viernes. 19.04.2024
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Llegar a sentirse cómodo con uno mismo es un desafío que dura de por vida

Leo en un artículo titulado “La soledad es política”, las certeras reflexiones de mis compañeros en el IFS/CSIC, Txetxu Ausín y Melania Moscoso, sobre un tema que conocen bien, como muestra el volumen colectivo compilado por ellos mismos “Soledades: una cartografía para nuestro tiempo”, su artículo en The Conversation o la voz Soledad recogida por el Diccionario filosófico COVID-19.

Resaltan que no estamos ante una dolencia personal, sino que se trata de una perniciosa disfunción social y que por eso mismo nos interpela en cuanto ciudadanos. Como bien señalan la soledad refleja otras patologías de orden social, como la extrema desigualdad, un mercado laboral precario e inestable o la paulatina colonización del mundo digital. En realidad es el gran tema de nuestro tiempo, al sistematizar muy diversos problemas en un solo fenómeno.

Llegar a sentirse cómodo con uno mismo es un desafío que dura de por vida. Nunca podemos escapar de nosotros mismos, aunque a veces quisiéramos perdernos de vista por un ratito. Sin embargo, cuando se logra, podemos disfrutar de nuestro foro interno, al igual que hacia Rousseau paseando en solitario. Conviene visitar la ciudadela interior de vez en cuando para recrearse con los pertrechos vivenciales acumulados.

Esto por supuesto, como tantas otras cosas, depende por entero de la edad. Los niños no deben estar solos, porque necesitan sentirse arropados y jugar con quienes pueblen sus entornos domésticos o de escolares. Los adolescentes disuelven su individualidad en el grupo de amigos identificándose con ese colectivo para formar sus gustos y aficiones. Los jóvenes no pueden dejar de buscar sus medias naranjas y analizarlo todo desde la jánica perspectiva de una pareja. En la madurez solemos decantar nuestras amistades dentro del ámbito laboral, dado el tiempo que dedicamos a ejercer una profesión. Una vez jubilados nada resulta más grato que conversar con quienes uno aprecia.

Lo peor es padecer la soledad en medio de una muchedumbre. Aislados en una pequeña localidad, los pocos vecinos que se tengan estarán ahí, como antes lo estaban en los barrios de las grandes ciudades. Pero en la megalópolis el solitario se ve rodeado de congéneres que le ignoran y esto agrava el dolor de sentirse solo cuando es una situación sobrevenida e involuntaria.

La pandemia nos recordó que las residencias les mayores tienen grandes déficits en lo tocante al cuidado. Se han convertido por lo general en lucrativos negocios con un personal nada bien remunerado y donde no se dispensa por falta de recursos la deseable calidez humana que demanda esa vulnerabilidad. Habría que repensar el modelo y fomentar cohabitaciones en apartamentos tutelados donde pudieran inscribirse algún conocido para compartir esa última etapa de la vida. Esto no es lo mismo que compartir habitación con alguien desconocido.

Los arquitectos están llamados a diseñar nuevos modelos urbanísticos que deberían ser promovidos por quienes gestionan estos temas desde una responsabilidad política. Las casas no deberían servir para enriquecer a especuladores y prestamistas, al ser un bien de primera necesidad. Tendría que haber alquileres razonablemente acordes con el nivel salarial y se debería facilitar el acceso a una primera vivienda para permitir emanciparse a unos jóvenes que no lo son tanto.

Unas ciudades con un trazado urbanístico más amable, pensado para el peatón y no para los coches o las compras, permitiría que quien vive solo pudiera socializarse con mayor facilidad. Las residencias de ancianos (palabra venerable que no requiere utilizar ningún tipo durmiendo) deberían dignificarse y ser un recinto al que cualquiera deseará ir a pasar sus últimos años en caso de no valerse por sí mismos.

Si nos olvidamos de las generaciones más veteranas y robamos el futuro a los jóvenes con la precariedad, difícilmente podremos ocuparnos de unas generaciones venideras, atender la emergencia o cualquier otra cosa. Si cultiváramos la empatía y somos conscientes de nuestra fecunda interdependencia, sería mucho más difícil sentirse solo. Por eso la soledad es un tema capital para enfocar nuestra época.

Soledades entre las muchedumbres