jueves. 25.04.2024
Los reyes del mundo, de Laura Mora
Los reyes del mundo, de Laura Mora

Los reyes del mundo es una película muy dura, porque así lo es la realidad que refleja. Esa violencia extrema que preside la sociedad colombiana desde hace décadas y que intenta paliar con un complejo proceso de paz liderado por una nueva presidencia, cuyo progresismo es algo inédito en ese país. La cinta ha sido premiada con la Concha de Oro del Zinemaldi (SSIFF) en su 70ª edición y en cuya sección oficial se presentaban películas tan interesantes como El milagro, La consagración de la primavera o Suro. Pero el jurado escogió destacar un film donde los actores que la protagonizan interpretan sus propios personajes y muestran su violenta realidad cotidiana.

Unos jóvenes abandonados que sobreviven malviviendo en las calles y crean lazos familiares entre sí, porque tampoco tienen otra familia que les proteja o les brinde afecto. Una vieja reparación legal hace que sueñen con poder instalarse con todas las de la ley en un antiguo predio, abandonado en su día por el fuego cruzado entre las distintas guerrillas. El nieto podría recibir un legado de su abuela. Tras ese objetivo los cinco muchachos realizan un accidentado viaje hacia esas lejanas tierras donde les aguarda su pequeño paraíso. Pero su peculiar odisea se topa con unos poderosos intereses que saben imponerse por argucias legales o la fuerza. Colombia en estado puro

Los avatares políticos de Chile y Argentina también han estado presentes en el festival cinematográfico donostiarra. En la sección Horizontes Latinos Patricio Guzmán, a quien debemos esa fascinante trilogía compuesta por Nostalgia de la luz, El botón de nácar La cordillera de los sueños, ha presentado su nuevo documental titulado Mi país imaginario. Esta crónica relato comienza con esa inopinada revuelta social que propició una mínima subida tarifaria en el metro de la capital. Fue la gota que colmó el vaso. 

La violencia política padecida por Argentina, Chile y Colombia se refleja en estas tres películas que nos ayudan a recordar episodios recientes de la memoria histórica latinoamericana

Merced al salvaje neoliberalismo económico legado por Pinochet, los estudiantes deben endeudarse con préstamos bancarios para financiar sus estudios y luego se ven sin trabajo, pero con deudas que no podían saldar. Las pensiones no permiten subsistir y la sanidad privada solo puede ser costeada por una minoría. Los manifestantes decían tener la rabia de sus padres, mas no así su miedo. Habían padecido los efectos económicos de la dictadura, pero no la brutal represión de un dictador que aniquiló físicamente a sus detractores. 

El gobierno se asustó y, al sacar el ejército a la calle para impedir las manifestaciones, el imaginario colectivo del pueblo chileno recordó los bombarderos que destruyeron el Palacio de la Moneda y volvieron a cantar que la muralla debía cerrarse frente al sable del coronel. Se desplazó la estatua del general Baquedano, pero se amuralló su pedestal. Ese muro simbólico fue derribado por los manifestantes, como si fuera el de Berlín, para mostrar que su libertad no podía seguir viéndose acotada. 

Un referéndum dejó muy claro que debían cambiarse las reglas de juego constitucionales y se designó una Asamblea constituyente para redactar esa nueva Carta Magna. Este magnífico documental termina con el discurso del por entonces recién electo nuevo presidente, cuando los manifestantes celebran ilusionados ese resultado electoral. Patricio Guzmán ya está trabajando en la continuación de un ilusionante proceso político chileno similar al que vive también Colombia. Las grandes alamedas de la libertad invocadas por Allende se han abierto, pero precisan de más jardineros.

Ojalá proliferarán este tipo de crónicas cinematográficas tan solventes, que pueden ser muy eficaces para despertar a nuestra conciencia colectiva de su preocupante letargo

Paralelamente se aclamó una película que cosechó el premio del Público y que fue calurosamente ovacionada en cada una de sus proyecciones. En Argentina 1985 el cineasta Santiago Mitre nos cuenta de un modo magistral el juicio que logró hacerse contra quienes impusieron un régimen militar y el terror de una sangrienta dictadura. Bajo la presidencia de Alfonsín los jueces argentinos tomaron las riendas del proceso judicial, hasta ese momento en manos de la justicia militar, confiando la búsqueda de pruebas a un fiscal que supo arrostrar las presiones y amenazas que arreciaron contra su joven equipo. 

De un modo muy ameno y con toques de humor, que seducen y conquistan al espectador, se narran los detalles de un juicio cuyos encausados nunca creyeron ir a perder. Este juicio a las juntas militares argentinas que dieron un golpe de Estado, figura en los anales de la historia jurídica internacional y se homologa con el de Nürenberg por la barbarie del nazismo. El argumento de la defensa fue hábilmente desmontado por el fiscal. No hubo un estado de guerra para salvar a la democracia, como dejaron meridianamente claro los testimonios de las víctimas que osaron darlo. 

El fiscal Julio Strassera termina su alegato aduciendo que, sin duda, “el sadismo no es una ideología política, ni tampoco una estrategia militar, sino una perversión moral”. Eso es lo que supuso suplantar los arrestos por secuestros en el propio domicilio y los interrogatorios por torturas que buscaban delaciones ficticias e inventadas. La violencia política padecida por Argentina, Chile y Colombia se refleja en estas tres películas que nos ayudan a recordar episodios recientes de la memoria histórica latinoamericana. Ojalá proliferarán este tipo de crónicas cinematográficas tan solventes, que pueden ser muy eficaces para despertar a nuestra conciencia colectiva de su preocupante letargo.

Cronistas cinematográficos de las convulsiones políticas latinoamericanas