sábado. 27.04.2024
Foto de archivo

Inmersos en la marea del más absurdo y visceral enfrentamiento político, puedo entender la diversidad de las posturas de cada quien a la buscar la mejor vía que nos conduzca a una sociedad mejor, sea cual sea el concepto de mejor que tenga cada cual en su cabeza. Obviamente, hay muchas formas de despellejar a un gato y, aunque a mí me parezca más adecuada una que otra, entiendo que otros lo hagan según su criterio y sus ideas. Nada nuevo y nada que objetar.

Sabemos que, tanto en la naturaleza como en las dinámicas sociales, a cada acción se opone una reacción y eso se ha podido comprobar de forma indubitable a lo largo de la historia, pero hay algo nuevo en la actual postura reaccionaria que no puedo llegar a entender, justificar o admitir: el negacionismo y su colonización de la ideología política. 

Hay algo nuevo en la actual postura reaccionaria que no puedo llegar a entender, justificar o admitir: el negacionismo y su colonización de la ideología política

De la mano de esa “realidad alternativa”, que vive al margen de los hechos, de la comprobación empírica y de la ciencia toda, estamos viviendo la consagración de líderes políticos que hacen de esta negación de la realidad su propia bandera de consagración y colonización del liderazgo. Desde la base que me brinda la aceptación de las diferencias, obvias, entre la derecha y la izquierda, algo que también se niega, hay algo en mis más profundos tegumentos intelectuales que me hace rechazar, de plano, cualquier intento de argumentación lógica contra esos enfebrecidos negacionistas capaces de de arrancarse los ojos y las neuronas antes que aceptar la tozuda realidad de los hechos y los datos.

Richard Dawkins mantiene, creo que acertadamente, que nunca hay que aceptar un debate en plano de igualdad científica con los creacionistas, pues ellos se mueven en un universo en el que los datos y la ciencia están vetados y rechazados. Algo parecido me pasa a mí a la hora de contemplar, alucinado, la tranquilidad con la que nuestros actuales políticos son capaces de rechazar las campañas de vacunación bovina contra la tuberculosis, las medidas municipales que tratan de evitar la contaminación urbana y destruyen zonas de bajas emisiones o carriles de bicicletas o que no consideran que el cambio climático sea una tendencia demostrada -ojo, no se discute el grado, la importancia o la adecuación de las medidas a tomar, se niega el hecho contrastado por cientos de fuentes rigurosas- y la falta de reacción de una sociedad que los acepta como si eso fuera parte de un esquema racional y ajustado a la realidad. No tenemos, todavía, ningún defensor de las teorías de la tierra plana, pero estoy seguro de que acabará llegando alguno, tiempo al tiempo.

Oscuros tiempos en los que la gestión de la realidad admite y se entrega, atada de pies y manos, justo a aquellos que la niegan

Me sorprende que ese cuarto poder protegido constitucionalmente no reaccione con unanimidad contra estos personajes públicos que, desde sus privilegiadas tribunas, difunden estupideces de tal calibre sin que se sientan censurados, rechazados y condenados al olvido de la “cosa pública”.

De alguna manera, estas actitudes han tenido momentos de gloria en pasado de la humanidad - la posición de tierra respecto al sol y sus movimientos son un buen ejemplo- pero creo que la dinámica actual cuenta con demasiado apoyo y demasiado silencio; demasiada laxitud a la hora de enjuiciar esas declaraciones cuyo último objetivo, lo reconozco, ignoro. ¿Qué utilidad, salvo la pasividad y la falta de actuación, hay detrás de estas posturas negacionistas? ¿Oscuros intereses industriales relacionados con el petróleo o, todavía más sencillo, una flagrante y esférica estupidez?

Oscuros tiempos en los que la gestión de la realidad admite y se entrega, atada de pies y manos, justo a aquellos que la niegan. Puede que el universo sea infinito, pero la estupidez humana no lo es: Una vez más, Einstein tenía razón.

¿Qué hacemos con la realidad?