viernes. 26.04.2024

Las sociedades envejecen y se acobardan, y se hacen más hurañas, más tacañas, más egoístas e insolidarias. Son fenómenos que se producen en tiempos de incertidumbre, ya sea por crisis económicas, por guerras, e incluso por avances o por retrocesos del mundo que desconciertan a los individuos. Y fenómenos que no suelen ser ajenos a la aparición de profetas de la catástrofe. Profetas de la sociedad del malestar, que remueven sus aguas para pescar personas contagiadas por la enfermedad del miedo y la incertidumbre.

Es algo que estamos padeciendo en una España en la que -desde la puesta en marcha del Estado del Bienestar- jamás se han tomado tantas medidas económicas y sociales en favor de las clases trabajadoras, de las clases medias y del bienestar general de la sociedad, a pesar de las crisis sobrevenidas. Pero donde hay un coro de profetas bien pagados, y de oficio, que tratan cada día de hacernos comulgar con ruedas de molino, y que tergiversan la realidad para confundir a incautos, y para hacer dudar a personas de buena fe, que se preguntan por el rumbo que puede tomar nuestra realidad, castigada por crisis y guerras.

Y es algo que ocurre en toda Europa y en el mundo occidental avanzado. Algo que explica la escalada de la extrema derecha y la vuelta de una parte de la sociedad hacia posiciones conservadoras, defensivas, cerradas a aceptar al inmigrante, temerosas de admitir opciones progresistas -y mucho menos si son audaces- que rompan los moldes de la rutina conocida.

Profetas de la sociedad del malestar, que remueven sus aguas para pescar personas contagiadas por la enfermedad del miedo y la incertidumbre

No es la primera vez que vivimos esta situación. Pero no debemos olvidar que hubo una vez en la historia de Europa en la que el avance de estas posiciones fue hábilmente aprovechado por la aparición de supuestos salvadores que nos llevaron a una de las mayores y más diabólicas catástrofes de nuestra Historia conocida. Y que en Estados Unidos no hace tanto que otro mesías llegó a movilizar a las masas para atacar el propio Capitolio.

No quiero ser un agorero, ni pecar de pesimista, pero debemos estar prevenidos. El miedo, la incertidumbre y el egoísmo no son buenos consejeros. Son como la paja seca, lista para que cualquier interesado de mala fe, o de pésimas convicciones, le arrime la cerilla para provocar el incendio. Incendio que en este caso -como siempre ha ocurrido- consiste en la exaltación del nacionalismo, en el fomento de la xenofobia, en la instigación a la aporofobia, porque para esta gente los pobres, si no están sometidos o esclavizados, son una amenaza.

Debemos estar prevenidos. El miedo, la incertidumbre y el egoísmo no son buenos consejeros

Y no nos engañemos. Hay quienes se sorprenden de que haya votos de la clase trabajadora que apoyen a la extrema derecha. Y tiene una lógica, porque es en los barrios obreros donde más cerca se está de los inmigrantes y de los pobres. Donde es más fácil que haya quienes los hagan aparecer como enemigos, como quienes vienen a quitar el trabajo, la vivienda o las ayudas sociales.

Y siempre va a haber quienes instiguen al odio, y quienes prometan una nación sólo para nosotros: poco menos que un paraíso donde va a haber trabajo y ayudas para todos. Sin intrusos, sin competidores… Incautos de ellos, que no saben que una parte de las pensiones de sus padres, o las suyas; y que una parte de su propio paro, o de sus ayudas sociales se las están pagando las cotizaciones y los impuestos que pagan esos extranjeros: porque hay más de dos millones de inmigrantes cotizando a la Seguridad Social (más de 12.000 millones de euros anuales) y tributando el IRPF (más de 3.000 millones de euros cada año). Cantidades a las que podríamos añadir no menos de 2.000 millones de IVA. Cantidades que contribuyen al pago de pensiones, de subsidios de desempleo y a la prestación de servicios como la sanidad o la educación.

Y el miedo ciega las conciencias, y quienes caen en él son incapaces de valorar las realizaciones sociales, las mejoras económicas; o de escuchar las razones del por qué se hacen las cosas; o de evaluar los beneficios que ellos mismos están obteniendo de tales realizaciones.

Sólo esta consabida y perversa psicología de masas explica el ascenso del conservadurismo, y del voto a la extrema derecha en toda Europa. La catástrofe política de Suecia en las últimas elecciones, o el recurrente voto ultraderechista en Hungría, o ultraconservador de Polonia, que hace que en varios países de la Unión Europea tengamos incrustado el estigma de unas políticas regresivas, y en muchos casos lesivas para el Estado de Derecho. Hace pocos días el Parlamento Europeo ha determinado, por votación mayoritaria, que Hungría ya no puede considerarse una democracia plena, mientras la Comisión Europea le ha congelado los fondos de recuperación que teóricamente le correspondían.

Los partidos no conservadores europeos, y los propios sindicatos, deberían reforzar y multiplicar su presencia en el contacto con la sociedad

Y el próximo 25 de septiembre nos arriesgamos a que, en la tercera potencia de la UE, Italia llegue también a gobernar la ultraderechista Giorgia Meloni, de los “Hermanos de Italia”, con el apoyo de nefastas fuerzas conservadoras dirigidas por Salvini y Berlusconi, ambos de muy triste recuerdo en la historia de la democracia europea.

Es curioso que, lo mismo que ocurre en España, estos movimientos estén medrando en Europa en una fase en la que la Unión Europea está adoptando políticas sociales decididas. Tal vez si hacemos excepción de las recientes políticas monetarias del BCE, que para luchar contra la inflación adopta medidas que pueden perjudicar -por asfixia- precisamente la recuperación económica.

Tal vez haya que pensar que, además del factor del miedo e incertidumbre, y de la acción de los profetas de la sociedad del malestar, los partidos no conservadores europeos, y los propios sindicatos, deberían reforzar y multiplicar su presencia en el contacto con la sociedad, en una labor de pedagogía, de escucha y de diálogo e incluso debate con los ciudadanos, para atajar la confusión, y para ajustar más las medidas políticas, sociales y económicas -acertadas a nivel “macro”- a las necesidades en el día a día de las personas y las familias.

Tiempos de miedos e insolidaridad