jueves. 25.04.2024

El traslado de tropas al campo de batalla adquirió una nueva forma durante la Segunda Guerra Mundial con el uso del paracaídas. La utilización de ese artilugio facilitaba introducir soldados en el frente con rapidez y sorpresa y, además, permitiendo elegir el lugar donde introducirlos, incluso detrás de las líneas enemigas. Los alemanes, al principio de esa contienda, y los aliados al final de la misma, utilizaron con éxito el paracaidismo para la consecución de sus fines militares. Desde entonces, el paracaidismo es una especialidad presente en todos los ejércitos del mundo. Sobre todo, entre los que tienen aviones.

En política, que para muchos es la prolongación de la guerra por otros medios, también se lleva mucho eso del paracaidismo. Se llama así a la introducción, con rapidez y sorpresa, de un candidato en un proceso electoral en el que ni está ni se le espera por no pertenecer al hábitat natural donde se va a desarrollar ese proceso electoral. Y, a veces, esas ventajas del método permiten un cierto éxito ya que, a las mismas, se unen las de una ampliación de las posibilidades de elegir candidatos y la virtud, no desdeñable, del propio método, es decir, de la expectación que suele producir la vista del majestuoso descenso del paracaidista.

Pero hay que tener cuidado con los riesgos inherentes a la modalidad que, en el caso de la política, añade algún otro. Se dice que el paracaidismo propiamente dicho tiene riesgos derivados del paracaidista, como su edad, su peso y su experiencia en el oficio y, otros, que tienen que ver con la toma de tierra, momento clave del lanzamiento.

Si eso lo traducimos al paracaidismo político, es fácil entender que la edad, el peso (político), o la falta de peso, y la experiencia del lanzado son factores que pueden dificultar el éxito del lanzamiento, si aquellos no son los convenientes. Pero, una vez bien elegido el paracaidista, esos factores no tienen por qué constituir un problema si la selección se ha hecho acorde con las necesidades. Los riesgos pueden venir de otros elementos.

Por ejemplo, los que tienen que ver con la técnica del lanzamiento. La altura desde la que se lanza es un tema muy sensible ya que, así como con una baja altura hay riesgo de que no se abra el paracaídas, si aquella es excesiva puede tardar demasiado en llegar a tierra. También es muy importante el momento del lanzamiento ya que las condiciones ambientales, es decir, sociales, económicas y políticas, pueden alterar las previsiones iniciales. 

Conviene recordar que el paracaidismo es una modalidad de riesgo y que, si se practica, hay que saber que puede pasar cualquier cosa

Ni que decir tiene que la calidad empleada en el material del paracaídas, en forma de campaña de preparación y apoyo táctico, es sustancial en el proceso. Los riesgos de que el paracaídas no funcione son muy graves, especialmente para el paracaidista, aunque el papel de los responsables del lanzamiento tampoco queda muy decoroso.

Pero, sobre todo, es fundamental lo que ocurra en la toma de tierra. Si todo va bien, el paracaídas se abre y el paracaidista llega, felizmente, a tierra, se abre un abanico de riesgos que conviene valorar convenientemente. ¿Como será acogido? En primer lugar, hay que tener en cuenta el terreno sobre el que se lanza ya que hay sitios más favorables que otros a la recepción de paracaidistas y localizaciones con accidentes del terreno no favorables a esa acogida por muy buena que haya sido esa toma de tierra inicial. Un desconocimiento del terreno por parte del paracaidista, natural cuanto más ajeno sea a ese terreno, puede llegar a hacer inútil la operación emprendida.

El mayor riesgo, y con la mayor dificultad para valorarlo, es la acogida que va a tener el paracaidista en el trabajo que tiene que desarrollar y para el que ha sido elegido. En términos ecológicos se podría decir que, además de la flora de la que ha tenido que ocuparse en la toma de tierra, ahora tiene que preocuparse de la fauna. Y no tanto de los adversarios, cuya forma de acogida es perfectamente esperable, si no de las fuerzas propias de donde, ya se sabe, procede siempre el fuego amigo.

Porque, entre los aliados puede haber quien se sintiera, con anterioridad al lanzamiento, con la capacidad suficiente como para haber evitado ese lanzamiento, si el lanzador hubiera reparado en esa capacidad. Es decir, que el paracaidista se puede encontrar con gente defraudada con su presencia. Y, eso, no es la mejor cualidad para esperar de esa gente la colaboración con la que sería necesario contar. El sentimiento tribal, tendente a despreciar todo lo que no sea propio, puede también ocasionar un ambiente hostil al paracaidista.

La prueba del nueve del éxito o fracaso del aterrizaje no resulta fácil de medir, salvo que se logre el éxito electoral o no se consiga superar el resultado del anterior proceso. En casos intermedios habrá que tirar de ucronía para especular que habría pasado con un candidato, o candidata, del lugar, cosa que siempre da para el debate estéril más que para otra cosa.

En definitiva, conviene recordar que el paracaidismo es una modalidad de riesgo y que, si se practica, hay que saber que puede pasar cualquier cosa. Y, no todas, buenas.
 

Los riesgos del paracaidismo político