domingo. 28.04.2024

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Los resultados de las elecciones gallegas para la izquierda española, en mi opinión, son naturales, y deben ser leídos en el contexto de ausencia de herramientas políticas, y de la penuria organizativa del proyecto SUMAR. Para combatir la melancolía por la sucesión de incidentes negativos desde el 23J, me remito a las palabras del físico teórico J. M Jauch [i] sobre el trabajo científico: “el todo es más que la suma de las partes y la interacción constructiva de procesos complementarios es el secreto de toda actividad creativa en la vida”. Lo cito aquí, porque si hay algo más aleatorio que la realidad de los cuanta, es la evolución de las sociedades humanas modernas. Por lo tanto, y en positivo, me permito unas reflexiones sobre el momento actual de la izquierda.

En primer lugar, la estrategia de la izquierda trasformadora, en los países europeos, no puede obviar que estamos en una era del final de la civilización industrial y de los imperios creados por ella, lo cual sitúa la acción política al albur de circunstancias que, lejos de pertenecer al largo plazo materialista, dependen de la incertidumbre estadística: las probabilidades de guerras, crisis financieras de secuencia reducida, catástrofes climáticas, olas migratorias y avances tecnológicos cada día más disruptivos.

La estrategia de la izquierda trasformadora, en los países europeos, no puede obviar que estamos en una era del final de la civilización industrial

Lo segundo, que todo actor político que quiera modificar las reglas del juego, con criterios predistributivos igualitarios, debe saber que juega en tres ligas, 1) local y regional, o de nacionalidad; 2) estados nacionales con sus parlamentos, y 3) Europa, con la Comisión y el Parlamento de la UE, y, en cada uno de esos tres niveles, se van a encontrar correlaciones de fuerzas y alianzas posibles diferentes. 

Tercero, que una organización con capacidad para suministrar poder democrático tiene sus cimientos en el nivel local y autonómico-nacional [ii], y, en ese nivel, se ha de cooperar con posibles socios, que no perciben la complejidad de los tres niveles, pero son muy sensibles a las problemáticas más pegadas al territorio. Sin ganárselos, no es posible acumular suficiente fuerza democrática trasformadora. Lo cual nos lleva a la necesidad de construir instituciones capaces de integrar el potencial democrático del poder local y autonómico-nacional, y proyectarlo a los niveles donde se acumulan los recursos materiales y legislativos, que permiten hacer política, el estatal-nacional, y el europeo. En el tercer nivel nos encontramos, sin elegirlo, la Unión Europea, que, por su tamaño económico, demográfico y político, es la única herramienta para blindar los propósitos progresistas contra las amenazas del militarismo imperialista, y para cortar las vías del chantaje financiero a los capitales que transitan sin control. Para esto último, se necesitan mecanismos fiscales, que permitan a las instituciones de la UE censar los capitales y documentar sus desplazamientos entre las plazas financieras [iii], solo viables si van unidos a una confederación democrática de los estados del continente, que reforme culturalmente la burocracia de Bruselas, y la aleje del neoliberalismo. 

Los tres niveles citados de la acción política son comunes a todos los estados europeos. En nuestro país, son percibidos desde unas culturas cívicas, formadas en cuarenta años de franquismo, durante los cuales se produjo la transición a la sociedad industrial y urbana actual. Bajo la dictadura, se crearon las corporaciones profesionales que sustentan las instituciones vigentes; entre ellos, los juristas y expertos que negociaron con los demócratas el pacto constitucional, en una transición a la democracia asediada por los militares y el terrorismo, falangista y etarra. Los atentados de ETA continuaron, y agravaron el corporativismo de los cuerpos judiciales y policiales, cuando tenían que asimilar los valores constitucionales y aceptar el principio de la soberanía popular. 

La Unión Europea, por su tamaño económico, demográfico y político, es la única herramienta para blindar los propósitos progresistas contra las amenazas del militarismo imperialista

También en los primeros años de la democracia, ocurrió el referéndum sobre la pertenencia a la OTAN, cuyo resultado no podía ser más revelador para el que quisiera leerlo: la segmentación entre el SI y el NO ignoraba los límites de la izquierda y la derecha, para situarse entre el nacionalismo español heredado del franquismo y los nacionalismos históricos, mostrando la existencia de un problema territorial no resuelto por el pacto constitucional. A pesar del GAL, la lucha contra el terrorismo evitó la guerra sucia; tal cual existió en Italia o el Ulster, lo cual no evitó el refuerzo del corporativismo conservador en jueces, policías y militares, y el sedimento del españolismo franquista en la derecha política y en parte de la socialdemocracia. Viejas culturas xenófobas, recuerdo de los duros años de la emigración, tanto en las periferias ricas, vascas y catalanas, como en las regiones origen de los emigrantes, crearon unas referencias sociales, diferentes y mezcladas con los prejuicios clasistas. 

Los ejes culturales del nacionalismo se combinan, en Catalunya y Euskadi, con las coordenadas de la desigualdad vertical, separando, aún más, la percepción política de la convivencia. Las culturas políticas españolas están penetradas por esas divisiones, obligando a las fuerzas políticas trasformadoras a un largo aprendizaje que, inevitablemente, tendrá que beber de la experiencia que aún tiene que ocurrir. Solo con la prueba y el error podremos madurar una cultura común, para todos los que deseamos un mundo económico, social y culturalmente más igual, diverso y pacífico. 

Pulso entre la cultura del dinero y su predominio distributivo, y la cultura de la cooperación entre el trabajo y la ciencia

En cuanto a la Unión Europa, desde esta perspectiva, la política está marcada por la diversidad entre las culturas en cada país. Las alianzas, a ese tercer nivel, no pueden ser homogéneas a las que se dan en cada estado, porque los problemas que se presentan son diferentes, aunque todos apunten a la desigualdad del poder en el conjunto de sus manifestaciones. Pero, no debemos olvidar, en ningún momento, que, sin cimientos organizativos sólidos al nivel primario, sin instituciones que protejan y recojan la sabiduría de la organización democrática local, no será posible alcanzar los objetivos del bien común, porque no podremos saber qué es eso del “interés general” que limita la propiedad en la Constitución. Porque el Interés, solo es general cuando emana del Contrato Social, de la democracia primaria de las instituciones, que recogen la voluntad manifestada por los ciudadanos, cuando participan en los ayuntamientos, las asociaciones cívicas y de apoyo mutuo, y en las empresas donde se trabaja. Este último debate, sobre la democracia en las instituciones económicas, será crítico, para la forma que adopte la civilización que emerja de las nuevas tecnologías. Supone un pulso entre la cultura del dinero y su predominio distributivo, y la cultura de la cooperación entre el trabajo y la ciencia, cuyo paradigma de distribución se basa en las aportaciones de cada factor, capital y trabajo, al bienestar y la riqueza. El capital opta por las tecnológías que maximizan el beneficio financiero destruyendo empleo, porque debilitan al trabajo y le permiten alzarse con todo el beneficio; la coalición cooperativa de productores prioriza las aplicaciones del conocimiento que apoyan el trabajo y lo hacen más fácil y creativo [iv], porque pone en valor su contribución al aumento de la productividad. 

La estrategia central de la democratización de las instituciones económicas es la cogestión, pero tal objetivo no movilizará, si no existe una implicación sindical con la meta de cambiar las relaciones distribuidas de poder en la producción social, que permita un equilibrio más igualitario en las decisiones sobre el uso del plusvalor, y el destino de los intangibles tecnológicos. Una estrategia social, sindical y política, que necesita madurar en muchos frentes, antes de llegar a ser. Social, porque la responsabilidad social de las empresas debe regularse desde la sociedad civil, sindical, porque los sindicatos caen, a veces, en el corporativismo, y política, porque necesita leyes que deben vencer muchas resistencias [v]. 


[i] J M Jauch, La realidad de los cuantos. Alianza Editorial.
[ii] Uso el término autonómico-nacional, porque en España se confunden nacionalidad y autonomía.
[iii] Entre otras, ninguna política contra mafias y traficantes sería efectiva sin hacerlo.
[iv] Acemoglu D. y Johnson, S. (2023) Poder y Progreso, Ed. Deusto.
[v] A pesar de contar con la cobertura, muy ambigua, de la Unión Europea.

Ámbitos, estrategias y organización política, en tres niveles