo Brexit.

Si quieres más Europa, juzga el apoyo al desarrollo de sus instituciones expuesto en los programas de cada candidatura. Y no te relajes, vota.

Más Europa, más fortaleza institucional