RELATO DEL MÁS ACÁ

El purgatorio de los contact center

… Y fui y me morí. Es una manera de hablar. No lo de morirse, que fue tal y como se lo cuento, sino lo de “ir”. Porque en realidad, no fui a ninguna parte y ni siquiera me moví. Allí estaba. Sentado desde hacía rato en mi sillón de orejas, sesteando mientras veía el Tour de Francia, con los pies en alto sobre un puf, con una manta sobre mis piernas. Y mi gato Isócrates sobre la manta. Él fue el único que se dio cuenta. Abrió los ojos, me miró lastimero y dejó de ronronear.

Las lenguas romances tienen esos modismos. Los castellanoparlantes decimos “fue y se murió” y los catalanoparlantes “es va morir” y cuando uno sufre la intriga de quién se va a morir en un futuro próximo, resulta que te saltan con alguien que murió hace siglos. Por ejemplo, Wilfred el Pilós, que tanto les gusta, fallecido en el 897 d.C.

Lo primero que aprendí en el más allá: que en realidad es el más acá. Por eso cuando te mueres tardas tan poco en llegar

Son consecuencias de que en las colonias romanas no se hablaba el latín culto sino el que nos trajeron las legiones. El latín culto se hablaba en el Foro, el Valladolid del latín clásico. Y en las villas donde habitaban los romanos más cultivados, el griego. El griego era entonces como el inglés, hoy día. Cualquier tonto, con el diploma del first, está obligado a demostrarlo en público a cada paso. Una manera de creerse superior, en una sociedad que se resiste al poliglotismo. Y luego están esos ingenieros que, apenas hablan lo imprescindible, y manifiestan su trauma, en cuanto tienen dos copas de más, repitiendo frases como “that is the question” o “one moment, one moment”, que no saben enlazar con ninguna otra en el mismo idioma. En aquella época de las colonias romanas, el inglés ni siquiera existía ya que, como saben, fue una vulgarización de la lengua germánica que las hordas sajonas, llevaron a Gran Bretaña. Una lengua hecha de monosílabos, de la que suprimieron declinaciones y tiempos verbales y toda complicación que no estuviera al alcance de Liz Truss y demás dirigentes tories. En realidad, no eran los indios americanos, sino los colonos angloparlantes los que hablaban con el infinitivo. Tú ser amigo.

Para satisfacer su morbo les diré que no vi biopic alguno de mi vida, ni una luz al final del túnel ni todas esas tonterías. La cosa fue normal. No hubiera querido algo diferente. Bueno sí. Me hubiera gustado que, en vez de acontecer un miércoles, hubiera pasado un jueves o un viernes porque no me dio tiempo a echar el boleto al euromillones y esa semana tenía el presentimiento de que me iba a pasar algo grande.

Y eso es lo primero que aprendí en el más allá: que en realidad es el más acá. Por eso cuando te mueres tardas tan poco en llegar. En realidad, allí es a nosotros a quienes nos consideran “masalleros”. Eso y que nada más arribar pude comprobar que allí se habla el latín, chapurreado, pero latín. Y sólo se distinguen dos clases de personas, los morti, que son ellos o sea nosotros, y los morituri que somos nosotros o sea ellos. Todos los morituri, acaban siendo morti, axioma que nadie cuestiona ni Acá ni Allá.

Pregunté por el Juicio Final, pero me dijo que no había fecha y que iba para largo porque allí tampoco se había renovado el Tribunal Supremo

Y al cruzar la puerta del Más Allá para los morti, que es el Más Acá para los morituri, ahí estaba Marcelo, el cabo de galería del Purgatorio que venía a recibirme y acompañarme a mis aposentos. Pregunté por el Juicio Final, pero me dijo que no había fecha y que iba para largo porque allí tampoco se había renovado el Tribunal Supremo y de momento los cabos de las galerías del cielo, del purgatorio y del infierno hacían lo que podían clasificando provisionalmente a los morti. Todo ello a la espera de que a un orensano que había sucedido en lo de renovar a un palentino vergonzante que se hacía pasar por abulense, le viniera en gana. Se decía que Dios andaba de muy mala hostia, con perdón. Y maldecía y hasta blasfemaba (contra sí mismo, claro está) porque los barones, que en el cielo son los Apóstoles, le hubieran colado al único gallego que estaba en el cielo, y no en la Argentina.

Protesté enérgicamente solicitando un inmediato juicio justo e intentando hacer valer mi presunción de inocencia. A ver por qué se me iba a clasificar a mí como carne de Purgatorio. Marcelo se puso serio y me espetó a la cara que bastante suerte había tenido con que me pillara él antes que un cabo de galería del infierno, porque entonces estaría en un sitio mucho peor que al que me iba a llevar. “Como abogado y juez en la otra vida, que es ésta, ¿qué esperabas? ¿O es que nunca has leído al Dante o a Don Francisco de Quevedo?”. Me tuve que callar.

Por cierto, que cuando iba a mi destino, Marcelo me indicó que allá a los lejos iba Dios y me apresuré para intentar verle. En efecto, era Él. Iba en su diosmóvil, que era como un papamóvil, pero sin mamparas protectoras. Y a su lado iba uno que no llegué a ver pero que Marcelo dijo que era San Pedro, al que reconoció, dijo, por su olor a pescado. He de decir que mi visión fue absolutamente decepcionante. No estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Dios es infinitamente mucho más feo que cualquiera, incluso que el más feo de todos nosotros. ¡Para mí que no somos hijos de Dios! Y me dije para mis adentros “pues anda que, si Dios es así, el Diablo…”

En el momento que yo llegué, las torturas que se practicaban eran las del “contact center”, que antes se llamaba el telemarketing

En venganza por la crueldad de Marcelo diré que, en su vida anterior había sido kiko y murciano y que hablaba un latín chapurreado ininteligible. Pero que no seguiré por este camino porque en el Más Acá, y creo que también en el Más Allá, se ha puesto de moda lo de la glotofobia y eso es de infierno inmediato, de cabeza... ¡Infierno del peor! Como todos los que están en el Purgatorio o en el Infierno, Marcelo aseguraba que era un error y él era inocente. Aunque las malas lenguas, que hay muchas entre las ánimas, especialmente entre las del cielo, decían que estaba allí porque todos los días se meaba en las aguas desde las riberas del Mar Menor. Así durante todos los años que vivió en Los Alcázares, que fue toda su vida, la de antes.

Como toda la inteligencia, el talento y el “artisteo” está en el Infierno, las pruebas en qué consiste el Purgatorio se las inventa un Departamento de Producción, bastante mediocre y lamentable. Creo que son los mismos que diseñan los concursos en RTVE. De hecho, se limitan a observar el mundo de los morituri y a quedarse con todas las putadas que se hacen los unos a los otros, para luego copiarlas y reproducirlas allí.

En el momento que yo llegué, las torturas que se practicaban eran las del “contact center”, que antes se llamaba el telemarketing. Algo insoportable. Todo el día en una cabina con varios teléfonos y ¡hala a llamar y recibir llamadas a todas horas! Los unos a los otros. De día y de noche. A la hora del desayuno, de la comida, de la merienda o de la cena. Durante la siesta o durante el sueño, que debiera ser reparador. Para comprar o para vender de todo: desde apartamentos en multipropiedad, a productos de cosmética, cursos que no sirven para nada, selecciones de vino, productos financieros y, sobre todo, telefonía móvil. Un coñazo.

No les contaré lo odiosas que pueden llegar a ser las musiquillas con que cruelmente te castigan en las esperas, porque resulta inenarrable

Luego, en concreto, la cosa se podía agravar. Una de las peores torturas es que había que llamar a un teléfono y allí una maldita máquina te decía sucesivamente “si desea…marque el…”. Horas y horas. Y cuando creías que se debían haber borrado los números del teclado del teléfono y no podías imaginar qué otra pregunta te pudieran hacer ¡zas!, se corta la comunicación y a empezar de nuevo. Esta tortura se combinaba con la de “nuestros operadores en estos momentos están ocupados y ahora no pueden atenderle, permanezca a la escucha…” y así te tienen horas para luego unas veces cortarte y otras enlazar con lo de “si desea…marque el…”. Y con la de leerte una perorata sobre la protección de datos que si fuera posible te haría renunciar a los datos, su protección, a la información y hasta a ti mismo como sujeto de cualquier derecho… Veces había que tras la perorata ya no sabías si habías llamado tú y para qué o te habían llamado ellos.

Y si al menos durante las esperas se respetara el bendito silencio… Pero no. No les contaré lo odiosas que pueden llegar a ser las musiquillas con que cruelmente te castigan en las esperas, porque resulta inenarrable. Si quieren hacerse una idea, marquen el 1004 y estense un ratito. Lo de la música está muy mal resuelto en el más Allá/más Acá. En eso no hay diferencias sustanciales: en el cielo, coritos de niños angelicales y novicias virginales (¡la madre que los parió a unos y otras!), que para mí que debiera ser al revés; en el purgatorio, ya les he dicho; y en el infierno, raperos, hip-hoperos y reguetoneros con el “tuner” a toda marcha…

No, no sólo es causa de tortura el objeto de la llamada, sino también la imposibilidad de entender al personal e incluso el esfuerzo que representa no ofender al que te habla (es un decir)

En mi tiempo en el Purgatorio, recuerdo como especialmente dura la experiencia de llamar al 010 Línea Madrid que nunca te contestaba, porque siempre estaban de huelga los teleoperadores, y que cuando llamas te “saltaba” el Ayuntamiento de Alcobendas, que no tiene nada que ver pero que amablemente te facilita otro número de nueve dígitos para que llames a lo que es el 010, el de verdad. O pedir hora para cualquier cosa en la Junta Municipal del Distrito de Salamanca de Madrid, donde la bruja de la Jefa de la Oficina, pone pegas a todo y no atiende a nadie sin cita previa, diga lo que diga Almeida sobre los mayores de 65 años en la página web. Ella se ha inventado, eso de las “posibilidades del servicio”, que quiere decir que atiende sin cita a quien le sale de los ovarios. O rellenar esos formularios informáticos que cuando te equivocas tienes que volver a empezar y que cuando escribes un dato te cambia de sitio todos lo que ya has rellenado. Intenten, por ejemplo, rellenar el impreso del Instituto de la Vivienda de Madrid para depositar las fianzas de los alquileres de viviendas. A las cuatro horas de intentarlo, alcanzarán el paroxismo, se sentirán unos inútiles y soñarán con venganzas terroristas. ¡Personalmente me llegué a ver inmolándome con un cinturón de explosivos, pero dándome el gustazo de matar y matar, a diestro y siniestro...!

Pero el día a día, lo que podríamos llamar la rutina, era de por sí insufrible. Hablar y hablar con unas gentes que hablaban tu idioma sí (el latín chapurreado), pero con unos acentos…que ya quisiéramos que fueran el murciano, que es el que se lleva la fama, o el de Almería que no tiene tanta fama, pero no le va a la zaga. Acentos bisbiseantes que, en vez de hablar de lunes, martes, miércoles… te dicen primera, segunda, tercera feria. Acentos de una gente que debe hablar con la boca totalmente abierta porque no vocalizan absolutamente. O los que hablan con la boca llena como de polvorones y encima intentan vocalizar. Maneras de hablar aceleradas intercalando “ges” en cada sílaba, produciendo un ruido que a falta de nombre llamaremos “gongoneo”… No, no sólo es causa de tortura el objeto de la llamada, sino también la imposibilidad de entender al personal e incluso el esfuerzo que representa no ofender al que te habla (es un decir). 

A la semana de estar allí (porque es falso que tras la muerte no haya tiempo y espacio, como bien lo demuestran las estancias en el Purgatorio), como el perro chico que acompaña al perro adulto en sus correrías nocturnas, me dirigí a Marcelo y le dije “una vuelta más… y me voy, yo solito, al Infierno”. Y ahí me tienen. Servidor de ustedes. 

Por cierto, ¡el Diablo es guapísima, la mismísima y viva imagen de Beyoncé!