lunes. 29.04.2024

En esta semana que se ha celebrado el día de las personas mayores, me propongo provocar algunas reflexiones críticas. La primera, que nos llega del desarrollo del tema en Latinoamérica, que señalan que edadismo significa discriminación por razón de edad, que puede incluir discriminaciones hacia la juventud. Por eso, llaman viejismo a las discriminaciones hacia las personas mayores. 

Evidentemente en nuestra cultura suena muy mal, porque no es tan habitual la denominación cariñosa de “viejos”, “viejas” o “viejitos”. Pero al llamar la atención sobre el concepto de edadismo, conviene aclarar algunas cuestiones medulares del significado que otorgamos a dicho concepto. En general, aparece en todos los documentos internacionales sobre las personas mayores, con tres componentes a combatir: estereotipos, prejuicios y discriminaciones. Las diferencias entre esas pautas culturales generan la necesidad de definir las formas de combatirlas.

Si los estereotipos son una construcción social basada en imágenes, ideas, valores, como etiquetas, modelos rígidos de pensamiento, es importante elaborar formas para cambiar la manera de pensar. En cambio, los prejuicios (por lo general partiendo de estereotipos o de factores ideológicos) están más relacionados con sentimientos, muchas veces no reconocidos, que también hay que cambiar. Si se observan discriminaciones (estaríamos ante acciones o conductas de exclusión, de invisibilización, que deben ser transformadas para conseguir sociedades inclusivas con todas las edades.

Vivimos en sociedades longevas, cada vez somos más personas de edades por encima de los 65 años, por lo cual, las responsabilidades del Estado son muy relevantes

Lo que ocurre es que todas estas manifestaciones del edadismo con las personas mayores, tienen diferente repercusión dependiendo del ámbito de la vida que observemos. No tiene las mismas consecuencias en la salud que en la enfermedad, ni en las opciones de aprendizaje o en la participación política, y qué decir cuando se trata de actividades sociales donde se producen otras discriminaciones: de género, etnia, religión, nivel cultural, de clase social y la tan mentada brecha digital. 

En el occidente desarrollado vivimos en sociedades longevas, cada vez somos más personas de edades por encima de los 65 años, por lo cual, las responsabilidades del Estado son muy relevantes. Las políticas públicas, no sólo las específicas dedicadas al colectivo, deben incorporar los derechos de las personas mayores. Además, ya no es posible considerarnos un colectivo homogéneo ni en la sanidad, ni en la educación, ni en los servicios sociales y me atrevería a decir que ni siquiera en la edad de jubilación ni en otras restricciones “por edad avanzada” que existen. 

Algunos ejemplos extremos para provocar el debate: no es lo mismo trabajar en tareas físicas, duras, a la intemperie que estar en una oficina o dar clase en la universidad; no todas las personas mayores tienen el mismo nivel de acceso a las tecnologías digitales; menos aún nos parecemos en cuestiones de salud y sin embargo, demasiadas veces se actúa con prejuicios al respecto (son cosas de la edad); el nivel económico y el origen de clase domina la historia personal y mejor no mencionar la salud mental.

También son preocupantes las insistencias en los “problemas” atribuidos a las personas mayores en general: la soledad que puede ser un problema pero también una elección, las suposiciones sobre la sexualidad donde influyen muchos condicionantes que abren un espectro inmenso de situaciones, las respuestas uniformes sobre soluciones habitacionales o sobre las necesidades para el ocio, la cultura, etc. Los centros de mayores pueden llegar a ser ghetos, donde las actividades intergeneracionales que promueven inclusión están desaparecidas; o las propuestas sobre hobbies encasilladas en las manualidades para las mujeres o los juegos de mesa como única actividad programada. A veces, sin tener en cuenta el contexto social y cultural, se generalizan propuestas para un colectivo heterogéneo, con muchas variables a considerar: tramo de edad y estado de salud, autonomía o dependencia (distintos grados), intereses subjetivos, experiencia de vida (urbana, rural, nivel de estudios, etc.)

Los centros de mayores pueden llegar a ser ghetos, donde las actividades intergeneracionales que promueven inclusión están desaparecidas

Actualmente, al menos, ya existe un Servicio Estatal de Atención a las Personas Mayores (SEAM) y una plataforma donde participan multitud de entidades: HelpAge, que promueve una campaña para conseguir una Convención Internacional sobre los derechos de las personas mayores. En el ámbito europeo la Agencia de los Derechos Fundamentales ya ha emitido informes sobre las personas mayores, pero aunque se mencionan en la Carta Social tampoco existen orientaciones específicas. El Decenio del Envejecimiento Saludable en conexión con la Agenda 2030 va quedando en el olvido, porque para el desarrollo sostenible interesan más las inversiones económicas o el medio ambiente. 

No obstante, queda mucho por debatir y muchas políticas públicas a aplicar. A veces, nos invade una visión “romántica” de la vejez, que recorre caminos un tanto desvinculados de la realidad. Algunas situaciones se idealizan demasiado, pero en el fondo, no se reconocen en toda su dimensión social y económica. No se valoran en su justo término porque se consideran “naturales”, “generacionales” o del ámbito privado. 

Existen desigualdades sobrevenidas producto del envejecimiento que no se analizan o se generalizan, los cuidados se enmarcan en asistencialismos que cronifican dificultades, se invisibilizan obstáculos muy reales para las personas muy mayores, se niegan los cambios en la identidad que habría que atender en el paso de la vida activa a la pasiva (porque la productividad es la norma). Tampoco emergen las situaciones familiares, con la convivencia de mayores de 65 de dos generaciones (padres/madres con sus hijos/hijas), no se tienen en cuenta las aportaciones a la economía familiar que significan los cuidados que ejercen las personas mayores, o el sostenimiento de muchos hogares con las pensiones. 

Existen desigualdades sobrevenidas producto del envejecimiento que no se analizan o se generalizan, los cuidados se enmarcan en asistencialismos que cronifican dificultades

Es imposible abarcar todas las situaciones, sobre todo aquéllas que se viven como problemas cuando no lo son. Lo más preocupante resulta del abandono del campo de intervención por parte de las políticas públicas. Como en todos los derechos, si se debilita el Estado del Bienestar el espacio lo ocupa el mercado. Y sabemos lo que ocurre, por otras muchas prestaciones, servicios y respuestas a derechos humanos, sociales y laborales: la necesidad se transforma en negocio, deja de ser un derecho para ser una mercancía.

Evitar las desigualdades, combatir las discriminaciones implica especificar los derechos de las personas mayores para que no se diluyan en los derechos “humanos”, adaptar las categorías diagnósticas sanitarias, culturales, sociales a las personas mayores y las condiciones heterogéneas, adoptar una mirada compleja sin simplificaciones ni uniformidades. Vivir más y mejor significa aprender a lo largo de la vida, prepararse para la jubilación o la vejez, no reproducir estereotipos, prejuicios o discriminaciones, realizar actividades intergeneracionales. 

Si finalizamos con las voces latinoamericanas, pensemos en una revolución de las canas, que somos más del 20% de la población mundial, reclamemos investigaciones que combinan los datos, lo cuantitativo con lo cualitativo de nuestras voces, de nuestras opiniones. Persigamos visibilizar los micro edadismos, exijamos tratamientos intersectoriales e interdisciplinares, que puedan transversalizar las respuestas combinadas con el género y la pobreza, sobre todo, y con el resto de factores que concurren en la edad avanzada.

 Si apostamos por una sociedad inclusiva, democrática y sostenible, difundamos los derechos de las personas mayores recalcando que las gentes de todas las edades, tarde o temprano, lo serán. Si la adolescencia es pasajera, la edad avanzada es cada vez más duradera.


Estella Acosta Pérez | Orientadora y profesora asociada de la Universidad Autónoma de Madrid jubilada. Asociación Isegoría. 

¿Edadismo o viejismo?