lunes. 29.04.2024

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Yo de cine entiendo lo justo, pero me da que Berlanga le habría sacado un buen provecho a la boda de Almeida.  
Imagino el film de una burlesca sátira protagonizada por políticos ávidos de medrar (y de muchas más cosas), burgueses acaudalados, nobleza de rancio abolengo venida a menos, realeza de esa que no paga impuestos en su país sino en un lejano emirato y, cómo no, una plebe sumisa y dispuesta a darlo todo por su dios, por la patria y el rey igual que hicieron quienes les precedieron.

Que mal rollo me inspiran esos españoles y españolas de talante soberbio y engreído, que darían lo que fuera para que su patria se convirtiera en una autocracia camuflada con trazas de democracia

Agradecería que alguien que sea hábil en el rastreo de las hemerotecas me aportara luz a la duda de si en este santo país hay antecedentes —en cualquier ciudad, aunque sea pequeña— de una boda de su alcalde (o alcaldesa) tan mediática como el show montado por los medios (en directo inclusive) con motivo del enlace de José Luis Martínez-Almeida y su aristocrática novia, un bodorrio con aroma de alcanfor que se me antoja una versión deslustrada de los esponsales de de Ana Aznar y Alejandro Agag, un despliegue nupcial en 2002 sólo visto hasta entonces en las bodas de las infantas Elena y Cristina. Tanto es el parecido que encuentro entre ambos esponsorios que no descarto que entre los asistentes a la boda de Almeida hubieran personajes y personajillos proclives a ser imputados —o investigados—  más pronto o más tarde por asuntos varios de cariz gurteliano.

Durante unas horas, ese Madrid que tanto les gusta a los españoles de bien, a los prosélitos bórbonicos y a los votantes mas conservadores, se me antoja como un regreso a aquel pasado rancio y trasnochado que aún tantos echan de menos aunque sólo lo conozcan por el testimonio de quienes les precedieron.

¡Ay Señor!, que mal rollo me inspiran esos españoles y españolas de talante soberbio y engreído, que darían lo que fuera para que su patria se convirtiera en una autocracia camuflada con trazas de democracia, un lugar donde hubiera libertad sin libertinaje, una libertad de esas que a nadie hace libre aunque se lo hagan creer mientras puedan tomar una caña en cualquier terraza y fumar exhalando el humo de su cigarrillo directo a la naricita del bebé que su madre amamanta en la mesa de al lado.

La boda de Almeida