viernes. 26.04.2024
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Gobiernos, parlamentos, estrategas, militares, académicos y periodistas andan desde hace semanas envueltos en el torbellino de la crisis ucraniana, ante la eventualidad de un conflicto mayor entre Rusia y la OTAN. Con bastante frecuencia, en los análisis se confunden en hechos y especulaciones, intereses y percepciones, información y propaganda. No por primera vez, los medios se dejan llevar por la excitación de una guerra en ciernes. En este clima, es recomendable esforzarse en intento desapasionado de explicación de la crisis. 

LOS HECHOS

Desde 1990, se han incorporado a la OTAN cinco países del desaparecido Pacto de Varsovia (Polonia, Chequia/Eslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria) y los tres estados bálticos exsoviéticos (Estonia, Letonia y Lituania). Esto ha supuesto la extensión de la Alianza Atlántica hacia el Este, con una profundidad de 1.000 kilómetros desde la línea de división de Alemania establecida al final de la segunda guerra mundial. Rusia contempla bases y/o fuerzas a priori hostiles en los estados bálticos, a 200 kilómetros de San Petersburgo y 600 km. de Moscú.

Moscú sostiene que, tras el final de la guerra fría, Occidente se comprometió a no cercar a Rusia con la ampliación de la OTAN hacia el Este. Los dirigentes occidentales niegan ese compromiso, aduciendo que la pertenencia o no a una alianza es decisión soberana de los países y no el resultado de una imposición o un veto. Gorbachov ha dicho recientemente que, aunque no se firmó nada, el compromiso de la no ampliación fue siempre un sobreentendido. 

En la cumbre de 2008, celebrada en Bucarest, la OTAN, por iniciativa de la administración Bush, prometió a Ucrania y Georgia una “futura” incorporación. Tras ese compromiso, Georgia trató de recuperar el control de dos entidades con mayoría de población rusa (Abjasia y Osetia del Sur), lo que precipitó la intervención rusa y la derrota del ejército georgiano.

A finales de 2013, la decisión del gobierno del prorruso Yanúkovich de suspender las negociaciones con la Unión Europea, provocó una rebelión ciudadana, apoyada desde Occidente. Durante los enfrentamientos con la fuerzas de seguridad, se detectó la presencia de fuerzas ultraderechistas. Yanúkovich, privado del apoyo de Putin, que lo veía quemado, huyó y facilitó el acceso al poder de fuerzas políticas prooccidentales. 

Kiev ha intensificado sus demandas de integración en la OTAN y Moscú sus advertencias de que nunca tolerará tal eventualidad

En marzo de 2014, fuerzas de élite rusas camufladas realizaron una intervención relámpago y se hicieron con el control de la península de Crimea, que era territorio ucraniano desde 1954, por decisión de la dirección soviética, liderada entonces por Nikita Kruschev (ucraniano de nacimiento). En el puerto de la ciudad de Sebastopol se asentaba la fuerza naval meridional de la URSS. Poco después, fuerzas separatistas en las poblaciones de lengua rusa del este de Ucrania (Donbass) lanzaron una ofensiva contra el gobierno de Kiev, por considerar que sus políticas y su orientación prooccidental les perjudicaban gravemente. Estalló la guerra, los separatistas lograron el control en las regiones de Luhansk y Donetsk y pelearon por el control de la franja meridional ribereña del Mar Negro, hasta que los acuerdos de Minsk, promovidos por Alemania y Francia, establecieron un alto el fuego, el intercambio de prisioneros, el fin del apoyo militar ruso a los insurgentes y el compromiso de un régimen de autonomía política en las regiones orientales. Desde entonces, los dos primeros puntos se han cumplido parcialmente, con escaramuzas y dificultades. El tercero y cuarto son motivo de polémica. Kiev quiere que primero se replieguen las fuerzas rusas y Moscú afirma que sin la presencia disuasoria de Rusia los intereses políticos de los rusófilos no serán satisfechas.

El presidente ucraniano desde mayo de 2019, Volodymyr Zelensky, un humorista convertido en dirigente populista, acaba de presentar un plan para reforzar las medidas de confianza y entablar un dialogo directo con el Kremlin. El gobierno se siente marginado en las reuniones de la última semana (sólo estuvo en la la poco operativa OSCE) y trata de recuperar un protagonismo que Moscú le niega y Washington y Bruselas le escamotean.

A  largo de los últimos meses, Rusia ha ido acumulando tropas (más de 100.000 soldados), armamento (artillería, carros de combate y vehículos blindados) y material diverso en la proximidad de su frontera suroccidental, lo que ha disparado temores en el gobierno de Kiev y especulaciones en Occidente sobre una posible invasión/intervención militar rusa en Ucrania. Ante un grupo de cargos militares y de seguridad, Putin habló en diciembre de “medidas técnico-militares”, si Occidente persistía en su “actitud obviamente agresiva”. Meses antes, en abril, Putin advirtió que la respuesta rusa sería “asimétrica, rápida y dura”.

En los últimos seis o siete años, las fuerzas ucranianas han sido reforzadas con material militar occidental de rango bajo o medio, programas de adiestramiento y asesoramiento occidental de primer orden. El coste de esta ayuda reforzada ha sido de 2.500 millones de $. Sólo en los últimos tres meses, la defensa ucraniana ha recibido 180 misiles del tipo Javelin, dos buques patrulleros, munición abundante y equipamiento diverso. Kiev ha intensificado sus demandas de integración en la OTAN y Moscú sus advertencias de que nunca tolerará tal eventualidad.

La pasada semana se celebraron tres rondas de conversaciones, sin aparentes avances: una bilateral entre Moscú y Washington, el Consejo OTAN-Rusia y una sesión ministerial de la OSCE (foro de seguridad y cooperación que reúne a todos los países del continente, más EE.UU y Canadá). En las tres, Rusia presentó sus demandas o exigencias: renuncia de la OTAN a continuar su extensión al Este, revisión del despliegue militar occidental en los países orientales y prohibición de armas nucleares en Europa (Trump denunció en 2018 el tratado INF sobre misiles del alcance intermedio, aduciendo que Moscú lo incumplía). Se anuncia un encuentro de ministros de exterior ruso y norteamericano, este viernes, en Ginebra. 

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LAS PERCEPCIONES

Para Rusia, Ucrania es un país vital en su perímetro de seguridad. Aparte de este factor estratégico, el Kremlin agita la aspiración nacional de reintegrar en el espacio propio un territorio considerado como cuna de la patria rusa. Durante siglos, Ucrania fue la frontera frente al Imperio Otomano; de ahí deriva su nombre (Krajina). En julio, Putin publicó un artículo en el que alentaba la “unidad histórica de rusos y ucranianos”.

Rusia estima que la consolidación de la deriva occidentalista de Ucrania es el paso definitivo para aislar y atosigar a Rusia, que comenzó con la desaparición de la URSS. El ingreso de Ucrania en la OTAN es inaceptable, porque los adversarios de Rusia avanzarían hasta su misma puerta. Incluso, sin una incorporación formal, la creciente cooperación militar entre Ucrania y Occidente convierte a ese país en plataforma de intimidación contra Rusia. 

Las autoridades rusas se han mostrado equívocas o imprecisas sobre sus planes. Los diplomáticos que han participado en las recientes conversaciones han priorizado un registro negociador, sin dejar de apremiar sobre acuerdo pronto y satisfactorio. En un tono más duro, Putin y sus ministros advierten que la paciencia de Rusia se agota y reafirman las líneas rojas para Moscú. El titular de Defensa, Sergei Shoigu, ha denunciado, sin dar pruebas, que mercenarios norteamericanos habían introducido en Ucrania “componentes químicos”.

Tatiana Stanovaya, analista rusa de la consultora estratégica R.Politik, crítica con el Kremlin, considera que esta ambivalencia rusa es muy del agrado de Putin. Otros exmilitares o exdiplomáticos que trabajan para instituciones norteamericanas, como el Carnegie Center, señalan que Putin concentra el poder decisorio y no tiene que responder ante un Politburó. 

Estados Unidos cree que Rusia trata de ampliar su área de influencia, incluso su territorio, para recuperar gran parte del poder intimidatorio de que dispuso durante la guerra fría. Se atribuye al Kremlin una intención revisionista de las relaciones de poder establecidas a comienzos de los noventa. El equipo de seguridad norteamericano perciben en las reclamaciones rusas un tono de agresividad y unilateralismo y la vía diplomática es una simple tapadera o distracción. Europa sigue siendo un mercado fundamental para Estados Unidos, pese a haber perdido peso en las últimas décadas, en beneficio de Asia.

En Europa, se coincide en la intención revisionista de Moscú con respecto a 1990. El establecimiento de un gobierno prorruso en Ucrania se contempla como un vuelta indeseable a los riesgos de amenaza militar, reales o supuestos, que caracterizaron a la guerra fría. De ahí que se mantenga oficialmente una línea de cohesión aliada, coherente con el propósito de restablecer la sintonía transatlántica después del tormentoso periodo de Trump. Pero a partir de este análisis común, se detectan diferencias y matices. 

Los países más beligerantes son los antiguos satélites de la URSS (Polonia, los estados bálticos, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania), debido a la experiencia sufrida durante el periodo soviético. Junto a esta percepción sombría, se dibuja una impresión más pragmática en las grandes potencias europeas, Alemania y Francia a la cabeza, en las que priman más las oportunidades económicas que el riesgo militar. Rusia, se estima, no está en condiciones de asumir los riesgos económicos y militares que comportaría una ocupación de Ucrania.  Pero el eje París-Berlín tampoco comparte un libreto del todo idéntico en las relaciones con Moscú. 

Alemania ha priorizado hasta la fecha las necesidades energéticas. Si el nuevo gobierno continua con la línea Merkel, como parece, surgirán puntos de fricción en la coalición a tres. El canciller Scholz quiere preservar el gasoducto NordStream2, ya concluido pero pendiente de entrar en funcionamiento, según se dice por problemas técnicos y administrativos. El Partido socialdemócrata evoca la Ostpolitik de Willy Brandt en los setenta, para afirmar una política de cooperación crítica con Moscú. Por el contrario, la ministra de exteriores, Annalena Baerboeck, defiende una línea más exigente con el Kremlin, basada en “principios”. Además, en su condición de colíder de los Verdes, Baerboeck desea que decrezca la dependencia alemana del gas ruso en favor de las energías renovables. Asesores de Scholz le han recordado a la ministra que las directrices de política exterior se fijan en la Cancillería. 

Washington deja saber que el Kremlin ha iniciado una campaña de agresiones cibernéticas contra su vecino y ha preparado actos de provocación para fabricar una falsa agresión ucraniana como pretexto para invadir

Francia comparte los análisis de la OTAN (de cuya estructura militar no forma parte desde mediados de los sesenta). París ha defendido siempre una defensa más autónoma, ante las reticencias alemanas. Pero los años traumáticos de Trump y la percepción de que Europa interesa menos a Estados Unidos que hace unas décadas han acercado a París y Berlín. La sonora crítica de Macron a la OTAN, a la que consideró en estado de “muerte cerebral”, generó muchas críticas pero atizó el debate sobre la autonomía estratégica europea. 

LAS ESPECULACIONES

A partir de los hechos y las percepciones, se precipitan las especulaciones, favorecidas en parte por filtraciones de los núcleos de poder, sobre una eventual intervención militar rusa.  

El escenario más modesto sería la consolidación del control ejercido sobre el sureste de Ucrania tras las operaciones bélicas de 2014 a 2016 y las escaramuzas subsiguientes. Para ello, Moscú tendría que incrementar el apoyo militar directo a los separatistas del Donetsk, lo que implicaría la reanudación abierta de la guerra en la zona (ahora hay continuas pero limitadas violaciones del alto el fuego), hasta conseguir una victoria que les permitiera proclamar el establecimiento de repúblicas independientes en las regiones de Luhansk y Donetsk. Para consolidar este objetivo, sería necesario controlar la cercana ciudad portuaria de Mariupol (en disputa desde 2014) y un corredor terrestre entre el río Dnieper y el Mar Negro. De esta forma, se conectarían las dos regiones rusófilas con la península de Crimea. En círculos políticos y militares rusos se denomina a ese territorio Novorossiya (Nueva Rusia).  

No obstante, este escenario no impediría lo que más inquieta a Rusia, es decir, la integración de Ucrania en la OTAN, formal o práctica; al contrario, más bien lo estimularía. De ahí que se especule con otro planteamiento bélico más ambicioso, basado en tres estrategias acumulativas, si fuera necesario: la amenaza de conquista de territorio adicional (por ejemplo, mediante una operación lanzada desde Bielorrusia, donde se realizarán maniobras en febrero);  la destrucción de las fuerzas armadas y de las infraestructuras vitales ucranianas;  y, a la postre, la caída o del gobierno ucraniano, obligándolo a negociar la rendición. En función de la capacidad de resistencia ucraniana, se requerirían recursos específicos: uso intensivo de la artillería desde terreno fronterizo ruso, bombardeos aéreos sin botas sobre el terreno (como hizo la OTAN en Serbia en 2000), ciberguerra u ocupación militar generalizada. 

Fuentes militares rusas no siempre identificadas o en la reserva han sugerido otras medidas de presión sobre Washington, como el despliegue de armas nucleares en la cercanía del territorio norteamericano, para crear una situación de equiparación de riesgos y poner a Washington en la tesitura que Rusia debe soportar, es decir la proximidad de un despliegue militar del adversario. Este escenario ha hecho que algunos comentaristas hayan evocado la crisis de los misiles de 1962, ahora reproducida en la propia Cuba o en Venezuela. 

Washington deja saber que el Kremlin ha iniciado una campaña de agresiones cibernéticas contra su vecino y ha preparado actos de provocación para fabricar una falsa agresión ucraniana como pretexto para invadir. Altos responsables estadounidenses han dicho que no se puede dar por segura y/ o inevitable una agresión militar rusa, pero indican que la actividad detectada por satélites y observadores sobre el terreno no es usual o propia de un tiempo de paz y hace temer que Moscú se está preparando para esa iniciativa bélica.  

Los medios y analistas estiman que la primera respuesta de la administración Biden será la imposición de sanciones, como ya hizo Obama después de Crimea. Pero ahora se apuesta por una panoplia más extensa, profunda y dañina para la economía rusa. Se ha barajado la exclusión de Rusia de las instituciones financieras internacionales y del mecanismo de transacciones interbancarias SWIFT. Además, se decretaría un embargo de productos en sectores de alta tecnología (aeronaval, comunicación, cibernética, robótica, inteligencia artificial, etc.); y, en una versión más dura, en mercancías industriales de consumo doméstico.

Como se duda de la eficacia de estas medidas económicas, por la acumulada reserva rusa de dólares y oro y la cooperación con China, se habla de planeamientos estrictamente militares. Lo más básico sería reforzar la capacidad de insurgencia en el interior de Ucrania en caso de invasión rusa e incrementar de la ayuda militar al gobierno de Kiev. Un tercer elemento de presión consistiría en ampliar el despliegue aliado en los países aliados más próximos a Rusia, como ya se hizo con la creación de una brigada de desplazamiento rápido después de Crimea.

Un exsubsecretario de Defensa para Europa y la OTAN en la época de Obama, Jim Townsend, ha dibujado una lista de recomendaciones ante un eventual escenario bélico: despliegue rotatorio de dos equipos de brigadas acorazadas de combate (ABCT’s) en Alemania, con la tarea de entrenar y preparar tropas aliadas desde el Báltico hasta el Mar Negro; reforzar la fuerza de reacción rápida y los batallones de combate multinacionales en Polonia y los estados bálticos para prevenir incursiones rusas y rearmar a Ucrania con equipamiento mucho más letal sin tantas precauciones como se adoptaron en 2014 para no provocar una reacción rusa.


REFERENCIAS 

“Ukraine: inquiétude et maneouvres diplomatiques àpres une semaine de discussions infructueuses”. LE MONDE, 14 de enero; “As Russia and U.S. debate, Ukraine would like a say”. THE NEW YORK TIMES, 9 de junio
Artículo de Putin sobre la unidad ruso-ucraniana
“Putin’s next move in Ukraine is a mistery. Just the way he likes it”. ANTON TROIANOVSKY THE NEW YORK TIMES, 11 de enero.“Russia issues subtle threats more far-reaching than a Ukraine invasion”. THE NEW YORK TIMES, 16 de enero.
“How Russia’s Military is positioned to threaten Ukraine”. MICHAEL SCHWIRTZ y SCOTT REINHARD. THE NEW YORK TIMES, 7 de enero
“U.S. details costs of a Russian invasion of Ukraine”. DAVID SANGER y ERIC SCHMITT. THE NEW YORK TIMES, 8 de enero. 
“Germany has a Russia problem”. MATHIEU VON ROHR. DER SPIEGEL, 18 de enero.
 “U.S. considers backing an insurgency if Russia invades Ukraine”. HELENE COOPER. THE NEW YORK TIMES, 14 de enero. 
U.S. says that Russia sent saboteurs into Ukraine to create pretext for invasion”. DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 14 de enero.
“Russia, Ukraine, Kazakhstan and the European Security Order (Ronda de opinions de expertos de la BROOKINGS INSTITUTION), 11 de enero.
“Can Diplomacy rescue European Security?” (Ronda de opiones de expertos de la CARNEGIE, coordinada por JUDY DEMPSEY), 13 de enero
“What Will it take to deter Russia”. JIM TOWNSEND. FOREIGN AFFAIRS, 7 de enero.
“Russia thinks America is bluffing. To deter an Ukraine invasion, Washington threats needs to be tougher”. CHRIS MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 10 de enero.

La crisis de Ucrania: hechos, intereses, percepciones y especulaciones