jueves. 28.03.2024

@jgonzalezok | Hace chistes, se burla incluso en presencia de personas que están presentes, y se comporta más como una opositora o una comentarista que como una presidente en ejercicio. La diplomacia le es ajena: llega tarde a citas con otros presidentes, les da cátedra y lo último fue un chiste que fue considerado ofensivo por los chinos, estando de visita oficial en Pekín y cuando debía cortejar a inversores del gigante asiático. Fue cuando habló en Twitter de aloz y petlóleo, burlándose de la dificultad de muchos chinos con la letra “r”.

Un prestigioso intelectual argentino, Federico Finchelstein, director del Departamento de Historia de la New School for Social Research, de Nueva York, señalaba recientemente que “no hay muchos países donde los presidentes hablen como si no lo fueran”. Se refería a Cristina Fernández, cuya popularidad ha caído a mínimos históricos, después de la muerte del fiscal Nisman, días después de haberla acusado de intentar encubrir a los imputados iraníes en el atentado contra la mutual judía AMIA, en 1994.

La llegada de los Kirchner al poder, en 2003, se produjo después de la debacle de diciembre del 2001, cuando el país estalló por los aires, el presidente De la Rúa tuvo que huir en helicóptero de la Casa Rosada y Argentina protagonizó una suspensión de pagos histórica. Néstor Kirchner, hasta ese momento un oscuro gobernador de la poco poblada provincia de Santa Cruz, llegó a la presidencia con el país quebrado, harto de la clase política.

La historia es conocida: en muy poco tiempo, Argentina empezó a levantar cabeza, de la mano del ministro de Economía Ricardo Lavagna, heredado de su antecesor, Eduardo Duhalde. El país recuperó la capacidad ociosa de sus industrias y empezó a crecer a tasas chinas, lo que le permitió mantener una política populista de subsidios para todo y para todos. Esto provocó un entusiasmo en el gobierno, alentado además por medidas que dieron impulso a la anulación de las leyes que habían beneficiado a los militares de la dictadura. 

Hasta 2007, cuando Cristina Fernández reemplaza en la presidencia a su marido. Fue ahí que el modelo empezó a mostrar sus limitaciones. La primera fase del mismo se había basado en una baja tasa de inflación, superávits gemelos -fiscal y comercial-, política fiscal cuidadosa, tipo de cambio competitivo, acuerdo internacional por la deuda –reestructurada- y una política exterior relativamente previsible y razonable.

A poco andar su primer mandato, Cristina sufre la muerte de Néstor, que era su sostén político y emocional. Era él quien se metía en el barro de la política, negociaba con los gobernadores, con los caudillos del peronismo. Una tarea que a Cristina le horroriza; ella, simplemente da órdenes. Eso hace que su círculo íntimo sea cada vez más reducido.  

Con Cristina Fernández en la Casa Rosada se visibilizan más aún los límites de un  modelo que solo tolera el aplauso. De ahí la búsqueda permanente de enemigos. El primero fue el sector del campo, principal proveedor de divisas del país, pero que en el imaginario del peronismo simboliza la oligarquía. Después fue el turno de los medios independientes, la justicia y los sectores sindicales que empezaron a sufrir la pérdida del poder adquisitivo. El último blanco de la ira presidencial son los servicios secretos, aunque durante estos años siguieron estando al servicio del gobierno a la hora de presionar jueces y fiscales, espiar opositores, periodistas y empresarios.

Con la desaparición de Néstor Kirchner el gobierno siguió sin hacer reuniones de gabinete. Tampoco hubo entrevistas o conferencias de prensa. Y Cristina cada vez hizo más uso de la cadena nacional, un mecanismo reservado para situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional, pero que la mandataria usó sin medida ni justificación.

La idea es que la presidente se comunica directamente con el pueblo, sin intermediarios. Claro que es una comunicación unidireccional, sin ninguna posibilidad de diálogo, que tampoco ejerce con la oposición o con los otros poderes del Estado.

La división de poderes es también algo que molesta profundamente, aunque no se ha llegado al caso de la magistrada venezolana Luisa Morales, titular del Tribunal Superior de Justicia, que hace años ya habló de “la odiosa separación de poderes”. La teoría es que quien gana las elecciones gana todo y no hay límites.

Con el tiempo, la presidente descubrió Facebook y Twitter, que le sirven para escrachar periodistas críticos, identificarlos como representantes de fondos buitre o de los poderes concentrados. Coincidiendo con su entusiasmo por las redes sociales, también se entusiasmó con el inglés, idioma que desconoce, lo que no impide que introduzca en su vocabulario expresiones como Oh my God!, sorry, always. En 2004, en un seminario de mujeres políticas latinoamericanas en la Universidad de Berkeley, Cristina explicó que formaba parte “de una generación para la que el inglés era un defecto, por eso de yankees go home

Para el grupo de irreductibles, Cristina sigue siendo una líder que cambió la historia y es el freno al regreso del neoliberalismo. Da igual las acusaciones de corrupción, su gusto por las joyas, o las estadísticas que hablan de persistentes niveles de pobreza e indigencia, tras doce años de gobierno kirchnerista. En estos días ha vuelto el fantasma y el drama de la desnutrición infantil en el norte del país, con algunos niños muertos. Esto, mientras la presidente se vanagloriaba en China de que el país puede alimentar a más de 400 millones de personas.

La guardia pretoriana de Cristina Fernández son los jóvenes de la agrupación La Cámpora. El autor del blog Relato del Presente, escribía estos días que no se serio “que la referente de una juventud rebelde, soñadora, independiente y laburante, sea una abuela multimillonaria empleada pública, cuyo único trabajo anterior a su entrada en la Cámara de Diputados en 1989, fue ser la recepcionista del estudio jurídico de su marido”.

La muerte del fiscal Nisman, de una gravedad institucional que solo es comparable a las rebeliones carapintadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), ha tenido como consecuencia un escrutinio internacional sobre la Argentina y su presidente. Hacía años que en los medios de todo el mundo no se escribía tanto sobre el país, mucho tiempo que no venían por estos pagos corresponsales de los principales diarios del mundo. Buenos Aires se ha vuelto a convertir en una plaza periodística importante y lo seguirá siendo en los próximos meses, teniendo en cuenta que el caso Nisman empezó recién su andadura y que en octubre habrá elecciones generales.

Cristina Fernández, una forma de gobernar