TRIBUNA DE OPINIÓN

Brasil se libró de Bolsonaro

En solo unas horas, el país cambió mucho más que un presidente.

@jgonzalezok | Millones de brasileños están experimentando estas últimas horas una sensación parecida a la de los parisinos el 25 de agosto de 1944, cuando las tropas aliadas entraron en la ciudad y la liberaron de los nazis. El capitán Raymond Dronne, del Regimiento del Chad, fue el primer soldado francés en entrar en París, momento en el cual el repique de campanas de todas las iglesias, empezando por la de Notre Dame, competía con La Marsellesa, cantada por cientos de miles de ciudadanos. 

La comparación puede parecer exagerada. De hecho es exagerada, teniendo en cuenta que en las elecciones ganadas por Lula hubo 58 millones de personas que votaron por Bolsonaro en la segunda vuelta. Y sería minimizar la barbarie nazi, una de las grandes tragedias que vivió la humanidad.

Pero no deja de ser una emoción subjetiva, en reacción a los cuatro años de gobierno de Jair Bolsonaro. Un gobierno que puso en serio peligro la democracia, con la amenaza de un autogolpe militar siempre acechando y una política que amenazó derechos básicos individuales. 

La ocupación de París duró 1.931 días, 15 meses más de los que gobernó Bolsonaro. Por suerte, el objetivo final del brasileño no llegó a consumarse, gracias sobre todo a que las instituciones resistieron, empezando por el Supremo Tribunal Federal y el Tribunal Supremo Electoral. 

Brasil dejó atrás un país de tinieblas, reaccionario, destructor de la naturaleza, desigual, armamentista, homofóbico, enemigo de la cultura  y negacionista de la ciencia

Hitler había ordenado: “París no debe caer en manos del enemigo. De no conseguirlo, el enemigo no debe encontrar más que un montón de ruinas”. 45 puentes sobre el Sena, estaciones de tren, instalaciones de agua, luz y electricidad, además de los edificios más emblemáticos de la capital, tenían ya cargas explosivas para cumplir la orden de destrucción. Por suerte, las tropas comandadas por el general francés Philippe Leclerc, “El León Impaciente”, como lo bautizaron los norteamericanos, llegaron a tiempo. Como llegó a tiempo el presidente Lula, desfilando por la Explanada de los Ministerios de Brasilia, en un Rolls Royce descubierto, certificando el vigor de la democracia brasileña, frente a la posibilidad de que ese trayecto fuera transitado por tanques militares, como pedían los alucinados bolsonaristas horas antes. 

Cuando el 31 de diciembre, a medianoche, acababa formalmente el mandato de Bolsonaro, empezaron las celebraciones en todo Brasil. Primero, por la llegada del nuevo año, con concentraciones tan impresionantes como de la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, donde hubo más de 2 millones de personas que se concentraron para asistir al impresionante espectáculo de fuegos artificiales y shows de música. Similares conmemoraciones se repitieron en todo el país. Pero también se celebraba el fin del gobierno de Bolsonaro y la plena asunción del poder, unas horas más tarde, por parte de Luiz Inácio Lula da Silva, el primer brasileño que logra convertirse en presidente por tercera vez, a través del voto. Getulio Vargas también fue tres veces presidente, pero sus dos primeros períodos fueron una dictadura. 

Bastaron unas horas para que Brasil dejara atrás un país de tinieblas, reaccionario, destructor de la naturaleza, desigual, armamentista, homofóbico, enemigo de la cultura  y negacionista de la ciencia. Bolsonaro, fiel a su biografía, dejó el país sin reconocer su derrota en las urnas, en lo que muchos calificaron como una huida, incluso entre su propia tropa. Usó un avión de la Fuerza Aérea, aunque se trataba de un viaje particular. Y se instaló en la casa de un luchador brasileño de MMA (artes marciales mixtas), muy cerca de Disney, en Florida.