jueves. 28.03.2024
intimidad serie
Fotograma de la serie Intimidad.

“Siento pudor, pero no siento vergüenza, esa se la dejo a quienes han tratado de hundirme utilizando mi intimidad”
(Intimidad
, primer capítulo)

Nos alimentamos de relatos e historias. Por eso charlamos con quienes nos unen lazos de amistad, leemos novelas y vamos al cine, la opera o el teatro, cuando no vemos en la televisión alguna serie o un documental. Hay oradores harto sugestivos y no falta quien hace sus pinitos con la escritura o el comic. En estos tiempos de abreviaturas menudean los micro-relatos y vídeos breves. Todo ello sazona nuestra existencia. Pero cualquier dieta puede ser saludable o resultar terriblemente tóxica, si uno se deja llevar por el atractivo aspecto de un hongo venenoso.

Un vídeo sexual no es nada malo de suyo. Puede ser un bonito recuerdo para sus protagonistas pasados los años, aunque cuesta comprender que se deban grabar esas actividades y no la degustación de algún manjar o los parajes de un maravilloso paseo. Hace poco tomé varios ferris para poder admirar los fiordos noruegos. Hube de repetir el periplo. La primera vez mi compulsión por fotografiarlos me impedía poder disfrutar en directo de tan sublime paisaje. Cuando llevaba mis cámaras réflex analógicas utilizaba tres carretes en un mes, mientras que ahora se acumulan las fotos digitales en mi móvil.

La verdadera igualdad entre los géneros tiene múltiples asignaturas pendientes y esta es una de las más recalcitrantes

Lo grabamos todo. Me alarma que quienes presencian cualquier tipo de agresión o desorden público se pongan a grabarlo en vez de intervenir colectivamente. Muchas veces la propia grabación es el acicate que propicia una determinada violencia. Si no se graba, se diría que no ha ocurrido. Esto es algo aberrante, porque ningún testimonio gráfico puede suplir el recuerdo de una grata experiencia del tipo que sea y cuya crónica podemos compartir con quienes nos plazca. De otro lado hay cosas que no debieran grabarse jamás y cuya difusión delata una grave psicopatología social.

Tener que agruparse para disfrutar del sexo violando a una víctima indefensa delata muchas cosas. Por de pronto una escasa hombría cuando tiene que sumar esfuerzos para realizar algo tan infrahumano. También serios problemas de inestabilidad emocional que les hacen confundir el culo con las témporas. E igualmente un acentuado complejo de inferioridad que les impele a mostrarse dominantes. En estos casos el tratamiento psiquiátrico ha de ser intensivo y acaso vitalicio. Esto vale igualmente para un juez que aprecie ambiente de jolgorio porque le gustaría participar en alguna orgía pero se contenta con admirarla.

Me impresionó mucho la noticia del suicidio de una joven madre que se sintió humillada cuando circuló un vídeo suyo en el cual practicaba sexo. Su compañeros de trabajo debían tener vidas muy tristes y tediosas para paliar su aburrimiento con ese visionado. En las imágenes debía verse a un varón y a una mujer, pero la diana de las chanzas y los comentarios de pésimo gusto era únicamente femenina. ¿Qué tipo de ambiente social puede inducir al suicidio a una mujer madura? El caso quedó irresuelto porque no se pudo rastrear la fuente primigenia. Sin embargo, un inmenso colectivo fue un factor coadyuvante de la muerte con su estúpida frivolidad.

La serie Intimidad me ha recordado este caso real y en estos días el tema vuelve a ser noticia en los editoriales de la prensa. Sólo una sociedad enferma y con una socio-pedagogía sexual manifiestamente mejorable puede albergar problemas como este. Nada hay más natural que la desnudez o el acto sexual. Cualquiera puede mostrar su cuerpo al desnudo en los lugares donde la cultura no ha convertido esa opción en algo perverso. Practicar el sexo en solitario, a dos, tres o más bandas tampoco tiene nada de particular, siempre que se haga de modo voluntario. Lo anómalo es disfrutar con las prácticas ajenas.

Al parecer los más jóvenes inician su educación erótico-sentimental con el porno y nada podría ser más desatinado. Trasladar a la vida real una puesta en escena resulta sencillamente grotesco. Pero alguna fuente de información hay que buscar para satisfacer la lógica curiosidad inherente a estos temas. El sexo es una dimensión medular de la vida humana y puede resultar tan placentero como el comer o dormir. Lo malo es que andamos insomnes, abusamos de la comida basura y rehuimos los placeres del erotismo. Filmar o describir de un modo explícito ciertos lances erótico-sexuales no es tan sugestivo como tener que imaginar lo sutilmente sugerido.

No voy a destripar la trama de Intimidad entre otras cosas porque sólo llevo dos capítulos. Pero me parece muy interesante que se tracen dos reacciones paralelas a un mismo problemas. El guión de la serie recoge algo que siempre he pensado. ¿Por qué la víctima del presunto escándalo sexual debe abochornarse y sentirse fatal cuando lo vergonzoso es el proceder de quienes distribuyen el vídeo? Urge cambiar nuestra mentalidad. En estos casos el hombre suele salir airoso y bien al contrario se humilla hasta el paroxismo a la mujer, que incluso puede llegar a suicidarse por la bromita de marras.

Lejos de arruinar una trayectoria pública o una integridad privada, enfrentarse valerosamente a un trance tan penoso puede servir para reforzar su imagen. El problema lo tienen quienes disfrutan con esa difusión y que debieran dedicar ese tiempo a practicar cuanto envidian. La verdadera igualdad entre los géneros tiene múltiples asignaturas pendientes y esta es una de las más recalcitrantes. Ese tratamiento tan diferente que nuestro imaginario colectivo sigue dispensando automáticamente. Un madurito emparejado con una jovencita es alguien estimable, pero lo contrario se censura. La casuística es interminable y las formas poliédricas del amor contemporáneo quizá incurra en defectos análogos.

La serie 'Intimidad' y el consumo patológico del vídeo sexual pirateado