sábado. 27.04.2024

Quien más quien menos recuerda el anuncio a voz en grito de los animadores circenses que excitaban la curiosidad de los paseantes con promesas de cosas nunca vistas expuestas en el interior de una improvisada sala de espectáculos que el mismo pregonero dirigía. Seres nunca antes exhibidos por su rareza, su excepcionalidad, su monstruosidad y a veces por su peligrosidad. Ingresar en el recinto suponía ya de por sí una experiencia inquietante y, aunque la exhibición resultase algo decepcionante, uno salía de allí con temblores resultado de la idea que uno se había hecho del horror potencial más que por el efecto turbador de la cosa expuesta. Yo todavía tengo pesadillas con algunas de las imágenes que mi cerebro de niño generó a partir del voceado del presentador animador: ¡lo nunca visto, lo más horrífico que el ser humano haya enfrentado jamás, por favor si sufren de alguna dolencia cardíaca no entren, insisto no entren e impidan que sus familiares sensibles puedan hacerlo!  

Joder qué miedo. Y lo peor es que creía haber superado ese atavismo infantil que te deshace de puro pánico. Y resulta que no, que ahora siento lo mismo debido al vocerío que se está generando en torno a la sucesión de elecciones próximas en diferentes partes del mundo. Si el embaucador circense nos prometía mostrarnos al ser más súcubo que pudiésemos imaginar, el prestidigitador moderno nos dice a través de sus redes que nos preparemos para la contemplación del ser más abyecto que quepa imaginarse: el autoritarismo campando por doquier ¡Mama mía qué miedo, qué suspense! Yo estoy que no quepo en mí, deseando pagar mi entrada (votar donde sea) y ver y mirar a ese espantoso homúnculo que va a desbaratar nuestras vidas.

Si el embaucador circense nos prometía al ser más súcubo que pudiésemos imaginar, el prestidigitador moderno nos dice que nos preparemos para la contemplación del ser más abyecto

Cuando iba al circo a ver cosas extraordinarias ya sospechaba que no era para tanto, pues donde se prometía una fiera irrefrenable aparecía una cabra esquelética, donde un forzudo irascible encadenado por ello un señor con aspecto de acabar de hacer la colada, donde sofisticados experimentos de laboratorio apenas unas chispas, una linterna de colores y un poco de nube de hielo. Entre lo impresionable que se vuelve uno al entrar en el vórtice del abismo espectral y el efecto de algunas maniobras ralas pero de gran efecto (ruidos ensordecedores, malolor vomitivo, gritos de lata y alguna que otra reprimenda del director a los niños orejas que no se sentían impresionados y lo toqueteaban todo), lo cierto es que como decía el conjunto acojonaba, al menos a mí. Tanto que a modo de cura traté de aclarar qué es lo que había en el santa sanctórum del horror y la excepcionalidad. Así descubrí cabras, laboratorios de pega, personas de la calle en lugar de monstruosas apariciones y juegos de luces deslucidos donde poco antes me habían asegurado que habitaba el mal más horrendo jamás mostrado.

Fue mi curiosidad lo que me llevó a la minoración del susto, no era para tanto finalmente. Y eso mismo me empieza a parecer ahora la hecatombe pronosticada para la ristra de elecciones que va a producirse este año y que promete la entronación de la derecha autoritarísima al poder en países y continentes enteros. Y no digo yo que no sienta un cierto hormigueo, un san Vito provocado por las incertidumbres de si esta vez de verdad el malvado aparecerá con toda su parafernalia de odio y destrucción. 

Si hay un monstruo al acecho ese es el de los europeos enanizados por la retórica autoritaria que liga su éxito con el señalamiento de los foráneos que vienen a quitarte hasta el sueño

Son los nervios preambulares y para tranquilizarme, como si mirase por entre los cortinones del circo, veo que sí que efectivamente va a producirse un montón de procesos electorales en América, Asia y Europa, y que en todos los escenarios hay visos de presentación de la bicha autoritaria, pero no veo claro que vayan a poder exhibirse como el gran mal que desearían ser. Para ser malos malos de verdad han de actuar al son de los tambores de guerra, y a los dos echados p´alante que lo han puesto en marcha, no parece que les vaya muy bien. Putin y Netanyahu cavan sus tumbas al mismo tiempo que sus tropas las trincheras. Las réplicas de Trump sea versión pelanas argentino, orco húngaro o chulapa cañí producen hilaridad general. Su propia estulticia sella la llegada de algunos más. Las patrioteros como Vox o el AFD alemán tienen que recluirse en las catacumbas de iglesias o en las gradas de los estadios porque Meloni y Le Pen han acabado con la promesa tradicionalista para convertirse en un mero “ahora me lo llevo yo” y si acaso reparto con los amigos.

Un caso aparte es el de las votaciones para el Parlamento Europeo, que al ser todavía hoy una institución desdibujada, puede resultar una pieza fácil para hacer que curiosos, expectantes y niños orejas, paguen su entrada y se dejen llevar por las emociones nacidas en las entrañas. Si hay un monstruo al acecho ese es el de los europeos enanizados por la retórica autoritaria que liga su éxito con el señalamiento de los foráneos que vienen a quitarte hasta el sueño. En su discurso racista el fenómeno que exhiben es la pérdida de identidad europea, tan falso como el dragón de tres cabezas del circo cutre, pero no dejan de anunciarlo voceando ¡Pasen y Vean cómo Europa se desvanece!

Cuidado con la curiosidad malsana, no sea que el monstruo exhibido no sea sino un espejo en que se refleje la idiocia europea. 

 

¡Pasen y vean!