viernes. 29.03.2024

Cumplido un año de la invasión de los ejércitos de Putin en Ucrania y ante la perspectiva de una nueva ofensiva en primavera, a lo que cabe añadir la propuesta de China para resolver políticamente el conflicto, puede ser el momento de pararse a reflexionar sobre la guerra, sus riesgos y desafíos. De momento la única constatación es que la guerra sigue en el túnel. La pregunta es si se atisba algún destello de luz. Porque tendrá un final (como toda guerra) cuyo diseño se fragua en el campo de batalla pero se materializa en un acuerdo de paz. ¿Estamos acercándonos a ese momento? Posiblemente, porque como señala el estratega militar y filósofo chino Sun Tzu (hacia el 544 a. C.) en El Arte de la Guerra, no hay ejemplo de una nación que se beneficie de la guerra prolongada [1]. En todo caso, existen algunos aspectos que debemos tener en cuenta antes de analizar cuál puede ser la posible salida del túnel y si nos estamos acercando a ella.

Lo primero es despejar las dudas que sobre las intenciones de Putin todavía puedan seguir albergando quienes explican (aunque no aprueben) la guerra desde la actitud pasada de occidente. Y para ello nada mejor que recordar las justificaciones de Putin en su discurso ante la Asamblea Federal de Rusia el pasado 23 de febrero. En su solemne discurso dejó bien claro el motivo esencial de su guerra de agresión: reconquistar los territorios históricos de Rusia que hoy se llaman Ucrania, reivindicando el pasado imperialista de los zares (incluido su conservadurismo retrógrado). Para lograr la reconquista, el objetivo máximo era la ocupación completa de Ucrania y su desucranización mediante la instalación de un gobierno pro ruso, objetivo que se redujo a la anexión de un tercio de su territorio, convertido manu militari en parte de la Rusia eterna, es decir zarista [2]. ¡Si los viejos bolcheviques levantaran la cabeza (antes de que se la cortara el ultranacionalista Stalin)! Fracasado el objetivo máximo parece difícil que Putin acepte la derrota que supondría la renuncia al objetivo mínimo, entre otras poderosas razones porque se juega su destino y un final más bien sombrío. Tal vez por eso, Putin se pregunta retóricamente por qué no puede hacer él lo que ha hecho EEUU (la doble vara de medir que denuncia China), pese a que suponga admitir la naturaleza imperialista de su guerra. Una confesión que debería bastar para que cierta izquierda tuviera un posicionamiento claro y combativo contra la guerra de agresión de la Rusia de Putin. Tan claro y combativo al menos como lo tuvo contra las guerras imperialistas de EEUU. Si no ocurre así, al menos entre una parte de la izquierda nostálgica de la URSS, es por el trampantojo de los sedimentos formales de la Rusia estalinista (banderas, insignias, monumentos, narrativas épicas) que persisten todavía en la Rusia neozarista. Como señala el filósofo Paolo Flores d'Arcais, condenar la agresión y pedir la retirada de las fuerzas rusas de Ucrania es un mero flatus vocis si a las palabras no siguen las acciones para hacerlo efectivo proporcionando todas las armas que necesite la resistencia ucrania para que el pueblo no acabe masacrado y esclavizado, a pesar de todo su heroísmo [3].

Fracasado el objetivo máximo parece difícil que Putin acepte la derrota que supondría la renuncia al objetivo mínimo

Definido el carácter imperialista del putinismo, fijémonos en su contenido cultural. Si el imperialismo capitalista se justificaba porque traía la presunta defensa de la democracia y el progreso económico a los pueblos y naciones dominadas, Putin lo hace por la defensa de los valores tradicionales de la civilización cristiana. Y si Hitler, la barbarie imperialista en grado sumo, hablaba de degeneración racial, Putin clama contra la degeneración moral. Con el primero la paz sólo se alcanzó con la derrota del nazifascismo y el militarismo japonés tras los tristemente célebres intentos apaciguadores de Gran Bretaña y Francia. Hoy la paz se enfrenta a un trágico dilema: Rusia no puede vencer a Ucraniamientras siga apoyada por EEUU, la UE, la OTAN y Canadá, cuya ayuda militar es similar al presupuesto anual de defensa ruso (unos 63 millones de dólares), aunque cuente con un enorme arsenal nuclear que solo puede utilizar de boquilla; pero tampoco puede ser derrotada (salvo que Putin y el putinismo sean defenestrados por los propios rusos, lo que resolvería de un plumazo el conflicto) ya que su capacidad de respuesta militar es lo suficientemente grande. A su vez, y como consecuencia de lo dicho, Ucrania no puede derrotar a Rusia pero tampoco ser derrotada. La consecuencia más evidente de este dilema es que Ucrania solo podrá recuperar su integridad territorial y soberanía nacional mediante un acuerdo de paz abalado por la comunidad internacional, y auspiciado por la ONU sobre la base de una propuesta mutuamente aceptable. Y este es el meollo de la cuestión. El nudo gordiano que no se puede cortar con la espada pero tampoco sin ella. Lo que nos conduce directamente al campo de batalla.

Ni guerra sin diplomacia ni diplomacia sin guerra

Una vez que se inicia la invasión, la vía diplomática queda inexorablemente vinculada al desarrollo de la guerra. No cabe separarlas ni mucho menos contraponerlas. Proclamar la vía diplomática como única forma de conseguir la paz, con su corolario de oponerse a la ayuda militar a Ucrania, que debe realizarse bajo el principio de minimizar los riesgos de confrontación directa, supondría inevitablemente la derrota del agredido y la victoria del agresor. En la situación actual, dónde una parte del territorio de Ucrania ha sido anexionado por Rusia y mantenido por la fuerza, la vía diplomática no puede suponer que se aceptan los hechos consumados de la agresión imperialista de Putin. Es decir, para que la vía diplomática cuaje en un acuerdo de paz es necesario seguir apoyando con armamento, financiación y solidaridad al país agredido. Ciertamente, se puede considerar que la vía diplomática debe ser prioritaria, de forma que la ayuda militar (y las sanciones) deban subordinarse a ella. Pero iniciada la guerra las posibilidades de la vía diplomática dependerán del devenir del conflicto bélico y de las valoraciones coste-beneficio para el agresor. En otras palabras, una vez materializada la agresión militar y logrado defenderse el agredido, la vía diplomática necesariamente deberá encuadrarse en el proceso bélico y en los efectos de las sanciones. De ahí que la ayuda militar a Ucrania (y el incremento sancionador) sea necesaria si se quiere que la vía diplomática tenga éxito. No solo es una consecuencia lógica sino una evidencia histórica. Si analizamos el desarrollo de la guerra, vemos que la petición continuada de armas cada vez más eficaces y potentes por Ucrania responde a la necesidad de defenderse primero y recuperar el territorio perdido después. No es una petición ni gratuita ni belicista sino forzada. Una petición no solo lógica desde el punto de vista de la defensa de la integridad territorial y la soberanía nacional, sino moralmente justa al basarse en el Derecho Internacional y la Carta de Naciones Unidas, que es la base fundamental por la que los países civilizados deben debe guiarse 

Una vez que se inicia la invasión, la vía diplomática queda inexorablemente vinculada al desarrollo de la guerra. No cabe separarlas ni mucho menos contraponerlas

La guerra tiene sus propias dinámicas más allá del nivel tecnológico y el espacio geopolítico. Sustancialmente se mueve en la dialéctica de avanzar o retroceder, con fases de estancamiento transitorias, con pequeños avances y retrocesos que no alteran el equilibrio inestable. Y suelen ser en estos periodos de estancamiento cuando las gestiones diplomáticas tomar mayor protagonismo. Es decir, pese a que las gestiones diplomáticas suelen preceder a la guerra y seguir más o menos activas durante su desarrollo, es el curso y los efectos de la guerra quienes modulan los procesos de negociación. Carece de toda lógica, por tanto, pretender desligar la vía diplomática (exploración de la bases que permitan iniciar las negociaciones) del desarrollo de la guerra, creando una falsa dicotomía entre diplomacia y ayuda al país agredido. Por otra parte, la historia nos demuestra que las guerras modernas terminan en negociaciones de paz de acuerdo al desenlace bélico y los intereses de las partes involucradas en el conflicto: Tratado de Westfalia (1648), Congreso de Viena (1815), Tratado de Versalles (1919), Capitulación de Alemania (1945), Armisticio de Corea (1953), Acuerdo de París (1973), Acuerdos de Dayton (2020). En todos estos casos la guerra terminó con una victoria y la consiguiente rendición (con o sin condiciones), o un armisticio cuando el estancamiento y el coste del esfuerzo bélico no permitía un vencedor. Por tanto, la vía diplomática terminará alumbrando o un armisticio o un acuerdo de paz. Un armisticio no parece factible porque supondría crear un peligroso foco de inestabilidad en Europa, con enormes tensiones para una resolución final, que pueden desembocar en una nueva guerra aún más destructiva, con los mismos peligros de escalada y extensión actuales. Por otra parte, en la actual fase de estancamiento dinámico, con anunciadas ofensivas y contraofensivas, donde la posibilidad de victoria resulta remota y los costes (humanos, económicos y materiales) muy elevados, las posibilidades negociadoras aumentan notablemente. Particularmente en un mundo globalizado donde las repercusiones de la guerra terminan afectando a la economía mundial. De ahí que el primer intento para alcanzar la paz pase por lograr un alto el fuego que congele la actual fase de estancamiento para dar tiempo a unas difíciles negociaciones. No olvidemos que las guerras de agresión suelen terminar con la victoria o con la derrota del agresor. No suele haber término medio. 

Un armisticio no parece factible porque supondría crear un peligroso foco de inestabilidad en Europa, con enormes tensiones para una resolución final

Desde esta óptica, y sin caer en el optimismo voluntarista ni el pesimismo racional, debemos juzgar los primeros movimientos para alcanzar un acuerdo aceptable de paz en Ucrania. Antes que nada, y debido a su peso intelectual y moral, me gustaría mencionar al artículo publicado en el suplemento Ideas de El País, Por qué este es el momento de negociar la paz, del filósofo Jürgen Habermas [4]. Su alto nivel intelectual, la ponderación en sus sugerencias, y el peso de los argumentos, son una buena base para analizar la guerra imperialista de agresión desatada por Putin sobre Ucrania. En esencia, Habermas sostiene (sorprendentemente) que hay indicios de que Rusia no quiere negociar, lo que sería una razón de más para obligarla a hacerlo. Añade: Precisamente porque el conflicto afecta a una red de intereses más amplia, no puede descartarse de entrada la posibilidad de encontrar la manera de poner de acuerdo unas exigencias por ahora diametralmente opuestas que salve la cara a ambas partes. Sin tener en cuenta lo de salvar la cara a un agresor, esto se compadece mal con que (...) Putin ha tomado decisiones que hacen casi imposible entablar negociaciones prometedoras, ya que con la anexión de las provincias orientales de Ucrania ha creado hechos y cimentado reclamaciones inaceptables para los agredidos. Parece de sentido común que cuando el agresor no quiere negociar otra cosa que no sea la aceptación de sus conquistas (aunque pueda estar dispuesta a hacer concesiones en materia de seguridad) solo cabe crear una situación en la que termine aceptando la inutilidad de su agresión y conquista. Porque una negociación basada en el apaciguamiento, es decir, en el reconocimiento de intereses legítimos de Rusia en Ucrania, no es una negociación de paz, sino un intento de que la guerra no escale y/o no nos siga afectando. Habermas, como buen alemán, sabe lo que puede suponer el apaciguamiento con un líder ultranacionalista sin escrúpulos. ¿Era una cuestión moral impedir la guerra accediendo a las pretensiones expansionistas de Hitler? La moralidad se deriva de su necesidad defensiva (del país invadido, de la libertad perdida, de la democracia negada, del derecho a ser lo que eres y te sientes) ¿Qué tipo de apaciguamiento debemos concederle a Putin que sea aceptado por Putin y salve la cara? ¿El reconocimiento de sus conquistas de guerra? Porque si es así, habría que inutilizar la capacidad defensiva de los ucranios agredidos, masacrados, violados, expatriados. O no tenerlos en cuenta. O, un poco más cínico, tenerlos en cuenta pero siempre que acepten las condiciones de una paz impuesta. Las razones que urgen a poner fin a la guerra son, sobre todo, morales, señala el filósofo alemán, lo que no casa bien con que se interrogue: ¿la finalidad de nuestras entregas de armas a Ucrania es que esta “no pierda” la guerra, o más bien lograr la “victoria” sobre Rusia? Habermas no parece entender que las dos cosas son lo mismo, pues si Ucrania no pierde la guerra quiere decir que ha recuperado su integridad territorial y soberanía nacional, lo que es una victoria sobre Rusia. Lo paradójico es que Habermas admite que la alianza occidental no solo está legitimada para apoyar a Ucrania, sino también obligada políticamente a prestarle ayuda con entregas de armas, apoyo logístico y asistencia civil en su valiente lucha contra un ataque, contrario al derecho internacional, a la existencia y la independencia de un Estado soberano, y manifiestamente criminal. De ahí que confrontar victoria y no perder la guerraparezca más una coartada moral para justificar las concesiones a Putin si queremos parar la guerra. Puede que finalmente sea así, pero estaríamos ante una forma actualizada de apaciguamiento. No me parece muy ético darlo por inevitable. Tal vez por ello nadie se atreve a concretar cuáles podrían ser las concesiones, además del levantamiento de las sanciones: ¿Crimea? ¿Impunidad ante los crímenes de guerra y lesa humanidad? ¿Reconocimiento del Donbás como país independiente? Habermas se mueve en un mar de confusiones, tal vez agitado por el lógico horror a la escalada de la guerra. Yo me pregunto cómo se tomaría sus especulaciones bienintencionadas un soldado ucranio enfrentado a la ofensiva de los grupos mercenarios de Wagner en el frente de Bajmut. Ante esta dramática situación los auténticos pacifistas son los que se oponen a la guerra en Rusia, aún a riesgo de enfrentarse a duras penas de cárcel. La tarea fundamental del pacifismo responsable y coherente en los países que disfrutan de paz y libertad es solidarizarse y apoyar su heroica lucha. Paradójicamente, vestirse con los hábitos de un pacifismo angelical (ajeno a la izquierda. por cierto que siempre ha apoyado las luchas justas) lo que propicia es la prolongación de la guerra... o el triunfo del agresor.

Cuando el agresor no quiere negociar otra cosa que no sea la aceptación de sus conquistas solo cabe crear una situación en la que termine aceptando la inutilidad de su agresión y conquista

Más práctica, y significativa por su peso geopolítico y por la relación con Rusia, es la propuesta de China en su solución política a la crisis de Ucrania, que contempla básicamente un alto al fuego, el fin de las sanciones a Rusia, y el respeto a la soberanía, independencia e integridad territorial de todos los países en el marco de los principios de la Carta de Naciones Unidas. Sus 12 puntos contienen numerosas ambigüedades que no deberían convertirse en obstáculos, porque como dice la solución china, el diálogo y la negociación son la única salida viable para resolver la crisis. Y contiene algún posicionamiento de gran importancia estratégica, como cuando afirma que las armas nucleares no se pueden usar y la guerra nuclear no se puede librar. Hay que oponerse al uso o a la amenaza de armas nucleares, así como al desarrollo de armas biológicas y químicas por cualquier país bajo cualquier circunstancia. Hay que destacar que la posición de China en este aspecto es vital. Porque si la bomba atómica otorga impunidad a un país agresor se desarrollaría una vertiginosa e incontrolable carrera armamentista aumentando existencialmente el riesgo de conflagración nuclear y la consiguiente extinción de la humanidad. Sería la versión definitiva de la paz de los cementerios. En otras palabras, el chantaje atómico no puede entrar en la ecuación negociadora. A su vez, países como Brasil bajo el impulso de Lula, Turquía (que nunca ha cejado en el empeño) o India tambien se mueven para posibilitar el diálogo que lleve al acuerdo de paz. Sin olvidar los 10 puntos del presidente Zelenski. Aunque como era previsible el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, ha afirmado que por ahora no ve las condiciones para un final pacífico del conflicto en Ucrania, puede estar formándose la necesaria masa crítica que permita fraguar un acuerdo de paz. 

A estas alturas de la guerra parece claro que es necesario un esfuerzo diplomático multinivel para crear las condiciones de paz en Ucrania. Dicho esto, ninguna propuesta de paz tiene recorrido sin atenerse a lo que la Asamblea General de Naciones Unidas ha reiterado en varias resoluciones, la última el 23 de febrero, donde por amplísima mayoría -141 apoyos (incluido Brasil), 7 noes (Nicaragua, Bielorrusia, Rusia, Corea del Norte, Malí, Eritrea y Siria), y 32 abstenciones (entre ellas China, India, Sudáfrica y Cuba)- se insta a Rusia a poner fin de inmediato a las hostilidades y a retirarse de Ucrania. En un mundo ideal, y por lo tanto en el horizonte político-cultural que debería guiarnos, habría que proceder a una desmilitarización global y los países tendrían que resolver sus diferencias mediante el diálogo y el acatamiento de las resoluciones de Naciones Unidas, único organismo capacitado para ejercer la fuerza militar en caso de flagrante y violenta ruptura con los preceptos que rigen las relaciones internacionales. Potestad que hoy reside en el Consejo de Seguridad, por lo que debería ser reformado para que no haya ningún país con derecho a veto, lo que ha permitido a EE. UU., Rusia, y China, tomarse la justicia por su mano.

A estas alturas de la guerra parece claro que es necesario un esfuerzo diplomático multinivel para crear las condiciones de paz en Ucrania

Resumiendo. Las guerras son fenómenos muy complejos que obedecen a múltiples causas, pero su carácter existencialsimplifica las cosas: si me agreden y no me defiendo me matan, y si quien me ataca es más fuerte necesito que me ayuden. Como dice el historiador griego Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso los pueblos preparados para la guerra soportarán mejor la prueba de la paz. De ahí que las posibilidades de un acuerdo de paz exigen mantener la ayuda militar a Ucrania, e incrementarla de acuerdo al devenir de la guerra. Entre otras cosas porque el actual estancamiento puede brindar a la vía diplomática una oportunidad para alcanzar la paz basada en los principios del Derecho Internacional y la Carta de las Naciones Unidas. Como dice el filósofo estadounidense John Rawl (1921-2002), la paz no debe ser valorada teniendo solo en cuenta su utilidad, sino observando si se corresponde con normas reconocidas por todos [5]. Desde esta perspectiva, me gustaría pensar que estamos ante la primera y pequeñita luz que anuncia el final del túnel. Para que eso ocurra es necesario que el peso de lo real alimente el poder de lo imaginado.


[1] Sun Tzu. El Arte de la Guerra. Obelisco, 2009.
[2] El ideólogo del Kremlin, Timoféi Serguéitsev, explica en un artículo, publicado en abril de 2022 por la oficialista agencia de prensa, Ria Novosti, lo que debe hacer Rusia con Ucrania: Hay que proceder a una limpieza total. […] El nombre de Ucrania no puede ser mantenido […]  la desnazificación será inevitablemente una desucranización […] el ucranianismo es una construcción artificial antirrusa sin contenido civilizatorio propio, un elemento subordinado de una civilización extranjera […] (por lo que) la desnazificación de Ucrania es también su inevitable deseuropeización. Ver: Carmen Claudín, Ucrania, la derrota de Putin
[3] Ver: Paolo Flores d'Arcais. Ucrania: ¡Paz ya!
[4] Ver: ElPaís
[5] John Rawls. Una teoría de la justicia. Fondo de Cultura Económica, 1997.

Ucrania, la luz y el túnel