viernes. 26.04.2024
Bolsonaro

@jgonzalezok |

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, firmó la ficha de afiliación a un nuevo partido político, el PL, después de pasar a lo largo de su carrera en el Congreso brasileño por siete agrupaciones diferentes. En todos ellos tuvo escasa relevancia, formando lo que se conoce en Brasil como el bajo clero de la política. Solo era conocido por algunas de sus declaraciones defendiendo la última dictadura, la tortura, el armamento de la población, o por sus exabruptos homofóbicos y machistas.

Cuando faltan poco más de diez meses para las próximas elecciones generales y aspirando a la reelección -aunque las encuestas le son sumamente desfavorables-, Bolsonaro necesitaba un partido que le asegure financiamiento para la campaña y derecho a tiempo de propaganda electoral en la televisión. Una formación desprestigiada e involucrada en escándalos, que se allanó a todas las exigencias de Bolsonaro.

El mandatario brasileño se había alejado en noviembre de 2019 del partido con el que se presentó a las elecciones, el PSL. Fracasó en su intento de fundar su propia agrupación, que iba a llamarse Alianza por Brasil, al no conseguir reunir las firmas necesarias: se requieren casi 500.000, pero solo logró 156.000 y de ellas solo 3.976 en Río de Janeiro, cuna política del bolsonarismo.

En los últimos meses, primero entró en negociaciones con algún partido pequeño, con el fin de que pudiera ser controlado por él y sus hijos, pero sin éxito. Es ahí que comenzó a conversar con otros partidos mayores, como PL, PP, PTB, PRTB, Patriota y Republicanos. Una sopa de letras incomprensible, cuyos nombres son pura fantasía, ya que nada indican sobre su supuesta orientación o ideología, por lo que es inútil aclarar a qué se refieren las siglas.

Esos partidos son lo que en Brasil se conoce como Centrão (aumentativo de centro), también conocidos como fisiológicos, que carecen de convicciones y que son capaces de aliarse con partidos de todo el espectro, desde la extrema derecha de Bolsonaro a la izquierda del PT. Y hacerlo incluso simultáneamente, apoyando a un partido en un estado y a otro en otro distrito o a nivel federal. Estas alianzas siempre tienen un precio, en forma de cargos y presupuestos.

Bolsonaro, que llegó a la presidencia como un discurso antisistema y que decía abominar estas prácticas políticas, ahora se afilia al PL, actualmente con 43 diputados y que es el más claro exponente del Centrão. Presidido por Valdemar Costa Neto -más propiamente habría que hablar de dueño, en vez de presidente-, participó en todos los gobiernos desde el 2003. Es decir, se alió sucesivamente con Lula, Dilma Rousseff, Michel Temer y Bolsonaro. También estuvo en el centro de todos los escándalos por corrupción durante ese período y el propio Costa Neto fue preso después de ser condenado a más de siete años de cárcel por corrupción, en el caso conocido como mensalão. Al afiliarse a este partido, Bolsonaro tuvo en cuenta que el PL podría aliarse en las elecciones del año próximo al PT, como lo hizo en el pasado.

El ex presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) recuerda en su libro de memorias políticas, Diários da Presidência, que sufrió la presión chantajista de Costa Neto: “Solo va (al Palacio de Planalto) a pedir nombramientos para posiciones donde pueda obtener ventajas, y ventajas claramente pecuniarias”, dice en una entrada de agosto de 1995. Tres meses después aclara que los nombramientos que pretendía el partido no podían ser atendidos por “falta de gente competente y que sea honesta”. En otra entrada del 2001, Fernando Henrique Cardoso calificó de “banda” a los diputados del PL y recuerda que lo amenazaron con impulsar una Comisión de Investigación Parlamentaria si no recibían determinados cargos, incluyendo la dirección de Petrobrás, una empresa semiestatal apetitosa por la cantidad de recursos disponibles.

El presidente y su familia quieren un control total del partido en el que ingresen para disputar la próxima elección, incluyendo la nominación de candidatos y la imposición de la pauta conservadora con la que intentan cambiar el país. La historia de los hijos de Bolsonaro es igual de inconsistente que la del padre. Todos se afiliarán al nuevo partido: Flávio, el mayor, que lo hizo al mismo tiempo que se progenitor, ya pasó por 6 partidos diferentes, siendo Patriota el último; Carlos, ahora en Republicanos, ya rellenó la ficha partidaria en otras cinco formaciones; y Eduardo está afiliado al PSL, el cuarto partido en su historia.

Brasil es el segundo país en el mundo, después de India, con mayor fragmentación partidaria

El sistema político brasileño tiene como característica lo que el politólogo Sérgio Abranches calificó como “presidencialismo de coalición”, en el que es imposible que un partido tenga mayoría propia y el presidente se ve obligado a armar su gabinete con diferentes grupos partidarios, que le aseguren apoyo legislativo. La segunda peculiaridad es el enorme número de partidos políticos existentes, que configuran una sopa de letras de difícil comprensión para quien no conoce los entretelones de la política local. Brasil es el segundo país en el mundo -después de India- con mayor fragmentación partidaria: tras la elección de 2018, 30 partidos consiguieron  representación parlamentaria, aunque después se produjeron algunas fusiones, dejando en 24 esta cifra.

Es un fenómeno creciente en el tiempo, ya que en 1998 eran 18 partidos los representados en la Cámara de Diputados. El fenómeno fue impulsado por la entrada de los evangélicos en la política, a partir de 1990, y que no se concentran en un solo partido, sino en varios. En los diez últimos años, además, muchos partidos han cambiado su nombre, añadiendo confusión en el elector.

Se tomaron algunas medidas para disminuir esta dispersión, pero algunas de ellas fueron revertidas. Fernando Meireles, investigador del Centro Brasileño de Análisis y Planificación (Cebrap), dijo al diario O Globo que el diseño actual del Congreso brasileño, con tantos partidos, afecta cualquier negociación que tenga que ver con el parlamento, y reduce la previsibilidad del proceso legislativo: “Brasil tiene un caso problemático de gobernabilidad, por el número de partidos. Es difícil organizar la mayoría y negociar los temas que van al plenario”.

Pero lo cierto es que hay incentivos para la creación de nuevos partidos. Solo se necesita recoger las firmas necesarias y, a partir de ahí, empieza a recibir dinero del Estado, aunque no logre elegir representantes. Son, en muchos casos, emprendimientos familiares, donde no existe la democracia interna. De acuerdo a Meireles, quien crea un partido consigue perpetuarse al frente del mismo y no necesita enfrentar una competencia interna, convirtiéndose en dueño del mismo: “Con el fondo partidario y el tiempo de televisión, en un escenario en que se alíe con un partido mayor, se vuelve interesante para cualquier político el controlar una sigla a nivel estatal”.

No es solo Bolsonaro el que entró en el mercado de fichajes. En las últimas semanas los principales diarios vienen informando de ministros y parlamentarios que negocian un cambio de partido. Al menos cinco ministros ingresarán al PL siempre por cálculos electorales, no por diferencias ideológicas. El pase de un partido a otro, como si fueran futbolistas que cambian de equipo, es un fenómeno que se da sobre todo en el Centrão, pero alcanza a algunos partidos que hasta hace un tiempo eran considerados como tradicionales, como el PSDB, del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, que podía considerarse socialdemócrata, o el MDB, de centro derecha. Solo en la izquierda las diferencias están provocadas por cuestiones doctrinarias, siendo el caso más notable el del PSOL, escisión por la izquierda del PT después de los escándalos de corrupción.  

Bolsonaro, crónica de una infidelidad política incorregible