martes. 23.04.2024

España no es diferente. Desde hace unas décadas nuestro país se ha convertido en uno más de los estados que forman parte del minoritario club del mundo capitalista desarrollado y democrático. Aún mantiene algunos rasgos particulares, pero no muchos más ni más extravagantes que la mayoría de los estados con los que comparte sistemas capitalistas y regímenes democráticos. El reciente Eurobarómetro Stándard 98 (invierno 2022-2023) de la Comisión Europea resalta una de esas rarezas: cuando se pregunta por la situación de la economía española, una amplia mayoría de las personas encuestadas la valora como negativa (el 77% la califica como “mala”); pero cuando el interrogante se refiere a la situación económica personal o del hogar del que se forma parte, y de la que cabe suponer mayor conocimiento, una amplia mayoría la percibe como positiva (el 70%, la considera “buena”). 

Esa brecha entre la mala calificación que recibe la economía del país y la buena valoración de la situación financiera de sus respectivos hogares también se da en el resto de los Estados miembros de la UE, pero de forma más comedida: un menor porcentaje califica como mala la situación económica de su país (una media del 63% en el conjunto de la UE, 14 puntos menos que en España) y señala la buena situación financiera de su hogar (69%, 1 punto menos que en España).

Las razones de esa incongruencia son muchas, pero no sé de ninguna investigación que permita jerarquizar la incidencia específica de cada factor en esa distorsión. Podría atribuirse a los grandes riesgos y la mucha incertidumbre que provocan la guerra de Ucrania y la intensificación de la presión comercial, tecnológica y geopolítica de EEUU sobre China o a las muchas vulnerabilidades (en materia energética, de defensa, salud pública, inmigración o suministros de componentes y materias primas), puestas de manifiesto en la UE desde la pandemia de 2020. 

En el actual contexto político, la cooperación entre las fuerzas progresistas y de izquierdas resulta imprescindible; así como la responsabilidad y el buen trato en la gestión de los inevitables conflictos

A los factores causales mencionados, cabría añadir la intensa pugna que se está produciendo entre los Estados miembros de la UE y entre diferentes corrientes políticas y teorías económicas sobre las políticas monetarias y presupuestarias o las reglas fiscales comunitarias que conviene aplicar para frenar la inflación y, al tiempo, impedir una nueva recesión y acelerar las transiciones ecológica y digital. Además, habría que resaltar la sinrazón que supone pensar que la economía va mal cuando le va bien a la mayoría de los hogares.

También tendríamos que sopesar, en el caso de España, los impactos sobre la opinión pública de una campaña sistemática de cuestionamiento radical por parte de la oposición de derechas de la legitimidad del Gobierno de coalición progresista y de la eficacia de sus políticas económicas. El mundo de las verdades alternativas pesa y puede llegar a influir tanto o más en la interpretación de la realidad que el mundo de los hechos y los datos. 

Al margen de las posibles causas de la distorsión que refleja el Eurobarómetro, conviene detenerse a examinar sus efectos: esa deformación de la realidad económica sirve de eficaz palanca a la propaganda y los relatos de unas derechas que buscan instalar en la conciencia social una situación económica apocalíptica que facilite su crítica radical a la gestión económica realizada por el Gobierno de coalición progresista. 

Podríamos afirmar, sin demasiado temor a errar el tiro, que los esfuerzos de las derechas y la brigada de medios de comunicación y entretenimiento afines, tratando de emborronar los buenos resultados económicos conseguidos por el actual Gobierno de España, habrían tenido menos incidencia en la opinión pública si no fuera por el ruido y la irracional disputa que se ha normalizado entre los componentes de la coalición gobernante para intentar atribuirse en exclusiva los logros e imputar los desaciertos a sus socios. 

Es innegable que aún hay mucho por hacer en materia económica y que algunas de las medidas aprobadas deben ser sustituidas o mejoradas. Pero convendría que todas las fuerzas políticas que forman parte del Gobierno de coalición progresista o han apoyado sus medidas desde el Parlamento apreciaran mucho más lo que han conseguido conjuntamente y se empeñaran más en seguir cooperando y utilizando el BOE en beneficio de la mayoría social. Mantener y airear las trifulcas sobre quién hace más o qué parte dificulta en mayor medida que se hagan las reformas comprometidas no benefician a nadie que no sean las derechas y su estrategia de erosión y desestabilización del Gobierno de España. 

En todo caso, los hechos demuestran que los buenos resultados económicos no tienen capacidad de determinar por sí solos los imprescindibles apoyos de una mayoría social suficiente ni garantizan la mayoría electoral.

¿Sumar y cooperar o autoafirmarse descalificando al resto?

Las fuerzas progresistas y de izquierdas se sitúan en una encrucijada: sumar y cooperar para activar y esperanzar a la mayoría social o seguir la senda de la autoafirmación partidista y la descalificación de afines y posibles aliados. A un lado, la ampliación y el fortalecimiento del movimiento ciudadano y las formaciones políticas que se están agrupando en torno a Sumar y a Yolanda Díaz y están dispuestas a mantener la imprescindible alianza con la fuerza progresista que agrupa el PSOE de Pedro Sánchez. Al otro, la reafirmación y el encastillamiento partidista que requieren de la confrontación y la crítica desabrida como formas predominantes de relación política. 

En una dirección, la posibilidad de impedir que la derecha conservadora y la extrema derecha, que están en ascenso en Europa y en todo el mundo, puedan decidir la composición del próximo Gobierno de España y definir una acción política orientada a preservar privilegios, reducir derechos, recortar bienes públicos y protección social e imponer una idea autoritaria y excluyente de España. En dirección contraria, la consolidación de la apatía social y el aumento de la crispación política y social como el mejor fermento de la anti política y de la desconfianza en la política como instrumento de protección y mejora de la vida de la mayoría social. 

No se trata de cerrar los ojos ante las dificultades de lo mucho que queda por hacer o los errores e insuficiencias que se han producido en la acción política gubernamental, sino de que el reconocimiento de las dificultades y la identificación de los desaciertos cometidos no impidan ver el bosque de buenos resultados y objetivos logrados o lleven a menospreciar la importancia de que una amplia coalición progresista continúe definiendo y dirigiendo la política gubernamental y las reformas pendientes. 

La opinión pública es una guía insustituible de la acción política democrática, pero la política también tiene por objetivo el contribuir a generar una cultura política realista, flexible e informada que permita a la ciudadanía observar lo que está delante de los ojos y distinguir las muchas formas en las que se manifiesta la realidad, sin las distorsiones que implican visiones excesivamente ideologizadas, simplistas o cerradas que obstaculizan comprender el difícil momento político y económico en el que estamos. 

Hay en marcha, en Europa y en todo el mundo, muchos cambios de envergadura y demasiada incertidumbre sobre el curso que seguirán las graves crisis en acción y las profundas transformaciones que apenas se han iniciado. En estas condiciones no parece inteligente hacerse eco de afirmaciones y tesis categóricas o demasiado cerradas que nos invitan más al rechazo de hipótesis alternativas que a la imprescindible y paciente labor de recopilación de datos, escucha, diálogo de argumentos, conocimiento de los escenarios en potencia y construcción de proyectos de país con amplias bases sociales y políticas. 

En una actualidad tan poblada de acontecimientos inesperados, capaces de marcar el ritmo y el contenido de la acción política, parece más necesaria que nunca la capacidad de manejar datos contradictorios o incongruentes con las hipótesis y los escenarios que consideramos más plausibles o probables. Esas incongruencia y contradicciones son las que abren las puertas a la necesidad de matizar y rectificar las tesis que han perdido capacidad explicativa, nos invitan a adentrarnos en la intrincada selva de datos contradictorios que proporciona la realidad, a descubrir los caminos por los que es posible impulsar los cambios que pueden mejorar la vida de la mayoría social y a ensanchar el campo de alianzas y complicidades que pueden respaldarlos y hacerlos viables.

En ese camino y en el actual contexto político, la cooperación entre las fuerzas progresistas y de izquierdas resulta imprescindible; así como la responsabilidad y el buen trato en la gestión de los inevitables conflictos y diferencias que surjan en esa cooperación. 

Situación económica, opinión pública y momento político