viernes. 26.04.2024

Un voto para botar

Las elecciones del 24 de mayo en nuestro país deben hacer posible una modificación en el juego de poder existente.

viñeta

Votar cada cuatro años parece ser la democracia que tenemos, pero ¿es la que queremos? Para algunos parece ser suficiente empoderamiento de los ciudadanos, suficiente disfrute de su precaria libertad. Libertad que es más ficticia que real[1]. Primero porque se vota al partido de cada uno como se llevan y mantienen los colores de un equipo de fútbol. Segundo porque hay quién se empeña en que la gente no madure y sólo sirva la masa de trabajadores para producir cada día más rápido, que la vida, por tanto, se revolucione cada día más pero que no se tenga tiempo para pensar, ya otros pensarán por nosotros. Tercero porque estamos en un mundo cómodo que cada vez más, nos viene dado, completo y acabado para verlo exclusivamente como quien ve un documental o una película: pasivamente. Sin embargo, deberemos activarnos, deberemos participar e implicarnos en el juego político, nos jugamos mucho en cada votación. Nos jugamos modificar el curso de los acontecimientos y conseguir una verdadera democracia, y para ello, debemos votar para botar a aquellos que no saben ver a las personas detrás de los números que manejan.

Al igual que otros muchos autores considero que la globalización que lidera e impone el sistema neoliberal está colisionando de frente con la democracia. Y esta colisión está cambiando las reglas de juego, atando de pies y manos a la mayor parte de los ciudadanos. Los intereses de los estados y las multinacionales dominantes dejan poco espacio a la verdadera libertad y expresión democrática. El endiosamiento de la economía que está por encima del bien y del mal y pisotea sin rubor a las personas perdedoras en una carrera desigual y sin freno, no permite atajar sin demora muchos problemas. Entre otros los de la inmigración, la desigualdad, la pobreza y alienta, incluso, un mundo con guerras con tal de mantener el fundamentalismo económico en el que se sustenta su mundo infernal.

Pero el poder económico que han creado es tan asfixiante que ya no es necesario iniciar una guerra o apoyar un derrocamiento militar a un jefe de estado molesto, elegido y apoyado democráticamente, basta, a los estados imperantes y a las multinacionales conniventes, con emplear la fortaleza que da la globalización para estrangular la economía de aquel país en el que interesa que el régimen, por muy democrático que sea, se hunda con los múltiples problemas económicos de su población[2]. Se crea así una impronta que se incorpora, que se introduce en la mente de los ciudadanos para ser difícilmente expulsada, difícilmente desinstalada, difícilmente desprogramada. Se generan neuronas especializadas que te marcan al rojo vivo y nos graban la divisa que nos conforma y nos hace adquirir rutinas que requieren un gran esfuerzo para contrarrestarlas.

Somos conscientes de que en este mundo globalizado el poder ha cambiado de manos, ya no lo tiene el poder político ni está basado en la soberanía del pueblo, lo detenta un ente escurridizo, un ente que se nos escapa de las manos, que se diluye por momentos y que ha sido etiquetado como mercados. Pero que realmente tiene nombre y apellidos. Es un runrún  que se acrecienta y del que cada día se toma más conciencia. Así David Harvey, entre otros muchos autores, concreta y establece el poder en “la oligarquía emergente –el infame 1 por 100, que en realidad es un 0,1 por 100 aún más infame— [que] controla ahora efectivamente las palancas de toda la riqueza y el poder globales[3]”.

Las elecciones del 24 de mayo del presente año en nuestro país deben hacer posible una modificación en el juego de poder existente, no podemos seguir manteniendo este declive. En caso contrario la democracia seguirá siendo insulsa, sin sustancia. Votaremos cada cuatro años sin que se nos garantice siquiera el cumplimiento de los programas presentados a las elecciones por los distintos partidos. Por ello, también debemos preguntarnos ¿qué garantías nos dan para que la democracia sea verdaderamente participativa? El derrotismo y pensar que todos son iguales son aún una peor solución ya que, cual avestruz, seguimos escondiendo la cabeza y preferimos no pensar y dejar que las cosas sigan en la misma tónica, sin duda hacia el abismo.

La aparición de Podemos en el panorama político español ha propiciado, sin embargo, alternativas que permiten un atisbo de esperanza. Nos dejan ilusionarnos, entre otras cosas, con romper la dependencia del dios dinero. Hasta hoy los partidos vienen siendo rehenes de quien les financian: bancos, grandes empresas, poder económico en general. Pero Podemos nos muestra la posibilidad de salir de esta dinámica que nos encadena, con innovaciones que nos pueden sacar de estos malos hábitos de los partidos tradicionales. Así la financiación a través de microcréditos, préstamos directos con los ciudadanos y el crowdfunding son el eje de su campaña para las próximas elecciones autonómicas. ¿Tropezaremos de nuevo con las mismas piedras? La experiencia nos ha demostrado que el capitalismo neoliberal y su globalización sólo nos lleva a una democracia cada vez más devaluada y la financiación de los partidos ha tenido su aspecto negativo y ha propiciado la corrupción, ya que un grado importante de endeudamiento hace imposible “sostener honestamente que...no afecte al funcionamiento de los partidos, que no limite su capacidad de tomar decisiones políticas que sirvan a los intereses de la mayoría social. Los partidos están, en un sentido casi literal, hipotecados con unas instituciones que carecen de legitimidad democrática[4]”.

Pero como nos dice Josep Ramoneda: “En el fondo, ¿qué es la democracia sino un frágil mecanismo pensado para evitar el abuso de poder? Por eso estorba, por eso hay tanto empeño en neutralizarla, en reducirla a un simple rito de voto cada cuatro años[5]”. Y “El crecimiento exponencial de las desigualdades y deslizamiento de una parte importante de la población hacia el precipicio de la marginación hace que no se dé la igualdad de condición propia de la sociedad democrática. La fractura entre integrados y marginados es una herida letal para el sistema democrático[6]”.

La desigualdad no es un problema baladí, está en el meollo de una economía sana y de un funcionamiento verdaderamente democrático. No podemos admitir los resultados a los que nos está llevando la política actual. No podemos permitir que sólo se genere, se cree dinero de la nada y por entes privados cuando los lobbies económicos presionan. No podemos admitir que mientras algunos países no pueden dar de comer a sus ciudadanos y sus votos depositados democráticamente no sirven para nada, otros dilapiden cientos de millones de dólares en gastos militares y guerras utilizando el despotismo monetario, ¡a eso no se puede llamar política a favor de los ciudadanos, ni democracia y, desde luego, demuestra que no es la ciudadanía y sus necesidades el primer objetivo de algunos políticos! Hay que tener claro que  la respuesta de nuestros males no está en la economía sino en la política. Votemos para botar.


[1] Jean-Jacques Rousseau ya decía: los ingleses creen que son libres porque eligen representantes cada cinco años, pero son libres sólo un día durante los cinco años, el día de la elección, eso es todo. En el texto se considera que ni siquiera ese día se es totalmente libre y, además, y tristemente el voto ha sido habitualmente ninguneado.

[2] El caso de Grecia en el que se está provocando una falta de liquidez, es un ejemplo en Europa pero no es el único en estos últimos tiempos dominados por el imperialismo y el interés de Estados Unidos y sus grandes empresas.

[3] Harvey, David (2014:49). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Editorial  IAEN, Quito.

[4] Segundo González y Manuel Maroto. La financiación participativa en partidos como herramienta de cambio político. Eldiario.es 10/05/2015.

[5] Ramoneda, Josep (2012:45) La izquierda necesaria. RBA libros S.A.

[6] Ibídem (2012:71) 

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