Las niñas, una película de Pilar Palomero

las niñas fotograma (1) — Fotograma de la película.

22 de agosto de 2023, 15:35

Alba Fernández |

Es el año 1992, la España de la Expo y de las Olimpiadas. El coro de un colegio femenino religioso de Zaragoza se prepara para ensayar su actuación. Antes de comenzar, las jóvenes toman aire y, en consonancia, nosotros los espectadores lo hacemos también. Esta meticulosa coreografía de expectación es la introducción que Pilar Palomero teje de forma magistral en su película "Las niñas", un título que ya se ha asegurado un lugar en los anales del cine español y que HBO Max brindará la oportunidad de revisitar el próximo 25 de agosto.

La llegada de Brisa (Zoe Arnao) a la escuela empujará a Celia (Andrea Fandos), nuestra joven protagonista de tan sólo 11 años, a experimentar una historia compartida por todos, una anécdota universal: la ansiada entrada en la adolescencia. Es entonces cuando descubrirá que la vida, como la misma directora explica, “está hecha de muchas verdades y algunas mentiras”.

Para lograrlo, la película trasciende los confines de lo común dentro del cine costumbrista: la realidad no es plana, y sus personajes tampoco. De este modo, Palomero permite que sus jóvenes protagonistas naveguen las tumultuosas aguas de la juventud y la feminidad, así como la performatividad que estas comportan.

Un ejemplo distintivo de este fenómeno es la constante presencia de la cruz sobre la pizarra, un elemento que pasa casi inadvertido pero que evoca un claro paralelismo con la vigilancia omnipresente que a menudo caracteriza microsociedades tales como la que se muestra en este filme. Esta meticulosa atención al detalle en la producción se extrapola también en sus personajes principales, desencadenando situaciones como la comparación silente con el resto de compañeras —muy características de las inseguridades en nuestros primeros años de juventud—, o el impulso de seguir al rebaño tan sólo por no quedarse atrás.

Es así como la película resalta la necesidad de cuestionar las normas y expectativas establecidas por figuras de autoridad, de poner en duda el “porque sí” de nuestros padres, de indagar en los secretos de familia. Paradójicamente, las figuras maternas también emergen como espejos de la rebeldía de sus hijas, pues algunas de ellas están divorciadas, son viudas o disidentes del papel de ama de casa que se espera de ellas.

Todas estas vivencias están acompañadas del inolvidable proceso de experimentar por primera vez momentos cruciales en la adolescencia: la primera vez que nos subimos en una moto, el amargo primer sorbo de alcohol en clandestinidad, el temor a ser descubiertos en flagrante desobediencia. A medida que la rebeldía natural de la juventud se encuentra con la severidad del entorno, se gesta una intrincada dialéctica entre la expresión individual y las restricciones impuestas por aquellos que claman recato. Celia y sus amigas nos recuerdan aquella ingenuidad y adrenalina, y nosotros a cambio les guardamos el secreto.

Una nostalgia tangible: una cinta de casete con las canciones del momento, el esbozo de un retrato en lugar de una fotografía digital, enredar los dedos en el cable del teléfono fijo. Estas escenas se enriquecen mediante multitud de referencias de la época, como bien es la presencia de Raffaella Carrá o las Mama Chicho en un televisor de tubo, la proyección de la clásica película "Marcelino, pan y vino" en el colegio, o una banda sonora cuidadosamente seleccionada que incluye éxitos de grupos aragoneses como Héroes del Silencio o Niños del Brasil.

Varias semanas atrás, Barbie de Greta Gerwig nos dejó la magnífica frase de: "Las madres nos quedamos quietas para que nuestras hijas puedan mirar atrás y ver lo lejos que han llegado” y, de algún modo, Pilar Palomero capta esta esencia. Es únicamente a través de fragmentos tejidos por los hilos del recuerdo cómo podemos observar cuánto hemos crecido.