jueves. 28.03.2024

Muy sencillo: el uso ejemplar de una misma herramienta de trabajo cuya eficacia a lo largo de la historia ha quedado altamente demostrada: el ‘shock’.

El documental de Michael Winterbottom La doctrina del shock, basado en el libro homónimo de la periodista Naomi Klein sobre las teorías del economista neoliberal Milton Friedman, establece la tesis de que la implantación de agresivas políticas económicas neoliberales en el pasado siglo y en lo que va de este, ha venido normalmente precedida de grandes episodios traumáticos ya sean provocados (guerras, golpes de estado, ataques terroristas) o no (catástrofes naturales), capaces de sumir a la población en un estado de conmoción tal que le lleva a acatar dichas políticas sin oponer resistencia, cuando no a recibirlas con alborozo. Tras la victoria del Reino Unido en la Guerra de las Malvinas en el año 1982, Thatcher, a pesar de su alta impopularidad por aquella época, ganó por aplastante mayoría las elecciones del 83. A partir de entonces se dedicó a desmantelar la infraestructura pública del país privatizando sanidad, telecomunicaciones, transportes, agua y un largo etcétera. La venta de empresas estatales por parte de la Dama de Hierro alcanzó tal nivel de desafuero que resulta extraño que no terminase por vender a la mismísima Reina Isabel y su tropa real al primer jeque árabe amante del té y las buenas costumbres que pasara por allí. Maggie puso el país entero en manos privadas y la población, con resaca aún de la guerra reciente, no tuvo más remedio que aguantar el tirón.

Las políticas neoliberales propuestas por Milton Friedman (profesor de la Universidad de Chicago y Premio Nobel de Economía en 1976) y sus discípulos, los llamados Chicago Boys, fueron adoptadas a rajatabla no solo por Thatcher, sino también por Reagan, Pinochet, Bush y demás mandatarios alérgicos a las bondades de la regularización económica. 

Para Friedman el ‘shock’ era sinónimo de oportunidad. Y las oportunidades, si no surgen solas, se crean. De este modo Pinochet, con ayuda de la CIA, aterrorizó a la población chilena vía golpe de estado, torturas, muertes y desapariciones para, a continuación, instaurar una economía de feroz libre mercado con la que tratar de aniquilar el ‘fantasma marxista’ de Allende. Por su parte George W. Bush aprovechó los atentados del 11-S de 2001 para llevar a cabo una privatización sin precedentes del ejército estadounidense en aras de la cruzada contra el ‘eje del mal’, haciendo de la industria militar la primera del país, por delante de la cinematográfica o la musical. Y, por si no hubiera tenido suficiente con la masiva puesta en práctica de sus teorías a lo largo de los años por parte de su corte de insignes ‘groupies’, tras el devastador huracán Katrina que asoló el sur de Estados Unidos en 2005, papá Friedman, en el lecho de muerte, no pudo por menos que entonar su oportunista canto del cisne en un artículo de prensa: “con las escuelas arrasadas por el huracán, ¿qué mejor momento para privatizar la enseñanza del sur de Estados Unidos?”. Los damnificados por el desastre bastante tenían con pensar en cómo reconstruir sus vidas desde cero como para plantearse si las escuelas de sus hijos iban a ser privatizadas o no. Por más que esa privatización incrementase más aún su ya de por sí paupérrima situación.

Sin lugar a dudas el ‘shock’ es oportunidad. Los que lo sufren quedan en un estado de confusión y vulnerabilidad que permite hacer con ellos lo que se quiera. Ron Galella, el ‘paparazzi’ más famoso de todos los tiempos, parte de cuya extensa obra se expone estos días en Madrid en el marco de PhotoEspaña, lo sabe bien. Los millones de fotos tomadas a las ‘celebrities’ más despampanantes del planeta a lo largo de 40 años son fruto del atrevimiento, la perseverancia y los infinitos flashes disparados a traición para inmortalizar la cara más atípica de sus víctimas. Denostado por famosos y fotógrafos que lo consideran poco menos que un pornógrafo sin ningún valor artístico, adorado por otros, Galella lleva toda una vida apareciendo cuando menos se le espera dispuesto a hacer lo que sea para llevarse a casa su codiciado botín: un pedazo del alma de los dioses del siglo XX. El alma que se esconde tras la mirada asustada, la boca entreabierta, la mano alzada en actitud defensiva. Para ello cuenta con un método infalible, asaltar a sus ‘modelos’ y, sin darles tiempo para reaccionar, acribillarles a flashes sin mirar nunca por el visor de la cámara. Manteniendo el contacto visual directo en todo momento, desprovisto de filtro. Concediendo así a sus presas una última gracia: encontrar por unos segundos, antes de ‘morir’, la mirada de su verdugo.

De todas sus presas, Jacquelinne Onassis fue, durante décadas, a la que más encarnizadamente persiguió. Quién sabe si prendado de su belleza, status, majestuosidad y/o hieratismo, Galella la sometió a un acoso sin precedentes que llevó a la ex primera dama a demandarle en varias ocasiones dando lugar a mediáticos juicios cuyo objeto era, entre otros, dirimir hasta qué punto las fotos de Galella reflejaban el dolor que Jacquelinne decía padecer en cada ‘desencuentro’ con el ‘paparazzi’. Normalmente la viuda de América, cegada por los repentinos flashes de Galella, quedaba a su merced, laxa como un muñeco de trapo, sin capacidad de maniobra ante los embates de su incansable admirador. En una ocasión, sin embargo, amparada en la amplitud y la soledad de Central Park, Jackie hizo acopio de fuerzas, dio la espalda a su verdugo y echó a correr como alma que lleva el diablo. No era la primera vez. Ya lo había hecho antes, años atrás, demostrando increíbles reflejos, cuando trepó como un lince sobre el capó de la limusina en la que su marido estaba siendo asesinado ante los ojos del mundo entero. El ‘shock’, entonces y en Central Park, no fue suficiente para paralizarla. Tampoco lo fue cuando, tras el ‘crack’ del 29, el pueblo estadounidense, lejos de amilanarse, salió a las calles e instó a Roosevelt a devolver la dignidad a un país roto poniendo en marcha las medidas salvadoras del New Deal. Como dice Naomi Klein al inicio de La doctrina del shock: “el ‘shock’ puede evitarse siempre que seamos conscientes de nuestra propia historia”. Estemos alerta.

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El ‘shock’ os sienta tan bien…