jueves. 25.04.2024
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Obra de Óscar Seco, de su serie 'Caídos del cielo'.

“La Historia es la política del pasado, la política es la Historia del presente”.

JOHN SEELY


El autodidacto historiador italiano Benedetto Croce, que publicó su gran obra historiográfica en las primeras décadas del siglo XX, es el propietario de esa frase famosa (entre los historiadores) suya del año 1915 que yo cuestiono y que quiere decir algo así como lo que él mismo usó para matizar su rotundidad: la Historia está “referida siempre a la necesidad y a la situación presente”. Pero, atención, él habla no del pasado, claro, sino de la disciplina, ella es la que siempre es Historia contemporánea. Como de la disciplina de la Historia habla el hispanista francés Pierre Vilar, a quien traemos aquí para contradecir a Croce con algo que me interesa recalcar con las precisas palabras del historiador marxista: “hay que comprender el pasado para conocer el presente”. Algo en lo que cree también el historiador español Enrique Moradiellos cuando deja escrito que la Historia “permite exponer los orígenes del presente e iluminar las circunstancias de su gestación, funcionamiento y transformación”.

Historiadores como Marc Baldó Lacomba consideran que lo que el oficio del historiador propone es una mirada (“racional, contrastada y crítica”) al presente desde la perspectiva histórica, desde la perspectiva que da el estudio del pasado, y añade a lo que aspira su disciplina es a entender el presente “por su génesis” analizando no sólo los acontecimientos sino también los procesos sociales “desde los factores que los generan y las consecuencias que de ellos se derivan”. Es “la inquietud para entender en presente” lo que origina la explicación histórica. Pero esa explicación histórica “no sólo se plantea desde el presente, sino que se proyecta sobre el presente y lo ilumina”. Dado que entre pasado y presente hay una “relación retroactiva”, por medio de la Historia conocemos también el presente. Pues la función principal de la Historia “tal vez sea ayudar a entender el presente desde el cual construimos el futuro” (ojo, no lo predecimos, como enseguida veremos, lo construimos).

Creo que el filósofo de la Historia holandés Chris Lorenz puede alumbrarnos algo sobre el llamado presentismo (del que volveremos a hablar más delante de manera muy extensa) cuando nos dice:

Los historiadores “pretenden transmitir la historia de tal manera como habría sido experimentada por los contemporáneos, esto es, un proceso abierto, no predeterminado, y complejo, en el cual el resultado nunca es conocido de antemano, lo que torna esenciales las condiciones de tiempo y lugar”.

El historiador español Justo Serna, que nunca elude los problemas a los que se enfrentan los historiadores, nos habla en su libro Leer el mundo. Visión de Umberto Eco del presente (desde el presente):

“Lo lógico no es necesariamente lo que funciona entre los humanos. Funcionan también la irracionalidad, los afectos, los celos, los odios, los miedos, las conjeturas e incluso las malas conjeturas. Saber ver el presente y saber ver el pasado es una y la misma cosa porque no estamos al final del proceso”.

Porque "los historiadores tenemos un problema, sabemos el nombre del asesino", dice el historiador italiano Giovanni Levi. “O eso creemos que sabemos”, apostilla Serna. Porque para el autor de El pasado no existe (uno de sus brillantes ensayos, donde el catedrático experto en historia cultural reflexiona cargado de razón y sensibilidad sobre aquello que es nuestro común oficio: la Historia), “la Historia es pesquisa, la de una serie inenarrable de crímenes, de atrocidades”, en ella hay dramas a raudales, y crímenes, delitos que quedan impunes, hay héroes y por tanto también villanos, que es como los humanos nos empeñamos en ver a los personajes que pueblan el pasado. Entre ellos está el asesino.

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“Movidos por una hipótesis que les sirve de punto de partida”, los historiadores, asume Serna, “leen y descifran, suman datos, contrastan versiones, comparan hechos y libros, relatos, cotejan informaciones”. Como estamos, o creemos estar, “al final del proceso”, los historiadores no sólo reconstruimos vidas, peripecias, logros, sino “también los azares o las fatalidades que los antepasados ignoraban”. Sabemos más que nuestros antecesores porque estamos, o creemos estar, al final de ese proceso, sea cualquiera que sea a lo que llamamos proceso. Bueno, esto no es exactamente así, se corrige, se matiza, Justo Serna: lo que nos “distingue y encumbra” a los que escribimos la Historia no es ni nuestro aislamiento ni “esa suficiencia de quienes ya saben cómo acaba todo”, sino nuestra implicación: “la conciencia de estar arrojados al mundo y de complicarse en él o con él”. Por eso mismo, no pueden, no podemos, los historiadores quedarnos recluidos en un cómodo espacio, a menudo académico, hemos de expresarnos, salir a la esfera pública. Porque… no hay Historia sin divulgación.

¿Toda la Historia es Historia contemporánea?