viernes. 26.04.2024

La lucha de clases

En 2006, el inversionista Warren Buffet fue entrevistado para The New York Times por Ben Stein, un actor y comentarista de negocios conservador. Las opiniones de Stein generalmente eran tan irritantes como el tono nasal que empleó cuando interpretó al maestro que pasa lista en la película El día libre de Ferris Bueller. Buffet había descubierto que él pagaba mucho menos impuestos que sus secretarias.

En 2006, el inversionista Warren Buffet fue entrevistado para The New York Times por Ben Stein, un actor y comentarista de negocios conservador. Las opiniones de Stein generalmente eran tan irritantes como el tono nasal que empleó cuando interpretó al maestro que pasa lista en la película El día libre de Ferris Bueller. Buffet había descubierto que él pagaba mucho menos impuestos que sus secretarias. En la entrevista puso de manifiesto que eso no le parecía bien. Stein escribió: “Aunque estoy de acuerdo con él, le advertí que siempre que alguien saca el tema a conversación, es acusado de fomentar la guerra de clases”. “Por supuesto que hay guerra de clases”, replicó Buffet, “pero es mi clase, la clase rica, la que está realizando la guerra; y estamos ganando”.

La crisis económica ha convertido aún más cruenta esta lucha de clases para los vencidos: los trabajadores, después de que los partidos de izquierda consideraran este concepto como un retal ideológico obsoleto y extemporáneo. Desde la perspectiva del discurso socialdemócrata, el capitalismo habría sabido atenuar sus contradicciones internas y moderar los conflictos sociales por medio de la regulación del mercado y de la producción, evitando la crisis. Consecuencia de esta situación era la mutación de las líneas divisorias entre las clases sociales, difuminándolas en grupos de interés que sustituirían la lucha de clases por reivindicaciones profesionales.

Sin embargo, todo esto representa caer en la vieja trampa del diablo cuando se dice que extiende la creencia de que no existe para poder actuar con absoluta impunidad. El desmayo intelectual de las fuerzas de progreso ha   propiciado que carezcan del músculo ideológico capaz de anteponer a la rapiña de un capitalismo depredador de la justicia social y protagonista activo de la liquidación reaccionaria de los principios democráticos y los más elementales valores humanistas, un modelo próximo a los verdaderos intereses de las mayorías sociales La realidad neoliberal presentada como inconcusa supone aceptar esa inercia de la que nos advertía Eugenio Montale de que todo lo que ocurre tiene siempre razón, y lo que no ocurre, tiene siempre la culpa.

Las medidas ideológicas implementadas por la derecha para preservar los intereses de las élites financieras son inútiles y contraproducentes para resolver la crisis económica, pero muy eficaces para la refundación del Estado de tal manera que pueda consolidarse la transferencia de la riqueza pública a la órbita privada y abolir el control democrático sobre los poderes fácticos que actúan autoritariamente en la vertebración del modelo social. Como en todas las guerras, los perdedores siempre son los culpables, en este caso los pensionistas, los funcionarios, los parados, los inmigrantes, criminalizados perversamente por aquellos cuya avaricia causó la crisis y que ahora se benefician también de ella.

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