sábado. 20.04.2024
tribuna congreso

La cosa empezó con las Comisiones de Investigación parlamentarias. Eso que consiste en que unos diputados preguntan a, generalmente, expolíticos sobre hechos del pasado con el propósito confesado de investigarlos, pero con el resultado, sobradamente conocido, de perder el tiempo empleado por unos y por otras. Hay ya poca gente que se pregunte para que sirve una comisión de investigación. Es sobradamente conocido.

Pero hay quien se empieza a preguntar para que sirven las Sesiones de Control. En teoría su utilidad radica en que el Parlamento pregunte al Gobierno sobre sus actividades para conocer y, en su caso, criticar, corregir o, al menos, apuntar soluciones distintas a determinadas medidas que lo requieran. Pero, eso, claro, solo en teoría. En la práctica se convierten en auténticas batallas verbales donde las preguntas se convierten en reproches, las respuestas en sarcasmos, las réplicas en insultos y las contrarréplicas en mordacidades. Cualquier espectador de estas sesiones ya no espera enterarse de la actividad gubernamental, si no de ampliar su conocimiento sobre los insultos más de moda. Los hay que asisten con palomitas ante el televisor.

Pero es que, estas sesiones, de periodicidad semanal, tienen una frecuencia mayor en nuestro Parlamento ya que, en casi cualquier ocasión en que se reúnen nuestros diputados y diputadas empieza la fiesta en cuanto la presidenta del Congreso les da la palabra. Y, hay veces, que la cosa no suele parar por el simple hecho de que la dicha presidenta no les de la palabra o se la retire. No. Hay Señorías, es un decir, que lo hacen sin tener la palabra. Y quien no habla, chilla y, quien no, abuchea. Se podría achacar esta conducta, casi colectiva, a la falta de educación, pero teniendo en cuenta la procedencia universitaria de casi toda la audiencia, y el acreditado origen familiar de la mayoría de los increpantes, las causas deben de ser otras. El caso es que el Parlamento empieza a parecerse por momentos a la grada de una pelea de gallos. Es tan grave el asunto que Rufián es, ahora, un modelo de buenos modos.

Se empieza a percibir un cierto negacionismo de la política en nuestro país. Al menos, de los políticos

Lo curioso es que el Senado, cuya utilidad está en cuestión casi desde su fundación, no suele tener esos espectáculos en su programa de actos. Lo cual, lejos de servir de esperanza para su continuidad, se puede convertir en un agravante porque, si no sirve para dar escape a los exabruptos de los representantes políticos, ¿para qué diablos hace falta?

Y, claro, sin unas Cortes que cumplan con su cometido de representación (me niego a pensar que eso que hacen sea representativo) solo nos queda el Gobierno. Esa institución cuyos miembros pasan la mayor parte de su tiempo en Bruselas para negociar directivas, cuotas de pesca, ayudas agrícolas y fondos que les permitan desarrollar las políticas que tienen que explicar luego a la prensa, radio y televisión durante el tiempo que no están en Bruselas.

No faltan quienes, a la vista de la imposibilidad que tiene Europa de regulares eficazmente cosas tan fundamentales como el precio de la energía o la armonización fiscal, jurídica o sanitaria en casos de pandemias se preguntan también, seguramente de manera injusta, sobre la utilidad de sus instituciones. Y si hay dudas sobre la Unión Europea, ¿Qué decir de Naciones Unidas, esa institución que tiene, al lado de su anagrama el lema de "Paz, dignidad e igualdad en un planeta sano”?

En definitiva, se empieza a percibir un cierto negacionismo de la política en nuestro país. Al menos, de los políticos. Me duele señalarlo y espero estar, como muchas otras veces, equivocado en mi apreciación, pero algo que empezó con Sánchez o, mejor dicho, contra Sánchez, se está extendiendo hacia Casado y ya ha dejado por el camino a insignes como Rivera, Iglesias y Redondo. Como se dijo una vez, Dios ha muerto, Marx también y, hasta Calviño empieza sentirse desmejorada.

Menos mal, y es una luz a la esperanza durante estas fiestas, que siempre nos quedarán Yolanda e Isabel.

Por cierto, felices fiestas.

¿Para qué sirve la política?