viernes. 19.04.2024
Madrid, 1936. Calle de Bailén junto al Palacio Real
Madrid, 1936. Calle de Bailén junto al Palacio Real

El historiador estadounidense John Lewis Gaddis publicó en 2002 The Landscape of History: How Historians Map the Past, que aparecería en español dos años después con el mismo título, traducido, eso sí: El paisaje de la historia. Cómo los historiadores representan el pasado.

Es imposible reconstruir, y menos reproducir el pasado. Gaddis incide en ello, pues para él la historia, es decir, lo que ha acontecido, es algo que no podemos capturar pero sí presentar, “representándolo como un paisaje”. 

El historiador sería así un representante, pues lo que sí es capaz de hacer es representar el pasado, un pasado que no puede percibir, no obstante. Lo que hace el historiador, que se siente subyugado frente al paisaje, son representaciones abstractas del pasado (pues la historia no posa para el historiador). Esas representaciones, que no dejan de ser interpretaciones, no son objetivas (si bien se puede discernir objetivamente entre las distintas interpretaciones) pero tampoco subjetivas. No serían por tanto verdaderas o falsas, sino útiles o provechosas. Se trataría, y es difícil no estar de acuerdo con Gaddis, de unas representaciones que pretenderían tener la suficiente carga de utilidad y habrían de ser efectuadas con un componente moral insoslayable que convierta al historiador en un crítico social. Porque, como afirma Ricardo García Cárcel, el historiador tiene una gran meta, que es la verdad, un método eficaz y socialmente útil, que es el análisis riguroso, y una referencia “fundamental para todos los intelectuales, en cuyo margen ejercen profesionalmente los historiadores: el código ético.”

Para Gaddis, la historia, es decir, lo que ha acontecido, es algo que no podemos capturar pero sí presentar, “representándolo como un paisaje”

Para algunos historiadores, el estadounidense Dominick LaCapra sin ir más lejos, un componente de la interpretación histórica ha de ser la empatía, entendida como “un complemento y suplemento de los procedimientos de indagación críticos”, diferenciando, eso sí, “la empatía deseable de la identificación”, pues se trata del “reconocimiento de la alteridad del otro en cuanto otro”. Sobre interpretación histórica y contextualización tiene algo que decir LaCapra, según quien para interpretar no hay que contextualizar, pues “así no hay forma de aprender del pasado”. Hay que resistirse “al procesamiento proyectivo ‘presentista’”, no se puede “interpretar algo en sus propios términos y época, como si el pasado no estuviera, en sí mismo, implicado en sus pasados y abierto a sus posibles futuros.”

Sobre las interpretaciones que los historiadores hacen del pasado, estoy de acuerdo con el intelectual español Enrique Lynch cuando escribe (con motivo de su crítica a Por el ojo de una aguja, del historiador irlandés Peter Brown) que “la historia tiene algo de irreal, pues de lo único que podemos hablar con cierta confianza racional es de la época en que nos toca vivir. Todo lo demás —lo que alguna vez sucedió y lo que algunos aseguran que ocurrirá— solo puede ser mera conjetura. Quizá por eso, casi todos los grandes historiadores —y Peter Brown está, sin duda, entre ellos— no se limitan a reconstruir lo ‘que efectivamente pasó’, como reclamaban Ranke, Mommsen y los positivistas (o ‘lo que realmente sucedió’, según las traducciones: lo que Ranke escribió, para quien sepa alemán, fue exactamente “wie es eigentlich gewesen”) que tanto influyeron en la historiografía marxista, sino que son sagaces narradores de un género híbrido donde se traman corazonadas y finas especulaciones inspiradas en unos pocos recursos de la memoria histórica (de la que historiadores como la francesa Marie-Claire Lavabre han sentenciado que es “el proceso por el cual los conflictos y los intereses del presente operan sobre la Historia”). Los grandes historiadores hurgan en documenta et monumenta, es decir, en los viejos textos y en los vestigios arqueológicos, pero nunca renuncian a interpretar los hechos”.

Los grandes historiadores hurgan en los viejos textos y en los vestigios arqueológicos, pero nunca renuncian a interpretar los hechos

Como expresó Edward Hallett Carr, aunque sólo hay una montaña, con su mismidad de montaña individual y única, cierta, inconfundible, existen distintas maneras de que sea vista por el ojo humano: la montaña es una, es ella misma, pero varias son las formas de contemplarla. De tal manera que, siguiendo el símil del eximio historiador británico, el pasado no cambia aunque cambie nuestra posición.

Pero, eso sí, nada es más cierto que la frase del historiador español Julián Casanova, para quien la Historia es “una república de múltiples puntos de vista en la que, sin embargo, no todo vale.”

No, no vale todo, y ahora llega el tiempo de los maticesChris Lorenz, en su refutación de las teorías posmodernistas y con motivo de sus “reflexiones sobre la verdad y la objetividad en la Historia”, trae como arma de autoridad lo escrito por el historiador estadounidense Thomas L. Haskell en un libro suyo de 1998 titulado Objectivity Is Not Neutrality: Explanatory Schemes in History a la hora de aclarar una distinción con la que no sé si estoy muy de acuerdo pero que, no obstante, te la dejo aquí, lector, para que la acomodes a tus conocimientos sobre la disciplina de los historiadores. Dice Lorenz que dice Haskell que existe una crucial diferencia entre objetividad y neutralidad, pues luchar por la una no es lo mismo que hacerlo en pos de la otra. La objetividad sería para ambos (las palabras son las de Lorenz) “el resultado colectivo de respetar las reglas metodológicas de la disciplina, imparcialidad, desapego, crítica mutua y ecuanimidad”. Buscar la objetividad, en ese sentido, no tiene que ver con ser neutral, siendo de hecho compatible esa indagación con fuertes compromisos políticos y sociales. 

Existe una crucial diferencia entre objetividad y neutralidad, pues luchar por la una no es lo mismo que hacerlo en pos de la otra

Bueno, a eso es a lo que yo he llamado más atrás honestidad, a eso que Lorenz con Haskell llama objetividad. Y si hablamos de Lorenz, dejemos hablar a Lorenz, que comienza su acercamiento a la objetividad y a la verdad de los historiadores con la distinción que hace un posmodernista, el historiador neerlandés Frank Ankersmit, entre dos clases de entidades lingüísticas a la hora de establecer una comprensión filosófica de la escritura de la Historia. Ankersmit diferencia entre, por un lado, “enunciados singulares, descriptivos y referenciales” (del tipo Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975), que “no presuponen teorías y cuyo valor de verdad puede ser decidido de manera independiente de otros enunciados”, y, por otro, “complejas entidades lingüísticas no descriptivas, no referenciales, desprovistas de todo valor de verdad” (nociones como feudalismoIlustración) a las que el historiador neerlandés llama sustancias narrativas o representaciones históricas. Estas últimas, únicamente “generan puntos de vista, o perspectivas, desde los cuales podemos mirar al pasado, pero no pueden ser hallados en el pasado, no pueden ser fijados a nada en el pasado”. Sin embargo, los enunciados singulares, descriptivos y referenciales sí pueden ser fijados al pasado.

Continuará…

A vueltas con la objetividad de los historiadores