TRIBUNA DE OPINIÓN

Dos disparos a la democracia

Los autores intelectuales del intento de homicidio a la vicepresidenta argentina no fallaron; falló la mano ejecutora, falló el autor material. 

El magnicidio que milagrosamente no ocurrió obliga a la sociedad argentina a reflexionar respecto de la naturalización del odio, de la estigmatización, de la criminalización que desde la fundación misma del peronismo los medios hegemónicos y la rancia derecha alimentan impunemente. 

Las palabras no son inocuas. Las palabras son actos. Las palabras pueden matar. Y en las usinas informativas del poder económico concentrado lo saben, como también lo saben los representantes del Poder Judicial que juegan al fútbol con Mauricio Macri. Lo saben quienes alientan la irracionalidad de los iracundos en pos de provocar ese efecto tan deseado que ayer se materializó en dos disparos silenciosos a la cabeza de Cristina Fernández de Kirchner. Los discursos de odio terminan permeando en el ignorante manipulado que cree que “son ellos o nosotros”, tal como sostuvo el Diputado Nacional de Republicanos Unidos, Ricardo López Murphy, dos días antes del atentado.

La cultura del odio crece a fuerza de falsedades convertidas en grandes titulares que se inoculan como verdades absolutas en las mentes embrutecidas de una facción de la sociedad que ignora estar siendo manipulada, que no comprende, que no logra dimensionar hasta qué extremos está siendo forzada a defender intereses que le son ajenos.

El atentado contra la vicepresidenta argentina es la consecuencia de años de inoculación de odio, de ese odio irracional que despertó Cristina en la elite dominante

Los mismos medios que ocultaron el genocidio ocurrido entre 1976 y 1983 pretendían ayer minimizar el intento de magnicidio, al igual que lo hicieron algunos representantes de la oposición que sin embargo han aplaudido la colocación de bolsas mortuorias y guillotinas en las marchas en contra del gobierno. Son los profetas del odio insuflando la ira de sus energúmenos, esos que piden pena de muerte, hijos y nietos de los autores del “Viva el Cáncer” que ahora pintan carteles con la inscripción “Muerte a Cretina”, esos que cuelgan muñecos ahorcados, que piden matar a los “zurdos de mierda”, que escupen a la cara de los periodistas no alineados con el ideal de la derecha. 

El dedo que ayer gatilló dos veces también le corresponde al fiscal que acusa sin pruebas, al juez que falla en contra de la ley y le niega a la vicepresidenta su derecho a la defensa, al Grupo Clarín que envenena con la violencia verbal de sus prostitutas de la comunicación, y a la facción de la sociedad que avala y acepta la violencia de los sicarios de la prensa que ahora muestran todo su cinismo haciendo un llamado a la “paz social”.

Nunca antes en la historia de la democracia argentina una persona de la escena política fue tan atacada y agredida. Tan descalificada con los estigmas con los que se ha perseguido históricamente a las mujeres. Una rivalidad política en donde se añade el odio de género; porque la violencia ejercida contra Cristina Fernández de Kirchner también es una violencia machista. Y de haberse concretado ayer su asesinato, se hubiera tratado, además de un magnicidio, de un femicidio.

“La pistola ha fallado, pero la han cargado quienes llevan años señalando y deshumanizando, quienes detestan sus ideas y el cariño popular demostrado estos días”, escribía ayer Iñigo Errejón

La derecha fascista argentina ha llevado a la democracia al borde del abismo. En este sentido podría decirse que ha conseguido su objetivo, le ha gatillado a la cabeza. Porque para la derecha la democracia no sirve si no está en manos de alguno de sus representantes, si no está en poder de los mercaderes que sirven de guardianes de los intereses que Estados Unidos tiene en su patio trasero. 

El atentado contra la vicepresidenta argentina es la consecuencia de años de inoculación de odio, de ese odio irracional que despertó Cristina en la elite dominante al conceder derechos y abogar por equilibrar una balanza que siempre beneficia a los poderosos. Porque tal como dejó escrito para la posteridad Don Arturo Jauretche “La multitud no odia, odian las minorías. Porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor".