jueves. 25.04.2024
Congreso de los Diputados.
 

Un filósofo puede ir por la vida sin una sola respuesta,
pero jamás sin hacer preguntas
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En la apertura del nuevo año 2022, en el que el saludo viene cargado de buenos deseos y propósitos, no considero superfluo iniciar estas reflexiones desde la atalaya de la filosofía, labor intelectual de siglos, que nunca estará en “rebajas”.

Nacida en Washington, la escritora, periodista y miembro del Consejo Editorial del Washington Post, Anne Applebaum, apasionada defensora de los valores democráticos y ganadora del Premio Pulitzer por su obra “El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo”, realiza un brillante y pormenorizado análisis del terremoto que está sacudiendo al mundo; su ensayo alerta de las peligrosas tendencias antidemocráticas existentes hoy en Occidente; expone de forma clara y concisa las trampas de los nacionalismos y de la autocracia y explica por qué los sistemas con mensajes simples y radicales resultan tan atractivos. En su análisis desarrolla que los líderes despóticos y poco democráticos no llegan solos al poder; lo hacen aupados por ciertos aliados políticos, burócratas y medios de comunicación que les allanan el camino, apoyando, sin reflexión y crítica, sus mandatos. Siguiendo los pasos de Julien Benda, uno de los más conspicuos ensayistas franceses con su obra “La traición de los intelectuales” y de la filósofa Hannah Arendt con su ensayo “Los orígenes del totalitarismo”, Applebaum retrata a los nuevos defensores de las ideas totalitarias y denuncia cómo estas élites autoritarias utilizan las teorías de la conspiración, la polarización política, el terrorífico alcance de las redes sociales e incluso el sentimiento de nostalgia para destruirlo todo y redefinir todo lo que era sólido. Pero quizás lo más importante e iluminador de su ensayo sea lo frágil que resulta la democracia al depender su supervivencia de las decisiones que toman cada día ciertas ineptas y frívolas élites que hoy detentan y gestionan el poder, sin que la gente común lo advierta o lo rechace.

Nos hemos acostumbrado a la interesada estrategia de los partidos, siempre la misma: lanzar mensajes simples, cargados de estereotipos, para problemas complejos; este aforismo resulta convincente y positivo para recoger el voto de la ignorancia. Ejemplo actual de tales afirmaciones es el dato que proporciona el diario El País en la encuesta de este domingo, día 9 de enero, mientras escribo este artículo: VOX aumenta en intención de voto respecto a 2019 en 3,2%. Hoy las políticas públicas son construcciones discursivas en donde es posible identificar los argumentarios ideológicos a los que se sienten obligados los políticos de los partidos en sus luchas por el poder; el discurso dominante lo fabrican las cúpulas del partido y lo marca y aprueba el líder, y el que no lo sigue, ya sabe lo que le espera: “la consagrada teoría de Alfonso Guerra”. Bien advertía Michel de Montaigne al afirmar que nadie está libre de decir estupideces, el problema es decirlas con énfasis como hacen demasiados políticos y no pocos medios de comunicación. Es verdad que no es posible borrar el pasado, pero sí dignificar y limpiar el presente.

La filosofía debe ser una vacuna eficaz contra la condescendencia, los trucos y la extravagancia de la política

Y, ¿cómo dignificar y limpiar nuestro presente, tan embarrado hoy por la política? La primera respuesta es la de defender la utilidad de la filosofía, advirtiendo que cualquier utilidad que queramos asignarle dependerá del concepto que tengamos de lo que la filosofía es; utilizando el lenguaje actual, la filosofía debe ser una vacuna eficaz contra la condescendencia, los trucos y la extravagancia de la política. Frente a la paradoja de la política actual cuya marca es la opinión y el juicio acelerados, la cautela reflexiva es una de las señas de identidad de la filosofía. Desde la desafortunada LOMCE, la ley educativa del PP, siendo ministro el señor Wert, el discurso de la “inutilidad” de las humanidades ha calado en la sociedad. En la LOMCE, las artes, las humanidades y el pensamiento crítico brillaban por su ausencia; la ley Wert daba a entender que no habría problema alguno si esas capacidades quedaban en el olvido para dar lugar a otras asignaturas de mayor utilidad. En esta tecnificada y utilitarista sociedad, en la que la “economía” -(“poderoso caballero es don dinero”, decía Quevedo)-, todo lo absorbe, ¿cuántos padres no se preocupan cuando sus hijos les dicen que quieren estudiar filosofía? “¿Para qué sirve eso? -se preguntan-; la filosofía no da dinero”, suele ser la respuesta. Pero hoy, más que nunca, es inteligente buscar el verdadero sentido y valor de lo que nos rodea e influye; educar en la realidad es una función necesaria y prioritaria en una sociedad cuyo objetivo debería ser desarrollar la vida del hombre como “persona” y de introducirle en un mundo realmente justo, social, cultural y libre; pero no con la libertad que predica la presidenta de Madrid, porque la libertad no está en escoger un camino, sino en no aceptar que te lo impongan.

En estos momentos, al analizar el discurso político de nuestros representantes parlamentarios, el ciudadano se siete alejado de las posibilidades de que su participación tenga una real incidencia en el proceso democrático. Ante la multiplicidad caótica que nos rodea, el criterio fundamental de nuestra reflexión es atender a lo que más nos afecta; si la realidad es múltiple, en ella caben múltiples perspectivas; más admitir la pluralidad de perspectivas no significa que deban ser contradictorias ni excluyentes; pueden aunarse para enriquecerse unas con otras; el avance de la ciencia puede ser la peana, el peldaño para nuevos avances, ya que la ciencia es el fruto de esa disciplina intelectual que echa raíces en el pensamiento crítico y en la investigación reflexiva y racional que, desde hace siglos, se viene llamando “filosofía: una herramienta necesaria para la democracia”.

Martha_NussbaumLa filosofía no es solo una guía más o menos práctica para vivir mejor, proporciona, sobre todo, herramientas de pensamiento crítico y reflexivo, necesarias en toda democracia, que ayudan a cuestionar las tradiciones acríticas y a las autoridades despóticas; así lo afirmaba la filósofa norteamericana Martha Nussbaum (en la imagen) en el discurso pronunciado en 2015 al recibir el “doctorado honoris causa” por la Universidad de Antioquia. Este fue el inicio de sus palabras: “Estamos en medio de una crisis de proporciones masivas, de grave importancia mundial. No me refiero a la crisis económica mundial que comenzó en 2008. Al menos entonces todo el mundo sabía que la crisis estaba ahí y muchos líderes mundiales trabajaron rápida y desesperadamente para encontrar soluciones. Tampoco me refiero a la crisis creada por el terrorismo internacional, eso también es reconocido por todos. No, me refiero a una crisis que pasa desapercibida, una crisis que probablemente sea, en el largo plazo, incluso más perjudicial para el futuro de los gobiernos democráticos: una crisis mundial de la educación. Dado que las democracias del mundo también están siendo desafiadas ahora por cuestiones de migración, terrorismo y comprensión mundial, esta crisis de la educación es potencialmente devastadora para el futuro de la democracia en el mundo”.

Además de la labor de la filosofía, Nussbaum recordaba la importancia de los estudios de historia y el papel del arte y la literatura; las humanidades, relegadas hoy, nos permiten identificar nuestro lugar en el mundo en relación con otras culturas y estimulan nuestra imaginación al ofrecernos puntos de vista diferentes para no ser excluyentes. Se están produciendo cambios radicales en lo que las sociedades democráticas enseñan hoy a los jóvenes; estos cambios no han sido bien analizados ni pensados. Ansiosas de lucro económico, las naciones y sus sistemas de educación están descartando descuidadamente habilidades que son necesarias para mantener vivas las democracias. Si esta tendencia continúa, las naciones de todo el mundo pronto estarán produciendo generaciones de máquinas útiles, en lugar de ciudadanos completos que puedan pensar por sí mismos, que puedan criticar la tradición y la historia impuestas por los vencedores y entender el significado de los sufrimientos y logros de otras personas con etnias y culturas distintas a las propias. ¿Cuáles son estos cambios radicales? Las humanidades, como la filosofía, la verdadera historia, la literatura y las artes están siendo eliminadas, tanto en la educación primaria y secundaria como en la técnica/universitaria; están perdiendo interés no sólo en los planes de estudio sino también en las mentes y corazones de los padres y los niños; los responsables políticos las consideran adornos inútiles; piensan que deben cortar todo lo que creen inútil y poco productivo con el único objetivo de mantener su competitividad en el mercado global. De hecho, lo que podríamos llamar aspectos humanísticos de la ciencia y las ciencias sociales, el pensamiento creativo e imaginativo y el pensamiento crítico riguroso, están perdiendo terreno, debido a que los políticos prefieren perseguir beneficios económicos a corto plazo, promocionando habilidades útiles, altamente aplicables y rentables, adaptadas a fines lucrativos.

Uno de los mayores problemas que plantean ciertos gobiernos y demasiados políticos en la actualidad, es que han alcanzado un grado tal de desarrollo que pueden -en muchos casos lo intentan y a veces lo consiguen- orientar la vida humana sin someterse a ninguna instancia distinta a ellos mismos. Hay políticos que piensan que el hecho de que técnica o políticamente se pueda hacer algo signifi­ca, sin más, que les asiste el derecho a hacerlo como les venga en gana. La reflexión filosófica, al realizar el análisis crítico de las diferentes opciones y consecuencias, es la que, desde la ética y el bien común, desde la creación de una cultura decente y libre, capaz de abordar de manera constructiva los problemas más apremiantes de la ciudadanía, puede iluminar y orientar lo que mejor conviene a la vida de los seres humanos. Con lúcida metáfora decía Schopenhauer que las religiones y los partidos políticos, al igual que las luciérnagas, para brillar necesitan la oscuridad.

La filosofía nació con la democracia y representa en el terreno intelectual lo mismo que la democracia en la política

La filosofía nació con la democracia y representa en el terreno intelectual lo mismo que la democracia en la política: la autonomía del individuo que piensa, que reflexiona frente a las imposiciones a veces inexplicables e ilógicas que establece “el poder”. Suprimir de la educación la reflexión filosófica y el compromiso ético que ella comporta no mejora la formación cívica y social de los ciudadanos, oscurece el futuro de cualquier democracia y degrada la gestión política de aquellos en los que la ciudadanía ha delegado su voto.

Escribía el fraile dominico, el filósofo polaco dedicado a la lógica, Józef Maria Bocheński, en su “Introducción al pensamiento filosófico”: “Nada es más insensato que negar el valor de la fi­losofía para la vida. Cierto que el filósofo no siempre importa mucho para la realidad cotidiana... El filósofo no cuenta para las exigencias del ahora y las necesidades del día a día. ¿Es, acaso, esto un defecto? ¿Es que el hombre, cuando es realmente hombre, no perfora la pura existencia mo­mentánea? En la medida en que convertimos la acti­vidad del momento en objeto principal, ¿no corremos el peligro de rebajar al hombre al nivel del animal?... La filosofía, por lo mismo que no se refie­re al aquí y al ahora del momento ni alberga ninguna intención de inmediata utilidad para la vida, represen­ta uno de los potenciales mayores del espíritu que nos preservan de sumirnos en la barbarie y nos ayudan a seguir siendo hombres y a serlo cada vez en mayor grado... Por insignifi­cante e inútil que parezca, la filosofía constituye, sin embar­go, una poderosa y necesaria fuerza en la historia”.

ortega-y-gassetDecía Ortega, nuestro filósofo más internacional, que la filosofía no surge por razones de utilidad ni tampoco por la sinrazón del capricho; la necesitamos porque a la razón humana le es esencial “la búsqueda del todo”, de lo integral, de lo completo; sabemos que los conocimientos que nos ofrecen las ciencias particulares son fragmentos de una realidad que exige de continuo ser completada, ese es el fundamento de toda investigación. Pero la tarea de la filosofía consiste, precisamente, en un buscar un fundamento para ese conjunto de fragmentos del puzzle que es la realidad científica; su objetivo es buscar una realidad fundamental que expli­que y justifique la esencia y la existencia de un mundo, de un universo que, a pesar del tiempo, se nos presenta como el eterno desconocido. Y si la razón es el único instrumento que posee el hombre para dar respuesta fundamentada y crítica a sus problemas, la reflexión filosófi­ca es la actividad imprescindible para la supervivencia de una especie, la especie humana, que no posee un catecismo de respuestas programa­das de antemano, sino que necesita continuamente decidir cómo va­ a realizar su diaria libertad, cómo va a y tiene que vivir su vida. Mas, por otra parte, la reflexión filosófica, al no dar nada por supuesto y cerrado, se convierte en imprescindible para realizar una ética y lúcida crítica a los supuestos de las ciencias y de las ideas políticas, pues uno de los problemas que plantean las ciencias y las ideas políticas en la actualidad, cuando se accede a ellas desde la soberbia intelectual, es que están alcanzando un grado tal de desarrollo que pueden -y lo intentan con frecuencia- orientar la vida humana sin someterse a ninguna instancia distinta a ellas mismas; estos intentos, al prescindir de la ética, pueden ser peligrosos. Tanto la ciencia, como fuente de conocimiento, como las ideologías, como fuente de gestión política, han actuado como procesos y polos de atracción para el filósofo, consciente de que su cometido es más modesto; simplemente reflexionar críticamente sobre uno y otro tipo de procesos: el científico y el político. 

Trabajar la filosofía no significa recibir simplemente determinados contenidos teóricos; en eso consiste el estudio de la historia de la filosofía, sino en asumir los problemas que la vida presenta y estar dispuesto a responderlos de un modo creativo y comprometido. La mera recepción de conocimientos sin reflexión crítica y valoración ética es menos importante en filosofía que en cualquiera otra disciplina. Desde estas premisas, la pregunta que muchos pensadores se han hecho es elemental; el propio Kant cayó también en la tentación de planteársela: ¿es la filosofía una ciencia o un mero saber? Y él respondió: la distinción entre ciencia y saber estriba en que una ciencia es un conjunto de razonamientos conver­tidos en teorías que puede ser explicadas y aprendidas como un sistema cerrado de conocimientos; en cambio, en el ámbito de la filosofía no existe ningún sistema que pueda ser enseñado como el verdadero; existen disputas o controversias entre las distintas escuelas y las diferentes corrientes filosóficas; y concluye: no se puede aprender filosofía, sino sólo aprender a filosofar, dando a entender que, al no existir un sistema cerrado de conocimientos en el campo de la filosofía, lo mejor que puede hacer un maestro es ense­ñar a filosofar, es decir, enseñar a sus alumnos a reflexionar desde la crítica, ya que -como señalaba anteriormente- la libertad no está en escoger un camino, sino en no aceptar que te lo impongan.

Durante estos largos meses de pandemia, hemos asistido a falsos dilemas que han polarizado y confundido a la sociedad. Ha habido demasiado ruido; se ha ido forzando una insensata polarización, hasta arrastrar a los ciudadanos, con escasa y contradictoria información, a tener que elegir un oscuro dilema: o salud o economía, sin opiniones sosegadas previas. Se han politizado la incertidumbre de la ciudadanía y el desacuerdo de la ciencia y sus medidas de forma indecente, con esos mecanismos políticos y psicológicos que tanto gustan y de los que tanto abusan los partidos; tienen bien aprendido que cuando la gente no entiende algo, suspende su juicio crítico y tiende a utilizar “el atajo mental” de fiarse de los líderes o de los partidos políticos a los que vota. El resultado es que cristaliza la confusión, progresa la incertidumbre y no mejora la calidad de vida.

El crecimiento económico no implica necesariamente crecimiento democrático; ese viejo paradigma es nefasto y falso, China es un ejemplo

¿Qué significa el progreso para un país?; ¿con qué criterio se mide su calidad de vida?; ¿qué parte del dilema escoger?: la salud o la economía. Muchos consideran que el país progresa cuando aumenta o se incrementa el producto interior bruto: es la tramposa “teoría Ayuso”. De acuerdo a ese modelo de progreso la meta de España debe ser el crecimiento económico. Si la economía va bien el país va bien. Fue el estúpido mantra repetido mil veces por esa franquicia del rencor llamado José María Aznar: ¡España va bien!; poco le importaba si la riqueza se distribuía en equidad e igualdad social; no eran importantes si existían las condiciones necesarias para una estabilidad democrática; tampoco era importante la calidad en las relaciones de género; ni eran importantes otros aspectos de la calidad de vida ciudadana o si el bienestar les llegaba a todos; desde “la teoría Aznar-Ayuso” lo único que importa es el crecimiento económico, aunque está demostrado que el crecimiento económico de un país no tiene correlación necesaria ni está vinculado a una mejor sanidad, a una educación de calidad, a una mejor distribución de la riqueza, a una mayor libertad… La conclusión es que el crecimiento económico no implica necesariamente crecimiento democrático; ese viejo paradigma es nefasto y falso, China es un ejemplo.

Este modelo de desarrollo ya ha sido rechazado por importantes economistas y filósofos, pero sigue dominando en una gran cantidad de formaciones políticas y políticos; utilizan el sofisma de que el crecimiento económico por sí solo genera las otras cosas: la salud, la educación, la equidad, la igualdad de derechos, la libertad, una vida mejor para todos… Sin embargo, desde la reflexión crítica y la filosofía, si se examinan los resultados reales del simple progreso económico, se descubre que las desigualdades se acrecientan y no se mejoran ni la sanidad, ni la educación ni la dependencia ni la calidad de vida para todos. Es más, con el viejo modelo de la derecha, se cumple ese lúcido eslogan de Oxfam Intermón: “Lo tienen todo, pero quieren más”.

Que a veces la política y los políticos nos parezcan absurdos no significa que tengamos que dejar de mejorarlos. Y la filosofía es una magnífica herramienta para conseguirlo, pues la solución para mejorar la política y la democracia no está en las farmacias, sino en la filosofía, como titulaba su libro Lou Marinoff: “Más Platón y menos Prozac”.
 

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