Cuando tu vida se refleja en este rincón del planeta que no entiende de límites, mugas, y demás historias, y que todos los días oteas desde el Peñadil, con un halo de misterio y sorpresa por sus fantasías imaginadas a las siete de la mañana, la tristeza es mucho mayor.
Cuando la vida es sinónimo de la vida de tus vecinos y allegados, y que, además no entienden de autonomías, mugas y de hechos diferenciales. Todo ello, por la simple y sencilla razón de que están ahí, y se ven, y se pueden visitar, y se puede deambular por sus calles y su teleclub.
Cuando estás más cerca de los de aquí, que de los de allí, aunque la contribución no sea la misma, y el derecho civil tampoco por el peso de la historia.
Cuando ves el resplandor, en la noche de luna llena, cubrir con cálido ardiente naranja el horizonte oscuro, y además la vista no alcanza a ver el final de la lengua el miedo se te apodera.
Cuando ves arder la Muela del Buste, te das cuenta, rápidamente, que algo tuyo se quema. Mi horizonte se quema. Mi referente se quema. Mi visión de todas las mañana de verano se quema. Y a pesar, de que pocos zaragozanos conocen la comarca, para nosotros es parte de nuestra alma y de nuestra vida.
Y eso que, a pesar de ser vecinos, desde el Buste no se ve Ablitas, pues teníamos que resguardarnos de los tozudos aragoneses que nos querían conquistar.
Pero, este paraje de misterio, ensueño, aridez, pasión y búsqueda de la eternidad para los que entendemos su sentido, el sábado ardía, y no comprendíamos porque tenían que salir en las noticias, si no habían aparecido desde aquella tragedia de los aviones americanos.
Mi horizonte se quema. Mi referente se quema. Mi visión de todas las mañana de verano se quema
Pues sí, el otro día se quemaba, y desde el Montecillo, rezábamos para que no fuera a más. El maldito “Moncaino” les cogió a traición, bajos de defensas, en fiestas. Como dicen los meteorólogos abliteros, entre los que me incluyo, si llega a ser Bochorno, adiós Moncayo.
Sin duda, lo ocurrido en estos pueblos pacíficos, de turismo dominguero, de tranquilidad absoluta, de belleza espectacular, es una tragedia. Para esto es mejor no salir en el telediario.
Yo enviaba una foto a una amiga mía de Ateca que ya tienen experiencia desde hace muchos días, y me decía “haber si esta vez llega a tiempo el Gobierno Aragonés” y pensé, a cada uno, me imagino que le duele lo suyo.
Es verdad que, me gusta pasear por esta tierra inhóspita donde en los años 40 nuestros mayores, se enfrentaban con las autoridades por coger el esparto en el término de Aragón, antes de que llegaran los guardias para impedírselo. Años de esportizos, cuerdas, sogas, con las manos sangrando de tanto liar.
Ahora, curiosamente, son los espartos lo que arden sin que nadie los contemple y se los dispute. Una tierra de pan llevar, seca, árida, suplicando a dios que llueva. Una tierra vecina, amiga, bonita, agreste que estos días el fuego no respetaba, como no respeta nada con su furia.
Sin lugar a duda, el fin de semana sufrí un dolor de corazón ante la destrucción de un paisaje bonito, de sueños, de pasión y de meditación. Algunos no lo veréis así, pero la vida, como la contemplación de la misma es una cuestión de subjetividad.
Maldito fuego que has cogido a traición a los vecinos, y los has llevado al abismo.
Como dice Manuel Vicent: “Mi lucha por la existencia consiste en que a la hora del desayuno sea mucho más importante el aroma del café que las catástrofes que leo en el periódico abierto junto a las tostadas”.