jueves. 28.03.2024
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Foto: Parlamento Europeo

No va a ser nada fácil para los defensores de la estrategia conservadora de salida de la crisis mirar de frente esos datos de estancamiento económico de la eurozona y otros muchos que reflejan las huellas del deterioro provocado por las políticas de austeridad

Finalmente, la desaceleración de la economía alemana en el segundo trimestre del año ha resultado más importante de lo esperado: el retroceso del PIB alcanzó un -0,2%. Italia entró de nuevo en recesión tras prolongar la caída del producto sufrida en el primer trimestre y experimentar una contracción de la misma cuantía que Alemania. Francia registró mismo crecimiento cero que en el primer trimestre y se sitúa en idéntica situación que el conjunto de la eurozona. Solo España, entre los socios de mayor envergadura, escapa a la tendencia dominante, intensifica el crecimiento logrado en los últimos trimestres y logra un incremento de su actividad económica de un 0,6%.

Pese al buen resultado de la economía española, que ha servido para que Rajoy presuma de crecimiento durante sus vacaciones, las cifras de la eurozona son calamitosas. En contra de todas las previsiones oficiales (FMI, OCDE, Comisión Europea,…), que en los primeros meses de este año anunciaban un porvenir luminoso y la reactivación de la economía europea, la realidad se impone.

La superación de la segunda recesión de la eurozona a partir del segundo trimestre de 2013 (el crecimiento negativo se prolongó desde el cuarto trimestre de 2011 hasta el primer trimestre de 2013) fue posible gracias a las palabras mágicas pronunciadas por Draghi en defensa del euro en julio de 2012 y a dos balones de oxígeno que han sido muy efectivos en la tarea de animar la recuperación pero han demostrado tener un corto recorrido: el relajamiento en los objetivos de reducción del déficit público concedido en la primavera de 2013 a varios Estados miembros (España, Francia, Holanda y Portugal) y una desinflación que ha permitido reducir en términos reales la presión sobre los salarios e impulsar la demanda de los hogares.   

No va a ser nada fácil para los defensores de la estrategia conservadora de salida de la crisis mirar de frente esos datos de estancamiento económico de la eurozona y otros muchos que reflejan las huellas del deterioro provocado por las políticas de austeridad. La producción industrial de la eurozona se redujo un -0,3% en junio y suma un nuevo retroceso al -1,1% del mes de mayo; la inflación, con un retroceso mensual del -0,7% en julio y una tasa anual de apenas un 0,4%, sigue en caída libre desde hace un año y acerca un poco más al conjunto de la eurozona a una temible situación de deflación; la austeridad presupuestaria, pese a su limitado y coyuntural aligeramiento en 2013, sigue debilitando la inversión pública y destruye crecimiento potencial sin lograr que la deuda pública deje de aumentar y reduzca sus ya alarmantes niveles, que superan ligeramente el 94% del PIB en el conjunto de la eurozona y el 105% si se excluye a Alemania.

El natural colofón de ese deterioro es una insoportable intensificación de la pobreza y una ampliación de los sectores en riesgo de exclusión que alientan y extienden el miedo a formar parte de los que sufren los despidos, los desahucios, las reducciones salariales, el aumento de las jornadas sin las correspondientes retribuciones, el recorte y privatización de bienes públicos

Al deterioro económico hay que sumar el auténtico desastre social que supone el alto nivel de paro, el aumento de la desigualdad social y el auge de los empleos indecentes y los salarios que no permiten llegar a fin de mes. El natural colofón de ese deterioro es una insoportable intensificación de la pobreza y una ampliación de los sectores en riesgo de exclusión que alientan y extienden el miedo a formar parte de los que sufren los despidos, los desahucios, las reducciones salariales, el aumento de las jornadas sin las correspondientes retribuciones, el recorte y privatización de bienes públicos, el aumento de las tasas y los copagos que impiden acceder a bienes tan sensibles como una educación y una sanidad públicas y de calidad,…

No existe ningún indicio que permita sospechar en los defensores de la austeridad una mínima intención de analizar con rigor la realidad económica que hay detrás de los datos de estancamiento económico. Quizás acaben haciendo un análisis realista de lo que están provocando dentro de una o dos décadas, cuando el desastre esté consumado y la redistribución regresiva de rentas y patrimonios a favor una ínfima elite haya empobrecido a la mayoría de la sociedad.

Esperar que los austericidas reconozcan algún error en su análisis de las causas de la crisis o en el diseño de las políticas que han impuesto es pura ilusión, pero eso no significa que no hayan modificado o no puedan volver a modificar nuevos elementos parciales de su estrategia. De hecho, la capacidad que han mostrado en la tarea de cambiar algunos componentes de su estrategia de austeridad para no verse obligadas a modificar lo esencial está suficientemente contrastada.

Las instituciones europeas pueden seguir esperando una reactivación suficiente que no va a llegar porque lo impiden las políticas de austeridad y devaluación salarial que han impuesto y, en lo esencial, pretenden seguir imponiendo. Y Rajoy puede seguir soñando con una reactivación de la economía española que no puede prosperar en una eurozona atada por la austeridad a un bajo y precario crecimiento que solo beneficia a una pequeña minoría de la ciudadanía europea y a un reducido grupo de países del norte de la eurozona. La verdad que pretendían expulsar por la puerta del marketing político ha vuelto a entrar por la ventana de los datos. Suele ocurrir, antes o después. Lo peor es que, en demasiadas ocasiones, esa asunción de la realidad llega demasiado tarde, cuando los estragos están hechos.

Quizás acaben haciendo un análisis realista de lo que están provocando dentro de una o dos décadas, cuando el desastre esté consumado y la redistribución regresiva de rentas y patrimonios a favor una ínfima elite haya empobrecido a la mayoría de la sociedad

El juego que practica el PP de intentar sostener la ilusión, hasta después de las próximas elecciones generales, de una reactivación capaz de empezar a resolver los problemas del paro, la reducción del poder adquisitivo de los salarios o el deterioro de derechos laborales y bienes públicos es suicida para la economía española y para buena parte de la ciudadanía. Si lo consiguiera, y puede conseguirlo, solo contribuiría a incrementar y consolidar el desastre.  

En un artículo previo a éste (escrito antes de conocer los datos concretos de la evolución del PIB en Alemania y en el resto de los países de la eurozona durante el segundo trimestre de 2014) adelantaba unos comentarios de urgencia para dar cuenta de la nueva situación y tratar de captar sus significados mediante la formulación de tres interrogantes que, en mi opinión, merecen mayor atención, respuestas más elaboradas y un debate abierto. Paso ahora, tras conocer parte de los datos que hace una semana aún no se habían publicado, a precisar esas preguntas e intentar contestarlas con algo más de tiempo y sosiego.   

Primer interrogante: ¿Qué ha causado el decrecimiento de la economía alemana?

La nota de prensa de la Oficina Federal de Estadística (Destatis) que acompañaba el pasado jueves, 13 de agosto, a la estimación de la caída trimestral del PIB de Alemania en un -0,2% daba cuenta de la causas que han contribuido a ese retroceso. El escueto análisis que ofrece Destatis debe ser el punto de partida de cualquier opinión, a la espera de un desglose del comportamiento de los diferentes componentes del PIB que se dará a conocer el próximo 1 de septiembre.

Las políticas de austeridad lejos de ser la solución o parte de la solución a la crisis que padece la eurozona, son una de las causas más importantes que explica su prolongación

Destatis señalaba que los dos factores que han contribuido en mayor medida al retroceso de la actividad fueron el comercio exterior y la formación de capital. Algunas aclaraciones ayudan a entender lo ocurrido: primera, no se trata de un retroceso de las exportaciones, sino de un incremento mayor de las importaciones que ha provocado una contribución negativa del sector exterior a la evolución del producto; segunda, el repliegue de la inversión afectó especialmente al sector de la construcción y se apunta que un invierno excepcionalmente suave impulsó la actividad del sector en el primer trimestre mientras, en sentido contrario, la acumulación de días festivos en el segundo trimestre favoreció que el resultado de la comparación entre ambos trimestres haya sido tan negativo; tercera, tanto el consumo privado de los hogares como el gasto de las administraciones públicas aumentaron algo más que en el primer trimestre, pero no fueron capaces de compensar los peores resultados del sector exterior y de la construcción.

Ni un comentario, en esa nota de prensa de la Oficina Federal de Estadística, al impacto negativo del conflicto que comenzó enfrentando a Rusia y Ucrania y ha acabado en la adopción de sanciones económicas y comerciales entre Rusia y la UE. Sin embargo, había mucho interés en las autoridades alemanas y comunitarias en resaltar el impacto de ese conflicto externo en el decrecimiento de la actividad económica. El objetivo evidente era sacar del foco de atención a las políticas de austeridad y a su responsabilidad en la mala situación económica que persiste en la eurozona.

La nueva situación de retroceso coyuntural de la actividad económica en Alemania y estancamiento en el conjunto de la eurozona revela, en primer lugar, que las políticas de austeridad lejos de ser la solución o parte de la solución a la crisis que padece la eurozona, son una de las causas más importantes que explica su prolongación; y, en segundo lugar, que Alemania no es inmune a las dificultades económicas que en mayor o menor medida sufren las economías de la eurozona ni tiene, por tanto, una posición de fuerza o poder absolutos a la hora de marcar unos objetivos y unas políticas económicas que perjudican de forma manifiesta a la mayoría de sus socios y no responden a sus necesidades.  

La prueba evidente de que los problemas fundamentales están dentro de la eurozona y no fuera o, lo que es lo mismo, de que la crisis de Ucrania y las posteriores sanciones cruzadas entre Rusia y la UE poco han tenido que ver con el estancamiento sufrido por la eurozona es que los mejores resultados en la evolución trimestral del PIB han sido cosechados por los países de la UE que tienen frontera con Rusia (que han logrado en la mayoría de los casos crecimientos similares o más altos que los de la economía española)y mantienen con ese país lazos económicos y comerciales más robustos, con la única excepción de Rumania que por causas muy diferentes sigue en recesión. Dado que las ventas de Alemania a Rusia apenas representan un 3% del total de las exportaciones alemanas, incluso una reducción sustancial de esas ventas en el futuro, por ejemplo de un tercio, apenas supondría la reducción del PIB alemán en tres décimas.  

No obstante convendría no convertir en apuntes contables el análisis de un riesgo geopolítico de la envergadura que ya tiene el conflicto abierto entre Rusia y la UE. El impacto potencial de ese  conflicto es innegable y se ha convertido ya en una amenaza de primer orden que, en el terreno económico, ha comenzado a sembrar el pesimismo en las expectativas empresariales y a reducir los planes de inversión y las carteras de pedidos; pero durante el segundo trimestre de 2014 sus efectos fueron muy débiles y poco o nada tuvieron que ver con el estancamiento de la eurozona o el decrecimiento alemán durante el segundo trimestre de ese año. Las consecuencias económicas más graves están aún por llegar (y no digamos las consecuencias políticas si el conflicto se prolonga o endurece), aunque su alcance en términos económicos y comerciales será muy limitado en el conjunto de la eurozona siempre que la tensión no se desboque. De hecho, las primeras estimaciones de su impacto negativo sobre la eurozona señalan que apenas supondría la pérdida de unas pocas décimas y lo mismo cabría de decir de su repercusión negativa sobre la economía alemana.

Segundo interrogante: ¿La desaceleración del crecimiento de la eurozona es un fenómeno coyuntural o una tendencia de mayor calado?

El estancamiento de la eurozona y el decrecimiento de la economía alemana en el segundo trimestre de este año responden en lo fundamental a problemas internos de la eurozona y la UE, pero su coincidencia con una desaceleración de la economía y el comercio mundiales, que comenzó a hacerse patente hace un par de meses, agrava esos problemas internos e impone nuevos obstáculos para su resolución.

Convendría que la izquierda examinara con suficiente lucidez los nuevos datos y la nueva realidad económica de la que surgen y a la que responden

Como los factores que limitan el crecimiento de la economía y el comercio mundial y que afectan tanto a las economías emergentes como a gran parte de las economías de la OCDE no van a desaparecer a corto o medio plazo ni la reactivación de la eurozona va sobrepasar en un futuro previsible el umbral del bajo y precario crecimiento actual, las previsiones de crecimiento de la economía mundial que señalaban una aceleración del crecimiento en 2015 respecto al de 2014 (2,6% en 2014 y 3,2% en 2015 según últimos datos disponibles de Consensus Forecast) serán corregidas a la baja en próximas estimaciones. Y lo mismo cabe decir de la eurozona, la UE y, como no podría ser de otro modo, la economía española. Todo apunta a que el crecimiento económico de 2015 será igual de mediocres que el de 2014 y más reducidos ambos de lo que se preveía hasta ahora. Ni siquiera es posible excluir un menor crecimiento en 2015 que en 2014.

En palabras del presidente del BCE, la reactivación de la eurozona va a seguir siendo “débil, frágil y desigual” y deberá afrontar nuevas amenazas geopolíticas que han obligado a Draghi a reiterar su compromiso en la aplicación de medidas no convencionales para impulsar la economía, promover el crédito y afrontar los riesgos de deflación o de un periodo demasiado prolongado de baja inflación. O, en palabras de Sapin, ministro francés de Finanzas y Cuentas Públicas, el crecimiento de la economía francesa en 2014 se situará en torno al 0,5%, en lugar del inicialmente previsto 1%, “y nada nos permite prever en el momento actual un crecimiento muy superior al 1% en 2015” 

La lista de factores que podrían contribuir a la ralentización del crecimiento de la eurozona y que afectarían especialmente a las economías que muestran fundamentos más frágiles, entre los que por supuesto hay que incluir a España, pero también a Francia e Italia, es muy larga. Provienen de los países emergentes y de los desarrollados y son tanto de naturaleza económica como geopolítica. Sirva una breve enumeración de esos factores para tenerlos en cuenta.

El crecimiento de la eurozona en la segunda mitad de 2013 y el primer trimestre de 2014 fue impulsado por la desinflación (que aminoró la presión sobre la capacidad de compra de los salarios) y, en algunos casos, por la relajación en el ritmo de reducción del déficit público. Tales factores han perdido ya buena parte de su capacidad para estimular el crecimiento y menos aún lo harán en el futuro.  

En 2013, el crecimiento del PIB logrado por EEUU (2,2%), Reino Unido (1,7%) y Japón (1,5%), mientras la eurozona experimentaba un retroceso del -0,4%, se basó en gran parte en políticas monetarias muy expansivas que no pueden mantenerse durante mucho más tiempo. Lo normal sería una reducción paulatina de la expansión monetaria que diluya sus efectos positivos sobre el crecimiento de estas economías.

El crecimiento de los países emergentes se ha estancado en niveles particularmente bajos (inferiores al 3%) respecto al de los últimos años como consecuencia de sus insuficiencias en materia de trabajo cualificado, infraestructuras de transportes, consumo eficiente de energía,… que impiden que la producción manufacturera progrese tan rápidamente como en el pasado. Hasta que no superen esos estrangulamientos productivos no podrán recuperar los altos niveles de crecimiento logrados a partir de los primeros años del nuevo siglo, con la lógica excepción de la crisis global del periodo 2008-2009 de la que se recuperaron con rapidez.

El caso de China es parcialmente diferente al de otros países emergentes, ya que sus tasas de crecimiento siguen siendo muy altas tras lograr sustituir un modelo de crecimiento basado casi exclusivamente en el dinamismo exportador por otro en el que la demanda interna tiene un peso creciente, gracias especialmente al desarrollo de la inversión en el sector de la construcción, tanto en infraestructura pública como en vivienda residencial. El problema de China es que el precio de la vivienda ha dejado de crecer y denota que podría haber un exceso de oferta que de confirmarse reduciría de forma drástica las tasas de crecimiento de la actividad económica.

Y junto a estos factores que afectan a todas las regiones del mundo, la emergencia de diferentes riesgos geopolíticos (Gaza, Irak, Libia, Rusia, Siria, Ucrania,…) que, además de su impacto destructivo directo y de sus consecuencias sobre el comercio, tienen en el caso de la UE las consecuencias de unas sanciones cruzadas con Rusia que incrementan una incertidumbre muy negativa para los negocios y la actividad comercial y crediticia  y suponen un obstáculo añadido para los planes de inversión de las empresas.

Convendría que la izquierda examinara con suficiente lucidez los nuevos datos y la nueva realidad económica de la que surgen y a la que responden. Desde los más generales que afectan a las instituciones, principios y políticas que predominan en la eurozona a los más específicos que solo atañen a la economía española y que requieren medidas particulares para modernizar nuestras estructuras y especializaciones productivas y favorecer el nacimiento de un nuevo modelo de crecimiento que permita generar empleos decentes, garantizar una protección pública suficiente a los sectores golpeados por la crisis y las políticas de austeridad y revertir los recortes de derechos y bienes públicos.

No estamos ante el desastre final de nada. Ni siquiera sería adecuado aventurar que se trata de un cambio de ciclo o el primer aviso de una nueva fase recesiva de la eurozona que, de producirse, sería la tercera y reforzaría la percepción de una crisis aún inacabada. Pero tampoco se trata de un traspié coyuntural o local. La desaceleración de la actividad económica en la eurozona forma parte de una robusta tendencia que tardará varios trimestres en ser superada. No cabe descartar una nueva recesión, pero el escenario dominante sigue siendo el de un bajo y precario crecimiento, al que acaban de añadirse nuevos factores de desaceleración y nuevos riesgos.  

La solidez de la economía alemana garantiza que el pinchazo sufrido en el segundo trimestre no va a desembocar en una nueva recesión. De hecho, el crecimiento del número de empleos netos generados durante el primer semestre (ha aumentado en un 0,9% en tasa anual) y la mejora de los salarios lograda en la negociación colectiva de numerosos sectores (por encima, en la mayoría de los casos, del 3%) son bases suficientes para sostener la demanda de los hogares y el crecimiento de la economía alemana en los próximos meses.

Las primeras correcciones acerca de las previsiones de crecimiento del PIB de Alemania en 2014 estiman una reducción de la actividad económica de apenas un par de décimas, pasando del 1,9-2,0% anteriormente previsto al 1,6-1,8%. De igual modo, el estancamiento y fragilidad de muchas de las economías que comparten la moneda única no impiden seguir pensando que el escenario dominante va a ser, durante bastante tiempo, de continuidad del bajo y precario crecimiento económico que caracteriza la actual fase de la crisis, tras haber dejado atrás su segunda fase recesiva.

Lo que va a seguir provocando el aumento de la pobreza y la exclusión social en el conjunto de la eurozona (que seguirá afectando especialmente a los países del sur) no es solo la falta de crecimiento, sino las políticas de austeridad y devaluación salarial que, además de impedir un crecimiento suficiente y de calidad, pretenden seguir favoreciendo una redistribución de rentas y patrimonios que perjudica a la mayoría de la sociedad e intenta paralizar una contestación social cuyo desarrollo es clave para lograr una alternativa progresista y de izquierdas a las políticas de recortes y austeridad.

Tercer interrogante. ¿Qué consecuencias económicas y políticas cabe esperar de la reacción alemana ante la fragilidad mostrada por su economía?  

La estrategia de salida de la crisis que ha impuesto el bloque de poder conservador encabezado por Merkel no responde a las necesidades de la mayoría de los Estados miembros de la eurozona, relega a un futuro indeterminado la imprescindible superación de las debilidades e incoherencias institucionales de la eurozona

Lo más significativo de los datos de crecimiento del PIB en el segundo trimestre de 2014 es que proporcionan evidencias de que Alemania no puede sostener su hegemonía política y su poderío económico imponiendo una estrategia de salida de la crisis que implica pérdida de crecimiento potencial para el conjunto de los socios y supone un fuerte y progresivo deterioro del apoyo ciudadano con el que contaba el proyecto de unidad europea y el propio euro. La estrategia de salida de la crisis que ha impuesto el bloque de poder conservador encabezado por Merkel no responde a las necesidades de la mayoría de los Estados miembros de la eurozona, relega a un futuro indeterminado la imprescindible superación de las debilidades e incoherencias institucionales de la eurozona y no ofrece ningún tipo de solución para construir nuevos modelos de crecimiento y aminorar el desastre social ocasionado en los países del sur de la eurozona.

Son esa nueva situación y esa reciente evidencia las que deben procesar las fuerzas políticas que componen el Gobierno de Alemania, los poderes económicos que las respaldan y las instituciones europeas que actúan como pantalla política, cada vez más desdibujada, de la hegemonía que han conseguido las fuerzas conservadoras en Europa. Hasta ahora, Alemania se sentía inmune o al margen de la mala situación que sufrían las economías de sus principales socios y competidores (Francia e Italia) y, por supuesto, de la pésima situación de las economías del sur de la eurozona (España incluida) que han sufrido algún tipo de rescate. El dato del PIB del segundo trimestre, por muy pasajero que pueda resultar, desmonta esa creencia. Alemania ha recibido el primer aviso de que también su economía puede verse debilitada por la mala situación de sus socios de la eurozona.

Las primeras reacciones no han sido nada esperanzadoras. El vicecanciller y ministro de Economía y Energía, Sigmar Gabriel (hombre fuerte del SPD y principal beneficiario del desastre electoral cosechado por los socialdemócratas en las últimas elecciones federales ganadas por Merkel) ha subrayado, tras conocer el retroceso de la economía alemana, la necesidad de mantener el curso de la política económica seguida hasta ahora. Lo mismo ha dicho la Comisión Europea. Y algo parecido había declarado días antes, en respuesta a un artículo de Hollande publicado por Le Monde el 5 de agosto reclamando de Alemania un sostén más firme del crecimiento europeo, la portavoz del Gobierno alemán: “No vemos ninguna necesidad de cambiar lo más mínimo nuestra política económica”.

Y, sin embargo, la cosa se mueve y las instituciones comunitarias (especialmente, el poder real que se localiza en Alemania) se van a ver obligadas a cambiar algunas cosas más o flexibilizar algo más su postura en los próximos meses, tanto por la presión de los Estados miembros y los sectores sociales perjudicados como, principalmente, por la ineficacia demostrada por las políticas aplicadas. El chiringuito en el que han convertido el proyecto de unidad europea no puede resistir en pie con el único apoyo de las medidas monetarias de último recurso que de forma tardía e insuficiente adopta el BCE. La austeridad no sirve para lograr los objetivos que pretende. La estrategia conservadora de salida de la crisis, lejos de servir para salir de la crisis, destruye crecimiento potencial, deteriora tejido productivo y empresarial y aumenta la fragmentación financiera, económica y social de la eurozona.

¿Qué modificaciones de la estrategia conservadora basada en la austeridad y la devaluación salarial podría aceptar Alemania?

El hueso alemán parece duro de roer, pero es en este terreno de relajación de los objetivos presupuestarios y mayores niveles europeos de inversión donde sería más fácil que Alemania ceda y que algunos Estados miembros en dificultades puedan vislumbrar una salida al callejón sin salida en el que han metido a sus economías las políticas de austeridad

La voluntad alemana y del actual Gobierno alemán de mantener equilibradas sus cuentas públicas es difícilmente modificable. Ningún cambio cabe esperar en este terreno. Y algo parecido cabría decir de su interés en mantener un modelo de crecimiento basado en las exportaciones y del que forma parte esencial la moderación salarial; aunque en este caso, la realidad de la negociación colectiva muestra que muchos sectores productivos pueden permitirse aumentos de los salarios reales que animarán la demanda interna, al igual que han aceptado la implantación del salario mínimo en 2015. Solo una ligera flexibilización puede esperarse por este lado.

Alemania sigue interesada y empeñada en mantener un euro fuerte, porque abarata sus importaciones y apenas daña la competitividad de sus exportaciones, que por su alta gama y fuerte densidad tecnológica dependen poco de su precio. Además, las autoridades y los poderes económicos de Alemania mantienen una identificación ideológica entre un euro fuerte y una eurozona fuerte que supone un obstáculo añadido para que prospere cualquier tipo de presión sobre el BCE para que intervenga y logre una depreciación significativa de la moneda única. Tampoco en este terreno será fácil que se produzcan cambios de importancia.

Lo más probable es que Alemania, pese a las resistencias que sigue mostrando, acabe cediendo en algo a las presiones de los gobiernos francés e italiano para relajar el ritmo de reducción de sus déficits presupuestarios y comprometer a las arcas comunitarias en la financiación de inversiones en infraestructuras europeas de transporte y energía, educación, investigación y desarrollo o economía digital que impulsen el crecimiento. Bien entendido que la relajación en los objetivos de reducción del déficit público no supondría abandonar la senda de consolidación fiscal seguida hasta ahora y que ambas concesiones tendrían como contrapartida una mayor condicionalidad o un claro y preciso compromiso evaluable de los Estados miembros en la realización de las llamadas reformas estructurales que siempre acaban en más privatizaciones de bienes y servicios públicos, nuevas reducciones de las pensiones, menos presión fiscal sobre los beneficios empresariales y mayor desregulación de los mercados de bienes y servicios y, especialmente, los mercados laborales.

Por ahora, en Alemania prima la displicencia hacia las peticiones de Francia e Italia y se remarca que lo que debería centrar las preocupaciones y la actuación de las autoridades francesas e italianas es cómo llevar a cabo las reformas estructurales que ya han realizado y van a seguir realizando España y Portugal. El hueso alemán parece duro de roer, pero es en este terreno de relajación de los objetivos presupuestarios y mayores niveles europeos de inversión donde sería más fácil que Alemania ceda y que algunos Estados miembros en dificultades puedan vislumbrar una salida al callejón sin salida en el que han metido a sus economías las políticas de austeridad. Es posible, pero ya veremos si se producen y cuándo se producen .

Esos cambios posibles a corto plazo ayudarían a la propia economía alemana, por la vía de un mayor incremento de sus exportaciones a la eurozona. Tendrían, además, la virtud de propiciar un acercamiento de Alemania con socios de tanto peso como Francia e Italia. Y, por último, ayudarían a que gobiernos de su misma cuerda política conservadora (los de España y Portugal) pudieran afrontar próximas elecciones con alguna posibilidad de seguir gobernando y contribuyeran a mantener la mayoría conservadora en las instituciones europeas.

La principal falla en ese relato de potenciales beneficios que supondría la apertura alemana a las peticiones francesas e italianas es que, en la práctica, perduraría una estrategia de austeridad que no puede ni pretende solucionar los graves problemas de paro, extensión de los empleos indecentes, recortes de bienes públicos y salarios, desigualdad y exclusión social que sufren millones de ciudadanos europeos. Además, los problemas estructurales de las economías del sur de la eurozona no dependen ni pueden encontrar solución en unas décimas más de crecimiento del producto. De hecho, fue en la década anterior a la crisis cuando más creció la economía española, más intensificó su especialización productiva y exportadora en productos y servicios de bajo valor añadido y escasa cualificación laboral y se consolidó un modelo de crecimiento insostenible que es imposible resucitar y debe ser sustituido por otro.

Rajoy contaba con un crecimiento de la economía española, más o menos precario pero que le permitiera vender la idea de una reactivación

La concreción de los efectos de la nueva situación política y económica de la eurozona en el caso español tiene también un notable e inevitable componente electoral. Rajoy contaba con un crecimiento de la economía española, más o menos precario pero que le permitiera vender la idea de una reactivación que ya está generando empleo neto, por ínfimo e indecente que sea. El guión que el PP va a seguir en los próximos meses parece claro: la reactivación ya está aquí, se ha hecho un buen trabajo y los altos costes sufridos estaban justificados por la pésima situación heredada de Zapatero, eran necesarios y han empezado a rendir frutos.

Ese argumentario económico no va a cambiar, pero su eficacia, con una demanda interna y un sector exterior bloqueados por las políticas de austeridad y devaluación salarial, va a ser menor que la esperada. Con ese guión, es probable que el PP recupere parte de los votos perdidos en las elecciones europeas y consiga mantenerse como partido más votado, pero es impensable que vuelva a lograr una mayoría suficiente que le garantice gobernar.

No parece que el escenario de continuidad, con mayoría absoluta del PP o un Gobierno homogéneo de la derecha españolista (el PP en solitario o en alianza con UPyD y algún que otro socio minoritario), sea viable. La variante de un Gobierno conservador más centrado, capaz de lograr el apoyo externo de CiU, parece más que cegada por el actual conflicto catalán, sea cual sea la salida que tenga.

Los problemas del PSOE para recuperar el electorado perdido son mayores que los del PP, más aún tras comprobar cómo se han desarrollado y han concluido las elecciones internas para nombrar al nuevo secretario general, cómo se ha conformado el nuevo equipo dirigente, la rapidez con la que han incumplido los primeros compromisos adquiridos y la irrelevancia de unos mensajes y un proyecto de recuperación partidista cargados de lugares comunes y cosmética que no asumen una crítica de lo hecho en el Gobierno a partir de mayo de 2010 y después en la oposición ni suponen un mínimo distanciamiento con los presupuestos políticos e ideológicos que llevaron a los socialistas a aceptar la estrategia conservadora de salida de la crisis y hacerse responsables, costara lo que costara, de su aplicación.  

En la situación que se encuentran las dos fuerzas políticas que aún representan y, muy probablemente, sigan representando a la mayoría de los votantes, el escenario dominante es el de un Gobierno de gran coalición entre el PP y el PSOE encargado de mantener lo esencial de las políticas de austeridad y devaluación salarial aplicadas hasta ahora y de recuperar parte del apoyo popular perdido. Para entendernos, sería adecuar a la realidad española el ejemplo de la gran coalición pactada en Alemania tras las últimas elecciones federales celebradas en septiembre de 2013. Con la diferencia de que la derecha alemana encabezada por Merkel mantenía buena parte de sus apoyos sociales, no existía la crisis de legitimidad del régimen de partidos políticos que aquí toca de lleno al PP y al PSOE, la situación de la economía alemana era y es infinitamente mejor y la desafección ciudadana respecto a las políticas de austeridad y a las fuerzas económicas y políticas que las habían promovido y gestionado no tenían el alcance ni la extensión social que ha alcanzado en España.

La campaña a favor de la gobernabilidad y de un ejecutivo de gran coalición que sea predecible (lo que quiere decir suficientemente respetuoso con los intereses de los poderosos y las imposiciones antisociales que preconizan los mercados y las instituciones europeas) apenas ha empezado a dar los primeros pasos. Y las andanadas que hemos visto en las últimas semanas contra Podemos y antes contra los sindicatos o el 15-M van a ser muy poca cosa respecto a lo que se avecinase y se van a extender a IU y otras fuerzas de la izquierda nacionalista. En esa campaña van a participar los poderes económicos y su influyente y enorme aparato mediático y cultural, el PP, una parte notable de los dirigentes del PSOE en activo o en la reserva, el todavía poderoso aparato cultural y de intervención social de la Iglesia católica y las poderosas fuerzas europeas que dominan las instituciones comunitarias y han diseñado las políticas de recorte y austeridad.

Ese proyecto defensivo de las elites irá cobrando vuelo a medida que las elecciones municipales y autonómicas confirmen que el bipartidismo no puede recuperar todas las posiciones perdidas y que la indignación ciudadana encarna políticamente en IU, Podemos y otras fuerzas progresistas y de la izquierda nacionalista. De igual modo, la puesta en marcha de diversas fórmulas de convergencia social en varias ciudades, pese a las dificultades para su consolidación como opciones electorales, son la expresión de la voluntad de una parte importante de la ciudadanía activa y crítica que pretende participar y empujar a favor del cambio político necesario sin contar demasiado con estructuras partidistas; aunque tales procesos de convergencia ciudadana no sean la única ni, probablemente, principal expresión de esa voluntad popular de cambio, dan cuenta de su profundidad y extensión y de los límites que van encontrar el PP y el PSOE en su objetivo de volver a ganar el voto perdido.

Está por ver si existe suficiente inteligencia política colectiva como para llevar a cabo la compleja tarea de ampliar y aprovechar los márgenes que nos brinda la realidad para acabar con la pesadilla que ha supuesto el Gobierno de Rajoy y ganarle a la derecha y los austericidas las próximas elecciones

En una situación excepcional que no sería exagerado calificar de emergencia existe la oportunidad de lograr una convergencia entre fuerzas políticas y sociales y una ciudadanía crítica que ha ganado autonomía respecto a los partidos que en el pasado la representaban. Y esa amplia convergencia podría lograr la constitución de un Gobierno progresista y de izquierdas que suponga un nuevo orden de prioridades y un programa de acción política que rompa, en las ideas y en la práctica, con la estrategia conservadora de salida de la crisis que se ha impuesto y amplíe, renueve y fortalezca las viejas fórmulas de representación política, delegación de responsabilidades y participación ciudadana.

Que exista esa oportunidad y que sea posible echar al PP del Gobierno no significa, ni mucho menos, que la tarea sea fácil o esté hecha. La convergencia no puede basarse en la agregación de deseos ni en el programa electoral de una opción política o en la suma de los programas de las distintas fuerzas políticas de izquierdas. Hay que elaborar un programa de acción política preciso y viable que suponga un contrato firme con la ciudadanía e implique un compromiso cerrado en su aplicación y cumplimiento. 

La convergencia no puede conseguirse desde el autodesarrollo de una nueva opción electoral sino desde la más amplia convergencia de las fuerzas políticas y la ciudadanía que apoyen un Gobierno y una acción política alternativos a los que hemos conocido y sufrido desde mayo de 2010 hasta el momento actual. Tampoco puede lograrse desde una afirmación sectaria y a priori de qué fuerzas políticas de izquierdas o progresistas forman parte de mi orilla o de la de enfrente. Sería tan perjudicial pensar que el PSOE está abierto a participar en esa amplia convergencia progresista para acabar con la austeridad y recuperar las instituciones para la democracia y los ciudadanos como cerrarle la puerta de antemano y contribuir a que justifique su alianza gubernamental con el PP.

Está por ver si existe suficiente inteligencia política colectiva como para llevar a cabo la compleja tarea de ampliar y aprovechar los márgenes que nos brinda la realidad para acabar con la pesadilla que ha supuesto el Gobierno de Rajoy y ganarle a la derecha y los austericidas las próximas elecciones. Ojalá esa inteligencia colectiva exista ya o pueda generarse con las experiencias que brinden el trabajo de cara a las próximas elecciones municipales y autonómicas, sus resultados y las alianzas que se establezcan tras conocerse el veredicto de las urnas.  

Pinchazo de la economía alemana. Alcance e impacto