viernes. 26.04.2024

El horror en Birmania

Tiene rostro el horror, aunque no se conozca. Y nombre, aunque se pierda en la desolación del olvido. La situación por la que atraviesa la antigua Birmania llena las páginas de los periódicos, ocupa las discusiones de las cancillerías y rellena papeles y burocracia en todo el mundo. Y nada se resuelve.No llegan los alimentos ni la asistencia sanitaria. Y los muertos y desaparecidos son, sencillamente, una cifra más en la estadística del desastre.
Tiene rostro el horror, aunque no se conozca. Y nombre, aunque se pierda en la desolación del olvido. La situación por la que atraviesa la antigua Birmania llena las páginas de los periódicos, ocupa las discusiones de las cancillerías y rellena papeles y burocracia en todo el mundo. Y nada se resuelve.

No llegan los alimentos ni la asistencia sanitaria. Y los muertos y desaparecidos son, sencillamente, una cifra más en la estadística del desastre. El régimen birmano impide la entrada de ayuda, levanta montañas de visados, mientras el cólera, el hambre arrasa con las vidas que lograron salvarse de la catástrofe.

La ONU suspende los vuelos y dice que nada puede hacer. Los países ricos salvan sus conciencias amparándose en el régimen inhumano que prefiere la muerte de sus administrados antes que la transparencia y la vida ¿No se puede hacer nada?

Nada. Posiblemente porque la antigua Birmania no es objetivo estratégico, ni económico. Las rápidas decisiones que se adoptan cuando peligra el petróleo no son posibles cuando lo que peligra es la vida de millones de pobres e ignorados. La presión internacional se ralentiza ante el sufrimiento de millones de seres humanos que no saben si llegarán a mañana. Se respeta la soberanía nacional de un país aunque eso suponga que la hambruna, el frío, la peste van a acabar con cientos de miles de seres humanos.

No entiendo de política internacional. Sé lo que cuentan los periódicos, lo que contamos en este mismo diario, veo las escenas espeluznantes de las televisiones. Y cuesta entender que el movimiento de solidaridad internacional quede frenado ante la sinrazón y la ignominia. No hay manera de entender la impotencia de la comunidad internacional ante esa gente condenada a la muerte, con los equipos de ayuda detenidos en los aeropuertos, con las toneladas de alimentos y servicios pudriéndose en los almacenes.

Y uno quisiera que la ONU sirviera para algo más que para callar ante la invasión de un país rico en petróleo, que sirviera algo más que para convocar reuniones de emergencia, largas discusiones políticas que, en realidad, para nada sirven.

No entiendo de política internacional. Pero veo. Veo el hambre. Vemos el hambre en el rostro de personas cuyos nombres ignoramos, el horror de la tragedia. El Gobierno birmano dice no estar preparado para recibir la ayuda humanitaria. No sabe cómo comportarse ante la avalancha de organizaciones y países.

Nada tiene explicación. La muerte, tan consustancial al ser humano, pierde su explicación cuando está causada por el visado imposible, por el trámite burocrático de un país sometido al dolor.

La muerte así, sólo tiene la explicación del hombre. Sólo se explica cuando es producto de la actitud del hombre hacia el hombre. Sólo entonces, la muerte es una creación del ser humano.

Escribió el poeta Luis Rosales:

“Como tú eres el único sufrimiento posible y la angustia de cal que me quema los ojos,
con humildad,
buscando la palabra precisa,

yo te ofrezco la sombra, la paciencia del mundo donde olvido la espera,
donde olvido esta inmóvil angustia de ser junco y sentir en las plantas los impulsos del río,
donde puedo creer,
donde puedo creer, porque marchamos juntos igual que dos hermanos perdidos en la nieve”.


Marchar juntos como dos hermanos, antes de perdernos, de perderlos en la nieve del sufrimiento.

El horror en Birmania
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