lunes. 29.04.2024
CRUZ

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Esto comencé a escribirlo el Viernes Santo en GARAGOA, la Sultana del Valle de Tenza, en Boyacá, Colombia, hermosa población cuya catedral se luce con unas torres góticas que parecen cohetes de nueva generación que se preparasen para llevar a los cielos  naves interplanetarias.

Allí, en mi amada Matria (en honor a la mujer MADRE, fuente de la vida), como llamo yo al pueblo que me vio nacer, trataba de escuchar, desde el parque, cerca de la centenaria y gigantesca ceiba, el tradicional "Sermón de las siete palabras" que no son tales sino las frases que el Hijo del Hombre pronunció con dificultad, en la cruz, ese terrible instrumento  de los romanos, usado para dar muerte atroz a los esclavos rebeldes, o a los rebeldes políticos. El ritual de las "Siete palabras", repetido año tras año para revivir la pasión y muerte del Hijo de Dios, condenado por su propio Padre a morir de esa forma por los pecados de los hombres, los mismos que Él había hecho de barro y dotado de libre albedrío que fue lo que los llevó al pecado, según enseña la doctrina cristiana, si no me equivoco. Las "Siete palabras" convertidas en sermón, se convierten en cinco mil, cincuenta mil, o muchas más en el tiempo que dura la disertación  del orador sagrado. La catedral se llena, la gente que no cabe, se acomoda en el atrio, en la calle, o en el parque, como era mi caso, todos convencidos que, desde esos lugares, estábamos  participando en la ceremonia  religiosa.

Año tras año, la Pasión y muerte de Jesús, símbolo, a la vez, del amor, como práctica de vida,  y de furia contra los negociantes de las cosas sagradas y, sobre todo, contra la gente del templo, la "casta sacerdotal" y los "fariseos hipócritas" que recitaban la ley todos los días, sin llevar una vida acorde con ella, y contra los que hacían tocar las campanas cada vez que daban limosna, haciendo alarde de las buenas obras. Decir esas cosas, le costó la vida, porque  el poder criticado, es vengativo.

Hoy, supuestos herederos de sus enseñanzas, nos hemos llamado la "SOCIEDAD OCCIDENTAL CRISTIANA". Bonito nombre, ¿verdad? Y, además: si somos  sociedad cristiana, a fortiori (=con mayor razón), tenemos que ser una COMUNIDAD. Pero, entonces, cabrían dos preguntas: ¿Somos comunidad? y ¿somos cristianos? La primera hace relación  a un objetivo que es el bien común, es decir, el bien, y el bienestar de TODOS. Tiene que ver con una vivencia terrenal cuyo fundamento es la ética, o sea un comportamiento correcto por el reconocimiento de que somos humanos. TODOS. Y que, como tales, hemos generado unos valores in-trascendentes, de carácter universal que permiten la con- vivencia. El primero de ellos es el respeto a la vida. Y, como corolario, a un vivir digno.

Y, el ser cristianos, tiene como fundamento la moral, o sea, el actuar bien en función de una trascendencia cuyo sustento es una fraternidad universal por filiación divina. Es, por lo tanto, el reconocimiento  del "otro", como parte mía, por ser hijos del mismo Padre Celestial...

Ahora, vayamos a ver nuestra actuación en el mundo en cuanto a comportamiento como comunidad  y como cristianos. Me temo que no hay que ir lejos, ni en el espacio ni en el tiempo. Guerra, es el nombre de nuestra vivencia. "[El] Guerrear es el padre de todas las cosas; de todas es rey", decían los griegos. Y, como al ser rey, se ha visto como inevitable, inventar esa barbaridad que son las "guerras justas". ¿Por qué? Porque, desde los intereses que son siempre  diferentes, o desde el poder que es siempre un privilegio basado en la ley del más fuerte, legimitado como instrumento de equidad por ideologías políticas o religiosas, habrá siempre (y valga la redundancia del adverbio), una razón, o argumento, para declarar justa una guerra.

Y, entonces, los muertos, junto con las viudas y los huérfanos, con su dolor y llanto, quedan justificados, o "explicados". "En toda guerra hay muertos", dice la sabiduría bárbara. Guerra en Ucrania y en Palestina. En esta última, el "Pueblo escogido por Dios" contra sus primos, los hijos de Ismael. En Ucrania contra Rusia, se pelean cristianos ortodoxos, contra cristianos ortodoxos. Miles de muertos y mutilados, civiles entre ellos, víctimas de sus famosos y eufemísticos "daños colaterales". Cifras escandalosas de dinero quemado en los hornos de la muerte mientras millones de humanos sufren y mueren de hambre y el calentamiento global avanza con su rostro de muerte, sin control alguno porque, más importante que eso, es el sostenimiento de la tasa de ganancia del capital...

Volviendo a Ucrania: ya los varones en edad de pelear (?), o se agotaron, o no quieren  ir a la guerra. Entonces, algún  político occidental pide que cambien el rango de edad, para conseguir peleadores. Pero, hago una reflexión- pregunta, poniéndome  en el pellejo de los que van a ser reclutados: si la vida es el valor más importante que tengo, y no quiero ir a la guerra por  temor a perderla, ¿con qué argumentos  pueden obligarme ( ya no, convencerme) a ir a luchar? ¿Acaso por la patria? Y ¿qué  es la patria? ¿Un grupo humano en un determinado pedazo de tierra y del cual formo parte porque, por esas cosas de la vida, nací ahí? ¿Y voy a pelearme con otros que tienen otra patria y que, también,  son obligados a luchar por ella? Ah, pero ellos son cristianos, ¡y nosotros  también! Pero hay algo peor: qué tal si la patria, con relación a la guerra, no es lo que dijimos antes, sino que son ñlos intereses de unos cuantos negociantes de diversas orillas, disfrazados convenientemente con máscaras cuasi-religiosas, para que vaya yo al matadero? Como sea, ¡qué  maravilla matarnos! ¿Cierto? Sobre todo cuando, desde hace muchos siglos, ya San Pablo, el fundador del cristianismo, en su Primera Carta a los Gálatas, dejó muy claro, refiriéndose a la Comunidad Cristina, lo siguiente:

"De suerte que la ley ha sido nuestro Pedagogo hasta Cristo, para que por la fe fuéramos  justificados, pero después  de haber venido la fe, ya no estaremos bajo el Pedagogo porque  todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, pues cuantos en Cristo fuisteis bautizados, os habéis  revestido de Cristo. NO HAY JUDÍO, NI GRIEGO, NO HAY ESCLAVO NI LIBRE, NO HAY VARÓN NI MUJER, PUES TODOS VOSOTROS SOIS UNO EN CRISTO JESÚS". [Mayúsculas mías]. (La Biblia, Bogotá, Ediciones Paulinas, 1977, p. 1317).

Entonces, ¿cómo cristiano estoy obligado a ir a la guerra a matar a mi hermano? ¿No es, entonces, la patria un pedazo de tribalismo pre- cristiano? Pero, si no soy cristiano y mi conciencia me impide ir a matar (los guerreristas siempre  tendrán  argumentos liberadores), postulando argumentos de este tipo: no voy a matar porque  no quiero suprimir  una vida y dejar viudas y niños y, quizás, tambien, padres huérfanos del otro lado, o que mis forzados enemigos, dejen viuda a mi esposa y a mis hijos sin padre, ¿con qué autoridad me criticarían y, lo que es más, me encarcelarían? Pero, si, finalmente, me obligaran ¿podría yo exigir que se obligue a los organizadores de las guerras y a sus familiares, a combatir en primera línea como lo harían verdaderos líderes convencidos de la legitimidad de sus argumentos?

Ha terminado la Semana Santa; según las creencias fundamentales del cristianismo, Jesús ha resucitado y ha dicho:

"Mi paz os dejo, mi paz os doy".

¿Cuántos millones de dólares más pondrán, y cuántos miles de jóvenes más mandarán al matadero, los cristianos artífices de la guerra?

Entre la cruz y las bombas