domingo. 28.04.2024

Los recuerdos de las navidades pasadas, como casi cualquier otra remembranza, suelen tener un sabor agridulce. Las vetas más arcaicas corresponden a estadios primitivos de nuestra memoria infantil y se ven difuminadas por una portentosa imaginación. Otras capas intermedias van ganando en intensidad y luego la pierden por su reiteración. Confundimos dataciones y mezclamos protagonistas inventándonos anécdotas con escaso enraizamiento en la realidad.

Si no han mediado circunstancias traumáticas y escabrosas, normalmente las navidades de nuestra infancia chisporrotean magia e ilusión. Después van asociándose a experiencias inéditas y emociones intensas. Pero a continuación van concatenándose las pérdidas de familiares o amigos. Nuestro círculo personal va reduciéndose por esas bajas, aunque haya relevos generacionales. De repente quedas en primera línea frente al umbral de la desaparición irreversible y es inevitable sentirse algo melancólico.

De repente quedas en primera línea frente al umbral de la desaparición irreversible y es inevitable sentirse algo melancólico

Recuerdas la tremenda ilusión con que se montaba ese belén doméstico donde había todo tipo de figurillas cuyos materiales y tamaños no podían ser más heteróclitos. A mí me chiflaba el castillo de Herodes con su guardia pretoriana y esa indumentaria que te hacía recordar las entretenidas películas de romanos. También sentía cierta debilidad por los pajes que acompañaban a los tres reyes magos, que ibas moviendo cada día para ir acercándolo al pesebre con esos animalitos tan majos.

El modo de simular un pequeño río y las luces que iluminaban algunos interiores exigían cierta dedicación e ingenio para ir mejorando su aspecto con renovadas ocurrencias. La tradición de poner un árbol me resulta más ajena y sigo siendo un devoto admirador de belenes. Los escaparates de algunas tiendas rivalizaban en presentar algunos altamente disturbados con detalles muy atractivos. Después tuve la suerte de apreciar auténticas obras artísticas confeccionadas por familiares aficionados a reproducir caseríos o jugar con espejos para simular distintas profundidades, además de reproducir a escala casi cualquier utensilio y dar un efecto muy verosímil a las chimeneas.

Mi sobrina menor me regaló hace poco una preciosa biblioteca en miniatura, donde se reproducen hileras de libros, una mesa de trabajo y un sinfín de utensilios a cual más atractivo. La tengo sobre mi buró bien iluminada como trasfondo del ordenador o los libros que ande manejando. Acabo de advertir que me ha hecho evocar los belenes montados por mi padre durante mis primeros años y la nostalgia me ha inspirado este breve cuento navideño.

¿Qué nos evoca la navidad?