viernes. 26.04.2024
pp ayuso aznar

“Un pedante es aquel que se considera importante por lo mucho
que se atribuye y lo poco que en realidad ha hecho”


Una de las obras más conocida y celebrada de Oscar Wilde, verdadera obra maestra, fue su última comedia titulada “La importancia de llamarse Ernesto”. Tres meses después de su estreno, Wilde fue puesto en prisión tras demandar a Alfred Douglas por calumnias; las pruebas en su contra fueron contundentes y el escritor fue sentenciado a dos años de trabajos forzados. El argumento se centra en un joven muy limitado llamado Jack Worthing y su amigo Algernon, muchachos graciosamente abúlicos, cínicos y románticos al mismo tiempo, dos jovencitas casaderas y gazmoñas, Cecilia y Gundelinda y la desventurada relación con su hermano ficticio Ernesto: es el juego recurrente y frecuente de la doble personalidad entre la impostura y la verdad. Wilde utiliza la ironía polisémica del doble sentido del vocabulario en inglés para burlarse de la sociedad: en inglés el nombre “Ernest” (Ernesto) suena igual que la palabra “earnest”, que significa sensato. Aunque en castellano el título que ha prevalecido es “La importancia de llamarse Ernesto”, en inglés “The Importance of Being Earnest” podría ser igualmente válida esta traducción: “La importancia de ser sensato” (o serio). El texto es una sátira ligera de una sociedad indolente, encerrada en sí misma y egoísta; un inteligente tratado sobre las costumbres y la hipocresía social, narrado de manera elegante pero extraordinariamente crítico con la sociedad de su tiempo, convencional y con códigos sociales y morales muy estrictos; describe una sociedad aparente y políticamente correcta, pero en su relato dibuja una sociedad frívola, fatua, cínica, falsa y manipuladora claramente contraria a la verdad, huera y antipática la mayoría de las veces y ausente de cuanto signifique agilidad mental; la crítica de Wilde, siendo un clásico, sigue siendo muy actual. Magistral. Astuto. Cómico. Oscar Wilde logró hacer una crítica de la modernidad y el valor de las apariencias. Por momentos muy irónico, pero nunca deja de estar distante de la realidad. ¿Por qué esta referencia a la obra de Oscar Wilde? Lo explicito en el párrafo anterior: la crítica que Wilde hace de la sociedad de su tiempo, una sociedad convencional, frívola, fatua, cínica, falsa y manipuladora y claramente contraria a la verdad, sigue siendo de gran actualidad en nuestro país.

Isabel Díaz Ayuso y José María Aznar han coincidido hace días en la clausura del Aula de Liderazgo del Instituto Atlántico de Gobierno y la Universidad Francisco de Vitoria, universidad católica, administrada por Regnum Christi, la ultraconservadora congregación religiosa de los “Legionarios de Cristo”. La presidenta de la Comunidad de Madrid y el expresidente del Gobierno han protagonizado un coloquio, moderado por el periodista Vicente Vallés; el tema de los indultos a los líderes independentistas ha centrado prácticamente toda la charla. Aznar o “Ánsar, en versión Bush”, ha advertido en el coloquio que “el modelo Ayuso de hacer política es el que hay que seguir en el partido. Las elecciones de Madrid han marcado un camino y ese es el camino que esencialmente hay que seguir”; hasta llega a afirmar que Ayuso es la líder más relevante del panorama político español. Intentando dejar claro que el líder nacional popular continúa siendo Pablo Casado, le ha marcado bien el camino y el modelo.

Retornar de nuevo al caudillaje de Aznar demuestra la endeblez de la dirección actual del PP

Durante su intervención, un Aznar sin complejos, a pesar de su actual irrelevancia política, pues sólo representa el pasado, sin tener consciencia de sus trasnochadas convicciones al haber perdido contacto con la realidad, conectado al conservadurismo de la “ultraderecha” y con amplias tragaderas para las “fake news”, ha soltado frases hueras, pero como quien proclama “dogmas”; el rencor le ciega y en estos tiempos de “pandemia” la pérdida de olfato político es mala consejera. Retornar de nuevo al caudillaje de Aznar demuestra la endeblez de la dirección actual del PP. Es bueno recordar esa jugosa crónica y libro póstumo de Manuel Vázquez Montalbán, que coincidió con la finalización de su segundo gobierno como presidente titulado “La aznaridad: por el imperio hacia dios o por dios hacia el imperio”; es un relato mordaz de la transformación sufrida por un joven inspector de Hacienda, que se vanagloriaba de no tener carisma, hasta situarse en la primera fila de la derecha europea, en la presidencia del gobierno español; fueron ocho años de cantinelas, que Aznar presentó como novedades en época de rebajas políticas, con un importante defecto: mostrar la soberbia ante el error. Ante la irrelevante importancia de llamarse “José María Aznar”, no puede vivir en la melancolía de no figurar “en todos los saraos”, siempre con esa distancia engolada del que se considera un ser superior que desprecia a todos, incluso, a los que valen más que él. Sigue siendo un narciso rancio con demasiada fe en sí mismo; su cara, sus gestos y palabras no engañan: siempre se ha considerado, como escribió Vázquez Montalbán, el político más grande, el único e irrepetible salvador de la patria, “amparado bajo palio por los dioses” (como el dictador) hacia un destino en lo universal. Sin merecer ni el saludo de los políticos con dignidad, él se atribuye “nobleza” pues, en expresión de Quevedo, su hija “casose do lo reyes lo facen” y la plebeyez de Aznar, después del “bodorrio” de El Escorial, “convirtiose en alteza”. Y más después de poner los pies, con soberbia y chulería, en la mesa del despacho del presidente de los EE.UU., George Bush.

Admitiendo su derecho a expresar sus ideas, acartonadas como su rostro, causa fatiga escuchar a alguien que ya poco tiene que decir; y lo único que de verdad le queda por decir, desde el respeto moral a las víctimas que sucumbieron en esa cruel guerra de Irak por la irresponsable decisión histórica “del trío de las Azores”, llevada a cabo sin autorización de Naciones Unidas, es pedir perdón y, a continuación, imponerse a sí mismo “la penitencia del silencio”. “La “Aznaridad…”, ¡qué buen libro, fundamental para llegar a conocer al personaje “Ansar”. La ignorancia o desmemoria de algunos políticos es a veces asombrosa. Se imponen un “alzheimer voluntario” para librarse u olvidarse de demasiadas palabras y hechos de su incómodo pasado. Cuando alguien interioriza una idea sin detenerse a analizarla con honestidad, verdad y objetividad, tocado por esa desmemoria selectiva que caracteriza al Partido Popular, cualquier intento de utilizar la razón histórica y la lógica para disuadirle, está condenado al fracaso.

¿Qué ha dicho el tal Aznar en ese acto? Estas son algunas de sus frases sobre los indultos a los líderes independentistas aprobados por el gobierno del presidente Pedro Sánchez:

“Es de aurora boreal realmente lo que está pasando. La alternativa a todo eso es el cumplimiento de la ley, la Constitución y el Estado de Derecho”. Para Aznar, “los indultos que Sánchez ha concedido a los autores de un golpe de Estado han sido humillantes para los españoles que, cansados de ser humillados, no están dispuestos a seguir siendo humillados”. Llega a afirmar, con la mezquindad que le caracteriza, que el mayor problema que tiene España es, en buena medida, “el PSOE de hoy, el de Pedro Sánchez”, llegando a acusar al PSOE y a Zapatero de “haber llegado al Gobierno en 2004 utilizando los ataques terroristas del 11-M”. En su irresponsable amnesia hay que recordarle al irrelevante Aznar que fue su propio Partido y él el que se apresuró en responsabilizar a ETA del ataque terrorista, por el miedo a que las urnas les castigaran, como así sucedió, por meter a España en la Guerra de Irak. También, con mezquino cinismo, señalando a los empresarios y a la conferencia de los obispos españoles que no han visto desacertados los indultos, les ha advertido: “Estos son días para apuntar, para tener en la cabeza y no olvidar”. Asimismo, con la aprobación de los indultos, “ha acusado al Gobierno de Pedro Sánchez de laminar el crédito del Tribunal Supremo, argumentando que los ha indultado porque le conviene, ya que los independentistas son quienes le mantienen en el poder. Ha reprochado a Pedro Sánchez de haber indultado a unos señores que te dicen que van a repetir el golpe de estado”. Al ser preguntado cuál es la alternativa que propone el PP a esa vía de diálogo abierta por el Gobierno, Aznar ha defendido que “la cuestión consiste en respetar y cumplir” tanto la ley como el Estado de Derecho.

Aznar es de esos políticos que hablan con el aire de quien, diciendo obviedades, cree que sus palabras merecen ser esculpidas en piedra

Habría que recordarle al señor Aznar que la diferencia entre lo que él es y lo que intenta vender de sí en sus conferencias y entrevistas, en psicología tiene un nombre: frustración. Poco hay tan peligroso para la política de un país que tener un líder con altas necesidades narcisistas de autoafirmación, autoestima y reconocimiento. Si el fracaso de un líder mediocre es comprensible, el de un ambicioso, soberbio y sin carisma, es siempre merecido. Con clarividencia alertaba Plutarco en su obra “Vidas paralelas”: “Desgraciada la nación cuyas gentes están gobernadas por ambiciosos adolescentes; los dioses les auguran un futuro incierto”. Resulta relevante recordar lo que, en 1997, a la pregunta de un periodista del diario The Wall Street Journal: “¿cómo se ha conseguido la recuperación económica de España sin hacer nada espectacular?, Aznar respondió sonriendo, inclinándose hacia adelante en el sofá en el que estaba sentado en el Palacio de La Moncloa: “Yo soy el milagro”. Esta soberbia narcisista es la que representa su irrelevante importancia actual; es el diferencial que evidencia el insalvable foso que separa el alto concepto que uno tiene de sí mismo con el que los demás tienen de él. Aznar es de esos políticos que hablan con el aire de quien, diciendo obviedades, cree que sus palabras merecen ser esculpidas en piedra. Se hincha como un pavo cuando se le alaba y reacciona con ira ante la crítica. Aseguraba Bertrand Russell que cuando la necesaria humildad no está presente en una persona con poder, ésta se encamina hacia un cierto tipo de locura, llamada “embriaguez del poder”; para Russell, la soberbia, la desmesura y la huida de la realidad, son algunos de los males que suelen invadir a los políticos iluminados en el ejercicio del poder. Cualquier político debe tener claro que la obligación moral de la prudencia, la discreción, la colaboración en cuestiones de interés de Estado no caducan con el cese en el Gobierno.

La opinión de que los indultos y el diálogo pueden ser una tumba para la democracia, la unidad y la constitución españolas, como han afirmado Aznar y Ayuso, y lo repiten los populares, los de Vox y la solitaria Arrimadas, también pueden ser la solución que las salve; quien consiga esa difícil apuesta ganará por partida doble, habiendo conseguido las mejores posibilidades de triunfar. Es preferible la duda de una posible solución al problema catalán por los indultos que insistir en un horizonte sin esperanza de solución. Lo que no se puede negar es que, sin tener la seguridad del éxito, Sánchez y su gobierno lo han intentado. Resulta mezquina la oposición y el ruido que el Partido Popular, Vox y lo que queda de Ciudadanos están generando, utilizando sustantivos de inestabilidad (infamia, traición, golpe de Estado) y sembrando cizaña entre la pluralidad de la ciudadanía.

En su “Teoría general de la política” Norberto Bobbio considera necesario aclarar y no enturbiar el panorama político; ¿cómo?: cooperando siempre a la reflexión y el diálogo, sabiendo quiénes son los que gobiernan, en qué dirección gestionan sus valores y proyectos políticos y si tienen claros los fines que persiguen: si para solucionar los problemas o para crearlos. Creo que, en la vida, como en la política, es importante ser humilde y sensato. Tengo la impresión de que Aznar y Ayuso, como han demostrado en la clausura de la Universidad Francisco de Vitoria, no se sienten representados por nadie porque, posiblemente, las únicas personas que les representa son ellos mismos. Tal vez los suyos los vean como “dioses” (y ya sabemos que los seguidores de los dioses suelen ser “emotivos fanáticos”), otros, en cambio, los vemos como son: irrelevantes, mezquinos y demasiado soberbios.  

Y concluyo con cierta esperanza: por lo que en estos días estamos viendo y oyendo, ayer en Barcelona, a Felipe VI, a Pedro Sánchez y a Pere Aragonès comiendo en la misma mesa y hoy en La Moncloa, en la reunión que mantendrán Sánchez y Aragonès. Estos hechos aventuran los primeros pasos de un camino no exento de contratiempos, pero positivo para el reencuentro y palabras para la concordia, con el objetivo de alcanzar un fructífero diálogo que vaya generando propuestas valiosas capaces de desincentivar los atascos y encontrar las soluciones necesarias al eterno y enquistado problema catalán. ¿Acaso la oposición a los indultos ha presentado algún plan alternativo que no sea el ruido, la confrontación y la descalificación? Al menos, como dice Bobbio, quienes buscan los acuerdos sabemos quiénes son, en qué dirección gestionan sus proyectos políticos y que tienen claros los fines que persiguen, aunque no los comprendamos o no los compartamos todos.

La irrelevante importancia de llamarse "José María Aznar"