sábado. 27.04.2024

@Montagut | ¿Qué pueden tener  en común la urbanidad y la Masonería? Para contestar nos vamos al siglo XIX, y de la mano de unos expertos, es decir, de Rossend Arús y Lorenzo Frau Abrines, que en su Diccionario enciclopédico de la Masonería, publicado en 1883 en La Habana, consideraban que entre ambas había mucha relación.

Al recuperar lo que estos autores planteaban ya hace tanto tiempo, queremos aprovechar para proponer una especie de “modelo educado” para tratar con los demás en todos los ámbitos, sociales o políticos, y, por lo tanto, alternativo al caos y la violencia imperantes. Rescatar estas cuestiones que parece tan alejadas por ser de otro siglo y/o referirse a ese supuesto universo extraño de las logias masónicas, y en un mundo donde muchas de las formas de cortesía social se han perdido puede parecer a muchos que realizamos un ejercicio anacrónico, aunque creemos que no, porque, insistimos, pueden darnos pistas para recuperar un clima civilizado en las relaciones sociales donde con tanta frecuencia se llega a perder el respeto de los demás.

­­La urbanidad tendría que ver con la buena educación, por lo que debería ser ley para la Masonería, en todos sus actos y ceremonias

La urbanidad sería sinónimo de “cortesanía, comedimiento, atención y buen modo”. La urbanidad tendría que ver con la buena educación, por lo que debería ser ley para la Masonería, en todos sus actos y ceremonias. Frente a esto la vanidad, las “maneras y dichos libres y las familiaridades” generaban un exceso de confianza, por lo que muchas reuniones podían perder fácilmente sus atractivos más bellos, llegando a hacerse pesadas y hasta desagradables.

La urbanidad bien entendida bastaba para evitar estos inconvenientes, al no caer en la indiscreción, ni en las libertades de mal gusto.

La ley de la urbanidad debía imperar entre los francmasones como garantía de orden y compostura, pero también en favor de la paz y la armonía. Las reuniones de las logias debían regirse por esta ley. Si por un lado, en estas reuniones debía imperar la igualdad y la fraternidad también debía reinar la urbanidad. No se trataría de falsos cumplimientos ni de aduladoras alabanzas, pero tampoco de ligerezas y libertades “intempestivas”. Todo debía basarse en el comedimiento, la naturalidad y la modestia.

La ley de la urbanidad debía imperar entre los francmasones como garantía de orden y compostura, pero también en favor de la paz y la armonía

Pues bien, salgamos de las logias masónicas y pensemos un poco en estos conceptos y procedimientos. No estaríamos hablando, como nos insisten aquellos dos masones del siglo XIX, de hipocresía y falsedad en el trato, sino de trazar unas reglas mínimas de cortesía, de orden y compostura en favor de una armonía, al menos en el trato y en la confrontación, especialmente, política, y no sólo.

A veces, con estas cosas este servidor cree que es de otra época, pero, bueno, recogemos un material histórico para sugerir un trato distinto porque el que impera ahora mismo no parece el adecuado.

El concepto masónico de la urbanidad