viernes. 29.03.2024

La creciente financiarización, mediante una economía paralela con escaso control de los Estados, está garantizando a los capitalistas un enriquecimiento insolidario, la evasión y elusión de impuestos

Resulta difícil encontrar algún aspecto positivo en una crisis como la que vivimos, pero lo cierto es que ha servido para revelar la fragilidad latente de nuestros sistemas fiscales. Eso no significa que las dificultades de muchos estados para sostenerse y desarrollar políticas redistributivas hayan sido consecuencia de la quiebra financiera. En realidad, el declive de los impuestos había empezado con la revolución neoliberal que cuajó en los 80, momento en el que los capitales comenzaban a ser libres en su búsqueda de beneficios por todo el mundo. Fue así, en este marco competitivo y desregulado, como los países y sus necesidades recaudatorias pasaron a ocupar un papel subalterno frente a los mercados globales, considerados desde entonces generadores preferentes de riqueza y crecimiento.

Pese a que la mayor prosperidad en el capitalismo y la implantación de los estados del bienestar no se habrían alcanzado sin una buena recaudación, redistribución e inversiones públicas, la revolución de los ricos impuso su criterio: los países no deben entorpecer el juego global con sus aspiraciones solidarias; solo el dinamismo y la eficiencia de los capitales sin ataduras permiten sobrevivir a las nuevas reglas. La sumisión a este mandato fue tan completa que en 2000 costaba creer que unos 20 años antes algunos países desarrollados hubiesen llegado a gravar los tramos más altos de la riqueza con tipos superiores al 80%.

Reducir impuestos comenzó a considerarse la vía más adecuada para atraer inversiones, y limitar las políticas redistributivas se aceptó como requisito natural. En España, por ejemplo, abundan los posicionamientos contrarios a la progresividad y favorables a la laxitud tributaria con los capitales. El argumento de la doble imposición es un clásico. Sostiene que satisfacer el impuesto sobre el patrimonio (teóricamente, el resultado de una acumulación de rentas que ya tributaron), obliga a los propietarios a pagar dos veces. Olvidan que cualquier sistema fiscal requiere impuestos complementarios, y evitan reconocer que cualquier trabajador que recibe su sueldo tras pagar el IRPF debe abonar también el IBI, el IVA u otros gravámenes. Otra vía consiste en priorizar la eficiencia en detrimento de la igualdad. Es el caso de las propuestas de IRPF de tipo único para todos los niveles de renta, a sabiendas de que, aun con un mínimo exento, favorece notablemente a quienes más ganan. Incluso se ha llegado a pedir la derogación del Impuesto de Patrimonio en base a que, de todos modos, las posibilidades de elusión fiscal serían enormes...

Este es el argumentario que viene transformando nuestros sistemas fiscales, pero hasta las instituciones más favorables al capital han reconocido que esta tendencia acarrea una alarmante desigualdad social y lastra la inversión y el crecimiento. Si la célebre curva de Laffer ("Bajar impuestos aumenta la recaudación.") ya fracasaba en tiempos de Reagan, hoy existen muchos países que muestran cómo la pujanza económica puede basarse en impuestos progresivos. Sin embargo, no hay razón que detenga al rodillo neoliberal. Al contrario, la creciente financiarización, mediante una economía paralela con escaso control de los Estados, está garantizando a los capitalistas un enriquecimiento insolidario, la evasión y elusión de impuestos y paraísos fiscales para ocultar sus riquezas.

La "marca España" es puntera en regresividad

El 83% de nuestra recaudación fiscal de 2016 procedía de las familias (IRPF e IVA)

De todo ello es un buen ejemplo España, uno de los países que menos recauda, que cubre menos gasto social y que padece niveles de desigualdad más alarmantes. La "marca España" es puntera en regresividad. Nuestro IRPF dual carga el esfuerzo tributario en las vigiladas rentas del trabajo mientras lo rebaja en las escurridizas rentas del capital; además, se han minimizado o eliminado impuestos de patrimonio y sucesiones a pesar de ser progresivos, movilizar riqueza inactiva y gravar solo a los privilegiados. Y, para colmo, se aumenta el IVA, un gravamen que perjudica especialmente a la población humilde. Como resultado, el 83% de nuestra recaudación fiscal de 2016 procedía de las familias (IRPF e IVA), mientras el Impuesto de Sociedades aportaba un ridículo 12%, en gran parte gracias a bonificaciones y exenciones que logran degradar una base nominal del 30% a una base real cercana al 3% para grandes empresas.

Pero la originalidad de nuestra marca llega más lejos aún. Los adinerados disponen de SICAV, presuntas sociedades de inversión que acaban tributando habitualmente al 1% y se usan para que fortunas personales eludan o dilaten indefinidamente el pago de impuestos. Aunque el diseño más chic lo exhiben nuestros paraísos fiscales patrios, las ETVE, empresas de tenencia de valores extranjeros creadas para atraer inversores que acabaron por congregar evasores, quienes evitan impuestos fingiendo o compensando pérdidas, e incluso perciben devoluciones tributarias. En este ambiente no es de extrañar un enorme fraude fiscal que, contando con la destacada colaboración de nuestras clases pudientes, ocupa lo más alto del ranking.

Todo lo expuesto prueba que la escasez recaudatoria y la reducción de gastos sociales no son fruto de la incompetencia, sino resultado de un concienzudo plan. Recordemos que incluso algunos socialdemócratas llegaron a afirmar que "el dinero está mejor en los bolsillos de los ciudadanos", dando por extinta la legitimidad de los Estados para recaudar y redistribuir. De igual modo, las frecuentes rebajas y regalos fiscales desvirtúan la esencia de los impuestos justos y progresivos al no discernir la capacidad económica de cada contribuyente. Y qué decir de las amnistías fiscales, guiño a grandes defraudadores que, liberados de sanciones y hasta del pago de intereses, generan una ínfima recaudación que podría obtenerse multiplicada si se insistiese en la vigilancia fiscal. Aunque no parece ser este uno de los puntos fuertes de nuestra Agencia Tributaria, a la cola de Europa en número de inspectores fiscales.

En definitiva, los planes concebidos desde la revolución de los ricos para nuestros sistemas fiscales han resultado todo un éxito. Y ahora que ellos ya tienen sus paraísos, ¿cuánto podremos resistir en nuestros desiertos fiscales?


Cesáreo Villar | Miembro de la Plataforma por la Justicia Fiscal

Los ricos tienen sus paraísos y el resto, desiertos fiscales