jueves. 25.04.2024

Allá por el 2015 en un escenario de fuerte crispación política y social donde las sedes de la Soberanía Popular eran rodeadas al grito del “no nos representan” comenzaron a atisbarse los efectos de los nuevos partidos políticos emergentes que convulsionaron el escenario político español y todas las fuerzas políticas se apresuraron a actualizar sus mecanismos internos de representación.

Unos en la búsqueda de soluciones a sus crisis orgánicas de calado. Otros en el afán de presentarse como los nuevos vertebradores de la vida política española y con el objetivo declarado de morder en el electorado de los “actores del viejo régimen” y jubilarlos por obsoletos (así calificaron a los partidos políticos que construyeron la restauración democrática a partir de 1977). Licencias gratuitas que da la demagogia política ajena al análisis histórico y a la propia realidad.

Parecía que las famosas primarias podría ser un buen cauce para resolver estos déficits democráticos y activar la participación política de la ciudadanía

Pero fuesen las que fuesen las causas profundas del desasosiego social y las transferencias de votos a nuevas formaciones en ese periodo de crisis (aún latente), lo relevante es que por acción o reacción en todas las fuerzas políticas se instauraron una suerte de elecciones primarias para profundizar en la democratización interna de sus organizaciones para favorecer unos nuevos liderazgos que SI resultasen representativos de los electores. Sería tedioso por conocido relatar aquí los sucesos que se produjeron en los cambios de liderazgo experimentados en todos ellos. Tan solo cuenta el resultado; que, acudiendo a la tan manida frase de Lampedusa, fue necesario que todo cambiase para que todo siguiese igual.

Lo cierto es que las nuevas nomenclaturas partidarias de derecha a izquierda se han momificado a un tiempo récord, con especial incidencia en las más novedosas y emergentes, hasta conducir a su propia desaparición en algunos casos (UPyD, o ya en ese tránsito su heredero directo C,s) o no superar sus expectativas más allá de sus referencias electorales de origen (PCE, IU) en el caso de Podemos. De aplicación es aquello de las alforjas innecesarias para ciertos viajes. Lo que ha abierto nuevos periodos de deslegitimación y crisis en los supuestos representantes de los antiguos no representados. Pero el fracaso ajeno no justifica, ni puede ser satisfacción, para amortizar indebidamente errores propios de los partidos que protagonizaron la restauración democrática de 1977.

Hay una suerte de opinión sectaria y más que alejada de la realidad sobre el retorno a la casa materno-paterna de los electores que emigraron hacia esas formaciones, basada en la parábola del hijo pródigo que retorna al hogar político en el que reside la verdad y la vida. La presunción de que la frustración derivada de los fracasos emergentes implica una automática migración a los antiguos caladeros, a izquierda y derecha, y no una abstención, particularmente significativa en el ámbito de las izquierdas clásicas, constituye en mi opinión un error estratégico de perspectiva que tiende a incrementarse progresivamente por el envejecimiento de sus electorados y su no renovación de los discursos políticos e ideológicos.

La abstención de ese carácter tiene otras reacciones en la derecha del escenario político. Primero porque la consolidación del electorado ultra residente durante decenios en el PP y hoy transferido a VOX está lejos de desaparecer. Segundo porque la ilusión orgánica de un centro derecha articulado en un partido político liberal se ha desvanecido, al evidenciarse que sus migraciones conducen básicamente a la derecha más ultra o a la más clásica fronteriza con ella. El que la derecha española no haya consolidado un proyecto liberal democrático conservador moderado y verdaderamente centrista no deja de ser una preocupación permanente para los demócratas y un riesgo para la estabilidad futura del país.

¿Para que crearon a bombo y platillo la Agrupación de Madrid-Ciudad en la que se presuponía deberían de residenciarse las propuestas a las candidaturas para la representación en el Ayuntamiento madrileño?

Y en este panorama la vida política continúa cayendo o elevándose, como la piedra de Marco Aurelio, sin que parezca detectarse bien o mal en ello. Una vida política cronificada y fosilizada en el alejamiento de elegidos y de electores, por el efecto de unos representantes que usufructúan largos periodos de presencia en las instituciones sin que se sepa nada de ellos, ni en que emplean sus privilegios democráticos, ni que piensan, ni que proyectos encarnan. Porque el crédito social de un liderazgo político personal no es otra cosa que conocer precisamente de eso y no a declamadores mecánicos, con más o menos fortuna, de argumentarios de partido.

Parecía que las famosas primarias podría ser un buen cauce para resolver estos déficits democráticos y activar la participación política de la ciudadanía. Así se nos ilustró cuando los nuevos líderes bajaban del monte Sinaí parlamentario, cual Moisés con sus mandamientos, para entusiasmar al pueblo elegido (por cada uno de ellos) con los nuevos cauces de participación política que superasen ese divorcio estructural entre electores y elegidos. Primarias abiertas; posibles listas mixtas abiertas; limitaciones de mandatos; renovaciones bianuales; y, por supuesto, máxima participación en la toma de decisiones y control democrático por la ciudadanía de las decisiones públicas. Un largo etcétera de recetas que en solo siete años de vigencia han parido un ratón. O una piedra.

Y arriban los próximos periodos electorales a meses vista con un espectáculo de candidaturas de izquierda en las previstas elecciones municipales y autonómicas agendadas para 2023. Me permito obviar las de la derecha por cuanto que su déficit democrático interno es de tal magnitud que carece de interés cualquier análisis. Con el colchón mediático, además de la sumisión de su electorado recalcitrante, de los que dispone ampliamente, se podría decir poco les preocupa la llamada democracia interna más que como instrumento de los intereses personales de las candidaturas en pugna. Problema este último al que tampoco es ajeno la izquierda.

¿Porque se puede permitir este lujo en particular la izquierda madrileña? ¿Es de recibo que se especule durante demasiadas semanas con el posible candidato a “designar” por el PSOE para el Ayuntamiento de Madrid, anunciando veladamente grandes sorpresas, y que una vez conocida la misteriosa propuesta haya recaído, en una ministra del gobierno español? Queda sin duda un espacio inconmensurable para el asombro.

Entonces… ¿Para que crearon a bombo y platillo la Agrupación de Madrid-Ciudad en la que se presuponía deberían de residenciarse las propuestas a las candidaturas para la representación en el Ayuntamiento madrileño? Y, en consecuencia, ¿Qué interés pueden tener unas elecciones primarias en la que la concurrencia de candidatos, propuestas y proyección pública personal hayan prácticamente desaparecido? Me atrevo a opinar que ninguno. Y con ello una pérdida irreparable de impulso político, creo imprescindible, para conectar con un electorado por el que se disputa su recuperación.

A la eterna izquierda de la izquierda está el ultramundo cesarista. Como si las disputas de Pablo Iglesias-Podemos con los independientes (o no) que escapan a su control no fuesen a tener efecto (crisis políticas epidémicas aparte); como ya tuvieron en las elecciones de 2019, ayudando a descabalgar del poder a la candidata Manuela Carmena, que ganó aquellas elecciones con su proyecto ciudadano Mas Madrid. Candidatura ahora reconvertida en un partido político convencional e hiperliderado. Porque no otra cosa es un partido en el que ya se anuncian candidaturas con 10 años de permanencia en lo público, solo algunos de los más jóvenes, y más de 40 alguno que otro. La media es abrumadora. Y tan clásica…

Menos mal que el empoderamiento era para un rato y tal y tal. Alguno debería ya de jubilarse por cuestión de dignidad política y personal. Porque… ¿Cómo era aquello de la rotación a dos mandatos y vuelta a la vida civil para evitar la “profesionalización” en la política y sus efectos de “casta” ajena a los representados? La ejemplaridad pública es parte indisoluble del liderazgo, como nos ilustró el filósofo Javier Gomá. No hacía falta tanto barullo ideológico para descubrir lo obvio que también nos alertaba André Guide. Con leer un par de libros basta. Pero menudo sacrificio.

Con carácter general y transversal a toda la izquierda local madrileña, sería estupendo que gentes tan avanzadas en redes sociales y experiencia demoscópica nos dieran una perspectiva sociológica del grado de conocimiento que la ciudadanía tiene de los miembros de sus candidaturas, cruzándolos con sus años de permanencia en cargos públicos en el poder o la oposición. O, en los casos cada vez más raros, en la vida civil. Sería una estupenda cuestación y guía de referencia para poder decidir candidatos en unas verdaderas elecciones primarias como pila bautismal de la democracia orgánica interna.

Pero si ese instrumento no era necesario y era mejor mantener de hecho los mecanismos de designación de candidaturas a la manera papal, con toda su liturgia cardenalicia y conspiratoria, pues no haberlo introducido de derecho con solemnidad en los estatutos partidarios. Porque al convertirlos en una piedra fosilizada arrojada al vacío ni caer es un mal ni elevarse un bien como nos decía Marco Aurelio hace unos dos mil años. Se vuelve políticamente inútil después de tanta parafernalia. Que cosas.

Las primarias fosilizadas de la izquierda