viernes. 26.04.2024
Isabel Díaz Ayuso

El humor es algo fundamental para sobrellevar los reveses y las adversidades. Conviene reírse un poco de uno mismo, con el fin de relativizar tragedias personales que vistas bajo esa óptica nos parecen algo menos terribles. La risa es una catarsis imprescindible para esquivar accesos de locura y bajones emocionales. Ponerse a llorar de alegría cuando te cuentan un buen chiste siente muy bien. Las canciones de La Trinca o las noticias del Mundo Today logran sacarnos una sonrisa con sus ingeniosas parodias. Cultivar este género burlesco requiere mucha finura. Una clave irónica tiene que ser sutil para no caer en lo chabacano. Un sarcasmo desaforado puede volverse fácilmente contra quien lo utiliza.

En este último sentido, trasladar estos recursos propios de alguna literatura, ciertas canciones y el mundo del humor a otros terrenos, como el de la política, por parte de sus actores, no tiene ninguna gracia. Suele ser un ardid para sepultar una descomunal incompetencia. Obviar dramas humanos causados por la enfermedad o las carencias, cuando tu responsabilidad institucional es la de paliarlos, precisa de una catadura moral muy singular que pocos querrían para sí. Convertir las intervenciones parlamentarias y las declaraciones a los medios en una incalificable parodia, produce una perplejidad monumental. Para colmo, llega un momento, en que ni siquiera te lo puedes tomar a broma. Porque cuesta mucho parodiar una realidad tan grotescamente burlesca y paródica de suyo.

Convertir las intervenciones parlamentarias y las declaraciones a los medios en una incalificable parodia, produce una perplejidad monumental

Lo malo es que ahora mismo se premian en términos electorales los burdos remedos del buen hacer político. Este último requiere una enorme dedicación y un gran esfuerzo, que no siempre se ven reconocidos, porque sus logros no son instantáneos y necesitan madurar para estar en sazón. Hay que dejarse guiar por las convicciones y sacrificar el narcisismo en aras de conquistas colectivas que vayan arraigando socialmente. Bien al contrario, limitarse a cultivar el sensacionalismo para no entrar en materia, es algo tremendamente cómodo, a condición de que no te importe incurrir en contradicciones o proclamar falsedades como si fueran dogmas de fe. Lejos de sonrojarte cuando se detecta cualquier fallo, esquivas el análisis conjunto del problema, limitándote a descalificar al interlocutor y cambiar de tema.

Visto con cierta distancia, relacionar comunismo y cambio climático, podría parecer un síntoma de locura, digno de ser evaluado, por si pudiera inhabilitar para el ejercicio de la función pública. Lo malo es cuando tus corifeos te ríen las gracietas y aplauden a rabiar, mofándose de quien intenta poner sobre la mesa cuestiones graves. Este mecanismo consigue que muchos decidan respaldar en las urnas ese discurso hueco pronunciado con tanta prosopopeya. Qué no haría, si esa oposición tan antipática no la hubiera tomada con ella, haciendo circular calumnias e infundios. Aquí también se cosecha un rotundo éxito. Endosas a otro lo que tú haces con él y consigues que quienes te siguen le imputen tus impresentables formas de actuar.

Relacionar comunismo y cambio climático, podría parecer un síntoma de locura, digno de ser evaluado, por si pudiera inhabilitar para el ejercicio de la función pública

Pocas profesiones demandan una vocación tan sacrificada como las vinculadas al entorno sanitario. Cuando tronó Santa Bárbara, se reconoció esa entrega que colmaba y excedía con mucho sus obligaciones. Aquellos héroes del confinamiento son ahora unos hostigadores con fines políticos que sólo pretenden derrocar a la presidenta madrileña. No tienen otra cosa que hacer con su elevada cuota de pacientes y una creciente falta de recursos, agravada por décadas de recortes presupuestarios en esa partida, como si se quisiera desmantelar el sistema sanitario público y adoptar el modelo norteamericano donde un revés de salud puede arruinarte con suma facilidad.

En una democracia parlamentaria cabe defender uno u otro modelo social y plantear las reformas que tus apoyos te permitan. Tratarnos como si fuéramos chiquillos no es hacer política. Es una falta de respeto que debería ser sancionable, como cualquier otra estafa o tomadura de pelo. ¿Para qué sirve su faraónico hospital sin quirófanos? ¿Cómo cabe hacer diagnósticos fiables a distancia en urgencias? ¿Es de recibo que tu hermano se lucre con un contrato denunciado por el antiguo presidente del partido popular? ¿Por qué hubo tantas muertes en las residencias madrileñas de ancianos al comenzar la pandemia? ¿Se impartieron instrucciones que les privaron de asistencia, si no tenían una cobertura privada?

Tratarnos como si fuéramos chiquillos no es hacer política. Es una falta de respeto que debería ser sancionable, como cualquier otra estafa o tomadura de pelo

Enumerar este tipo de cuestiones no es un ataque personal contra nada ni nadie. Son preguntas que no se responden esquivándolas y haciéndose la víctima de una conspiración orquestada por las fuerzas del mal, como aquella del complot judeomasonico tan caro al franquismo. Calificar de holgazanes a los médicos ha tenido alguna consecuencia. Una votante de Ayuso se ha visto golpeada en su consultorio por no poder expedir una receta. La violencia verbal acaba traduciéndose muchas veces en otras violencias mucho más palpables y tangibles.

Mientras triunfan estos esperpentos en la primera línea del ámbito político, buena parte de los más jóvenes viven sumidos en la desesperación, porque no pueden emanciparse ni hacer planes de futuro. La precariedad les rodea sin remedio por los cuatro costados. El ascensor social solo conduce a los pisos inferiores. Cabe pronosticar un grave conflicto generacional, con una población cada vez más envejecida y una tasa de natalidad mermada por los condicionamientos económicos. Las desigualdades extremas entre una desorbitada opulencia y una desmesurada miseria tampoco ayudan a mantener paz social. Todo ello abona el terreno a la polarización maniqueista y al esperpéntico remedo del noble arte de la política. Convertirlo en una parodia burlesca necesita un talante desalmado muy especial.

El alma política de Ayuso