sábado. 20.04.2024

El capitalismo tiene una gran capacidad de mutación en ausencia de vacuna que lo erradique. Desde que convirtió los postulados neoliberales en política gubernamental, su talón de Aquiles es la crisis de rentabilidad que le persigue y no logra superar. Ello le impide lograr una estabilidad económica, social y política duradera, pese a la ausencia en la escena de un movimiento obrero internacionalista con vocación antagónica. Lo que, a su vez, somete a la humanidad a una situación de estrés traumático en un largo interregno gramsciano compuesto a partes iguales de incertidumbre, sucesos inesperados y patologías. 

Sin embargo, el neoliberalismo perdura gracias a la administración de las crisis sistémicas que, al margen de todo control democrático, realizan las instituciones estatales, las supraestatales como la UE (donde se llega a constitucionalizar –como en el caso del artículo 135 de la CE– la política de austeridad) o las internacionales de la desgobernanza global (BM, FMI y GATT) que aplican medidas inspiradas por el Consenso de Washington. Lo descrito, junto al derrumbe del socialismo real, la extensión de la digitalización y el impulso del transporte marítimo y aéreo –este último tanto de mercancías como de personas– facilitaron la globalización capitalista.

En ese devenir, el neoliberalismo se manifiesta progresivamente más alejado del ideario (e imaginario) liberal neoclásico (Brown, 2021), y desde sus orígenes propugna de forma encubierta un modus operandi autoritario para alcanzar sus metas. Para comprobarlo basta volver la vista hacia Milton Friedman y Arnold Harberger, o los ordoliberales de la Escuela de Friburgo y, sobre todo, hacia la Sociedad Mont Pelerin y las principales aportaciones de su presidente Friedrich Hayek que no condenó, como tampoco Thatcher, la dictadura pinochetista cuando aplicó a sangre y fuego la receta neoliberal. Todos ellos son conservadores y reaccionarios, consideran intocable la propiedad privada, mercantilizan la actividad humana, proponen que el mercado sea el regulador esencial de las decisiones, desconsideran el rol de la sociedad –algunos llegan a negar su propia existencia– y ponen el Estado al servicio del gran capital. Aunque en este punto hay diferencias, pues Hayek (1998 y 2010), en teoría, defiende la retirada de las instituciones públicas de la vida económica y los ordoliberales son partidarios de una suerte de intervención tecnocrática (y ademocrática) del Estado. Y, en la actualidad, podemos comprobar cómo marida bien, de forma camaleónica, con diferentes regímenes opuestos a la democracia liberal clásica, incluidas dictaduras y diversas fórmulas de autoritarismo político (Dardot, 2021). El autoritarismo está en el ADN del neoliberalismo, aunque muestre caras más amables y contemporizadoras o más sanguinarias. Como escribió Albert Camus, “las últimas páginas de un libro ya están en las primeras”.

Precisamente, son la naturaleza de los objetivos neoliberales, el tipo de instrumentos económicos para conseguirlos y la ideología fundacional subyacente que los inspira los factores que de forma fatalista determinan la aversión neoliberal a la democracia; concretamente, a su sustancia real, pues generalmente admite la carcasa democrática formal para hacer del consentimiento encorsetado –por los medios de comunicación, los sistemas electorales o las reglas sesgadas de la mala división de poderes– una especie de resignación legitimadora. Y, por tanto, aversión a la participación popular política a través de las organizaciones sociales y sindicales. Su concepto de la democracia se reduce al voto y a las libertades individuales, condicionadas tanto por un poder político autoritario que delimita su alcance como por la intervención económica y política, bajo mano, de instituciones no sujetas a control democrático. También por el uso continuado del shock como medio de desarme e inmovilización popular y, si fuera necesario, como en Chile y otros países, imponiéndose violentamente [01].

De qué hablamos cuando hablamos de neoliberalismo

Para el capitalismo de los años setenta del siglo XX, el restablecimiento de la tasa de ganancia se convirtió en el equivalente a la piedra de Sísifo. Desde la crisis de principios de los setenta del pasado siglo se hizo evidente que el sistema vivía una era de rendimientos decrecientes y tenía importantes dificultades para evitar el descenso de la tasa de ganancia. No era la primera vez que el mismo problema acuciaba al sistema, que históricamente dio diferentes respuestas a las que no iban a recurrir de nuevo las clases dominantes. Thatcher y Reagan no podían recurrir a la destrucción de empresas como en el siglo XIX ni necesitaban ya del pacto social que presidió la respuesta al ascenso de la Revolución rusa y la Gran Depresión de la mano de Keynes y Roosevelt. Por ello, tras las conquistas obtenidas por la clase trabajadora en los años precedentes, era necesario aumentar la tasa de explotación del trabajo asalariado. Previamente, la burguesía tuvo que derrotar al movimiento obrero, lo que consiguió por la combinación del aumento del desempleo, la incapacidad de los movimientos de masas para detener la ofensiva (Mandel, 1993) y el inicio de las políticas sindicales de concertación.

Con ello se inauguró el neoliberalismo como orientación política de la mayor parte de los gobiernos de los países capitalistas industrializados de la época y de las instituciones financieras y comerciales supranacionales en su diktat permanente sobre los pueblos del mundo, inaugurando una fase particular del capitalismo, expresión imprecisa pero útil mientras no se produzca una nueva onda larga expansiva. El año 1979 no representa el comienzo del restablecimiento de la tasa de ganancia, sino el inicio de una dura ofensiva para recuperarla mediante la destrucción de las relaciones de fuerza sociales e institucionales y de los derechos y conquistas producto del periodo anterior a través de nuevas políticas económicas que permitan un nuevo régimen de acumulación. Eso lleva a Hirsch (1999) a definir al neoliberalismo, de forma tajante, como una ofensiva del capital sobre el trabajo para recomponer la tasa de ganancia. Sin que ello, en opinión de Francisco Louça y Michel Husson expuesta en diversos trabajos, se haya plasmado hasta el momento en la consolidación de una nueva y potente etapa expansiva. Desde hace décadas, el capitalismo sigue sumido en una fase de declive de su cuarta onda larga que todavía vive de los avances tecnológicos de la tercera revolución industrial.

Los neoliberales de las diversas subespecies coinciden en lo fundamental de las fórmulas económicas a aplicar y se distancian de la doctrina neoclásica. El siguiente cuadro puede ayudar a la comparación entre la teoría liberal ortodoxa y lo que autores como Albarracín (2021) denominan neoliberalismo de Estado.

tabla 1 gari

Pero, además, el thatcher-reaganismo también impulsó importantes y selectivas rebajas fiscales, mediante la disminución de los impuestos directos a empresas y grandes fortunas, acompañadas del incremento real de los impuestos directos e indirectos del conjunto de la sociedad a costa de las clases trabajadoras.

E introdujo, con la inestimable ayuda del ordoliberalismo germano, la obsesión por la estabilidad monetaria, la lucha contra la inflación y el equilibrio presupuestario a costa del Estado del bienestar. Para mostrar coherencia con sus principios y buen quehacer, los gobernantes neoliberales proclaman que están llevando una reducción del gasto público, pero, por el contrario, lo que realmente se produce es un aumento del monto de este y un cambio en el perfil de sus aplicaciones: aumento de subsidios a grandes empresas y de los gastos militares, de seguridad y de los cuerpos represivos en detrimento de gastos sociales e infraestructuras. Podemos concluir con Claudio Katz que: 

“… la etapa que comenzó con el thatcherismo transformó el funcionamiento del capitalismo mediante privatizaciones, aperturas comerciales y flexibilizaciones laborales. Este esquema intensificó la competencia global por los aumentos de la productividad desgajados del salario que amplifican todas las tensiones de producción, el consumo y las finanzas” (Katz, 2014: 48). 

Bien entendido que dichas tensiones se producen en un contexto en el que los grupos del capital vinculados a los diversos sectores productivos y cadenas de valor y a diferentes fracciones vinculadas a uno u otro país compiten, pero colaboran, pues son sumamente interdependientes. Por ello “las empresas compiten por la masa de plusvalía a posteriori, una vez extraída del trabajo, y solo después compiten por el beneficio global. Por lo tanto, su interés primordial común pasa por priorizar las condiciones de explotación y garantizar el vigor de la acumulación” (Albarracín, 2021).

Lo que implica paradójicamente –y supone una contradicción entre los postulados y la práctica de las políticas neoliberales– no menos Estado y poca intervención en la esfera económica, sino más Estado y muy activo para asegurar sus tres funciones permanentes bajo el capitalismo: asegurar las condiciones generales de la producción, eliminar las amenazas para el modo de producción y efectuar la función integradora de las clases subalternas para legitimar su hegemonía, como señalan Gramsci y Lukács (Mandel, 1979) porque “el capital no puede producir la naturaleza social necesaria para su existencia únicamente con las intervenciones de múltiples unidades de capital”, por lo que necesita de una institución que ella misma no esté sometida “a las exigencias de la producción de plusvalía” (Altvater, 1976). Lo expuesto y la realidad neoliberal ponen en entredicho la propuesta de Poulantzas (1969) en la que el Estado tiene en el capitalismo una función política a la par que la principal forma de la ideología burguesa es “economicista”.

Algunos problemas de nuevo cuño

El neoliberalismo no logra resolver de forma duradera la crisis de la ganancia derivada de la crisis de la oferta (el problema de la sobreproducción sigue sin resolverse), a la par que la depresión salarial supone un freno para el crecimiento de la demanda agregada. Sin embargo, las medidas neoliberales lograron cierto fortalecimiento de la economía que conjuró el fantasma de las recesiones, si bien no han dejado de sucederse crisis sistémicas, financieras, sociales y políticas. La deseada estabilidad ha devenido en inestabilidad y la política se ciñe cada vez más a la administración de esta, pues el capitalismo, falto de soluciones de recambio consistentes, ha entrado en una fase de “regulación caótica” (Husson, 2013: 30).

El periodo neoliberal que se inició en la década de 1980 ha mostrado varias singularidades. Se ha producido un crecimiento muy limitado de la productividad del trabajo y del capital y, por tanto, de la productividad total (excepto en el periodo comprendido entre 1995 y 2004 debido al avance de la microelectrónica), lo que no le permite lograr eficazmente su principal objetivo: evitar la tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Pese a ello, como ha habido una reducción del peso de los salarios en la renta nacional debido al aumento de la tasa de explotación del trabajo, hasta la crisis de 2008 en las principales economías occidentales se generó un incremento intermitente, y desigual según los sectores productivos, de la tasa de beneficio. A su vez, se produjo un hecho insólito en los periodos anteriores del capitalismo: la disociación entre la recuperación de la rentabilidad y la inversión productiva. Así, la recuperación que experimenta la tasa de beneficio a partir de 1980 en las economías de la OCDE –en parte debida a los bajos salarios y la caída de los tipos de interés– no se traduce en una recuperación paralela de la tasa de inversión. Ello podría explicar que entre 2014 y 2019 hayamos conocido una desaceleración. La razón que explica dicha disociación entre beneficios e inversión radica en el incremento de los beneficios distribuidos, en forma de dividendos, a los accionistas. Lo que no impide que parte del excedente no invertido se emplee para procesos de relocalización industrial, acaparamiento, acumulación por desposesión y fórmulas de inversión racionalizadas para rebañar rentabilidad en procesos productivos seleccionados.

Estas cuestiones están en la base del modelo de acumulación neoliberal. Por un lado, el elevado nivel de desempleo propio de este periodo, junto con las políticas de liberalización y flexibilización de los mercados de trabajo, explican la mencionada reducción de los salarios en proporción a la renta nacional. Además, la disminución de las oportunidades de inversión rentable en el ámbito productivo determina un estancamiento de dicha inversión y un desplazamiento creciente de capitales desde la esfera productiva hacia la financiera. El mecanismo que ha hecho compatibles ambas cuestiones radica en el intenso recurso al endeudamiento por parte de millones de hogares, que de este modo han mantenido la demanda agregada en un contexto de regresión salarial. 

La dinámica de creación endógena de dinero y de desplazamiento de capitales hacia la esfera financiera da lugar a una acumulación de activos financieros mucho más intensa que el propio crecimiento del PIB: la cotización de las acciones deja de estar conectada al valor de los beneficios efectivamente obtenidos por las empresas y los acreedores financieros emiten deudas de forma masiva. Así, una enorme suma de los capitales invertidos en los mercados financieros (e inmobiliarios) se convierte en capital ficticio, en la medida en que se corresponde con futuros derechos de cobro cuya probabilidad de hacerse efectivos es altamente incierta, dada la desconexión de tales operaciones con la dinámica productiva.

Por tanto, las finanzas no constituyen un parásito en la economía productiva. Más bien, al contrario, son el mecanismo que permite cerrar el círculo de la reproducción del capitalismo neoliberal. Sin embargo, este esquema de reproducción no es un esquema estable ni que pueda mantenerse indefinidamente, en la medida en que el crecimiento ilimitado de los niveles de endeudamiento no es viable. Perverso endeudamiento que se completa con la conversión de la deuda privada de las grandes empresas en deuda pública. A la luz de este planteamiento, la crisis actual no sería más que la consecuencia lógica del modelo neoliberal.

Pero ¿cuál es la quintaesencia del nuevo modelo de acumulación capitalista? Para Lapavitsas (2009) es el proceso de “expropiación financiera” por el cual los salarios han alimentado las finanzas, lo que implica desposesión de derechos y mayor mercantilización del trabajo y los recursos naturales (Harvey, 2007 y 2013). Lo que Francisco Louçâ y Michael Ash denominan la “construcción de la desigualdad” mediante cuatro vías: “El trabajo mal pagado posibilita grandes gratificaciones de los ricos: el trabajo crea valor, y este valor es expropiado por los propietarios, (…) los asalariados pagan los impuestos y financian los rescates y los subsidios para las firmas más grandes y con mejores contactos, (…) las altas finanzas se toman una porción cada vez mayor del pastel para administrar los fondos del Estado del bienestar, por ejemplo, las pensiones, (…) la sociedad que vive del crédito desvía una parte de los salarios al pago de los intereses de los instrumentos de crédito” (Louçâ y Ash, 2019).

Los efectos de la crisis de la covid-19 en el plano mundial y en cada país son el descenso de la actividad económica y del PIB, la distorsión de las cadenas de valor, el incremento de la desigualdad social asociado al aumento de la riqueza de una minoría y el empobrecimiento de una amplia mayoría, la inestabilidad laboral y el resurgir de la deuda. Asimismo, se produjo el encarecimiento de los fletes y de las materias primas, del gas y del petróleo y sus derivados (con gran impacto sobre multitud de productos intermedios y el aumento de los costes energéticos). Elementos todos ellos que se encuentran en el origen de los repuntes inflacionistas. Pese a cierta reanimación del PIB en algunos países, el horizonte previsible es el de un crecimiento débil que, sin embargo, tiene impactos muy negativos sobre la biosfera en el actual contexto de profunda crisis ecológica multidimensional. A su vez, observamos que el modelo de globalización comienza a mutar en globalización regionalizada, que se produce un endurecimiento de la competencia internacional y que, en ciertos países, resurge un nacionalismo basado en el sálvese quien pueda. Pese a las afirmaciones de ciertos comentaristas políticos, no estamos asistiendo a un resurgir del keynesianismo ni en los EE UU de Biden ni en una UE a la espera de poder volver a la senda austeritaria, sino a una profundización del neoliberalismo de Estado en el que el Estado usa fondos públicos para aumentar las ayudas y subvenciones que permitan el rescate de las empresas o construye nuevos mercados artificialmente mediante la contratación pública. Su función es salvar el capitalismo, sea americano o europeo.

Se abre un periodo de mayor inestabilidad y también de incremento de la presión sobre el trabajo y la naturaleza. Y, por tanto, de mayor desorden global. Ello complica el papel del Estado como administrador de la crisis. Pastor (2020) constata que la tensión entre la función prioritaria del Estado de asegurar las condiciones de producción y reproducción capitalista y, a la vez, la función secundaria, pero necesaria, de mantener la legitimidad del sistema entre las clases populares para asegurar la estabilidad política, va a ser más difícil de gestionar en la nueva etapa histórica, máxime ante la urgencia de la transición ecológico-energética. La función de la ideología neoliberal es ocultar la realidad para hacerla aceptable (Gouverneur, 2011); por ejemplo, sobre la igualdad de condiciones entre capital y trabajo, sobre la creación del valor por el trabajo ya que el capital en tanto que medio no es sino producto del trabajo. Pero no basta ocultar la realidad, el neoliberalismo de Estado necesita erradicar cualquier resistencia para llevar adelante su programa: de ahí su pulsión autoritaria.

Manuel Garí es economista, militante de Anticapitalistas y miembro del Consejo Asesor de viento sur

Referencias

Albarracín, Daniel (2021) “Controversias y mutaciones del neoliberalismo en el capitalismo tardío”. Papel de trabajo pendiente de publicación.

Altvater, Elmar (1976) “Notas sobre algunos problemas del intervencionismo estatal”. Cuadernos Políticos, 9, México.

Anderson, Perry (1995) “Balance del neoliberalismo: lecciones para la izquierda”. El Rodaballo, 3, Buenos Aires. Reproducido en viento sur, 26, pp. 107-120.

(2003) “Neoliberalismo: un balance provisorio” en La trama del neoliberalismo. Mercado, crisis y exclusión social. Buenos Aires: CLACSO.

Brown, Wendy (2021) En las ruinas del neoliberalismo. Madrid: Traficantes de Sueños.

Chamayou, Grégoire (2018) La société ingouvernable. Une généalogie du libéralisme autoritaire. París: La fabrique.

Dardot, Pierre (2021) “Regímenes políticos, neoliberalismo y autoritarismo”. Disponible en https://vientosur.info/regimenes-politicos-neoliberalismo-y-autoritarismo/

Gouverneur, Jacques (2011) La economía capitalista. Una introducción al análisis económico marxista. Madrid: Maia.

Harvey, David (2007) Breve historia del neoliberalismo. Madrid: Akal.

(2013) “El neoliberalismo como proyecto de clase”.  https://vientosur.info/el-neoliberalismo-como-proyecto-de-clase/

Hayek, Friedrich (1988) Derecho, legislación y libertad. El espejismo de la justicia social. Madrid: Unión Editorial.

(2010) La fatal arrogancia: los errores del socialismo. Madrid: Unión Editorial.

Hirsch, Joachim (1999) “Globalización del capital y la transformación de los sistemas de Estado”. Cuadernos del Sur, 28.

Husson, Michel (2013) El capitalismo en 10 lecciones. Breve curso de economía heterodoxa. Madrid: La Oveja Roja y viento sur.

Katz, Claudio (2014) Neoliberalismo, desarrollismo o socialismo. Buenos Aires: Ediciones Cooperativas.

Lapavitsas, Costas (2009) “Financialised capitalism: Crisis and Financial expropiation”. Historical Materialism, 17.2.

Louçâ, Francisco y Ash, Michael (2019) Sombras. El desorden financiero en la era de la globalización. Barcelona: Sylone, viento sur.

Mandel, Ernest (1979) El capitalismo tardío. México: ERA.

(1993) “¿Socialismo o neoliberalismo”? https://www.marxists.org/archive/mandel/1993/02/neoliberal.htm

Pastor, Jaime (2020) “Crisis de la covid-19, sistema de Estados y encrucijada civilizatoria” en Pascual García y Rodolfo García (coord.) La pandemia del capitalismo global. Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL), Dublín.

Poulantzas, Nicos (1969) Poder político y clases sociales en el Estado capitalista. México: Siglo XXI.

Fuente: Viento Sur

La pertinaz pulsión autoritaria del neoliberalismo