jueves. 28.03.2024
camiones

Un mi abuelo tenía una empresa de transportes que cubría la ruta Granada-Barcelona. No era muy grande, pero contaba con al menos cinco camiones, entre ellos uno marca Elche del que no he encontrado noticias pero que entonces se decía que era irrompible, carne de perro aseguraban. Sin embargo, yo siempre lo veía averiado. Trabajaban varios camioneros, gente maravillosa que al menos a mí me trataban como si fuese de su familia. Todavía recuerdo el cariño y el afecto de José, Cornelio, Juan Pedro, “El Blusas” y otras personas maravillosas cuyo nombre lamento no recordar ahora mismo. Todos eran asalariados, trabajaban las horas estipuladas y regresaban a sus casas. La empresa terminó cerrando por problemas económicos y los trabajadores se fueron a otras o se embarcaron en la aventura de comprar un camión para seguir por su cuenta.

El capitalismo neoliberal lleva décadas externalizando servicios, trabajadores y responsabilidades, todo para maximizar beneficios y disminuir riesgos. Si nos fijamos en el sector del transporte, las pequeñas empresas como las de mi abuelo subsisten porque han bajado drásticamente los sueldos de los trabajadores, han aumentado las horas de trabajo y reducido personal, entre otras cosas porque antes para trayectos largos era obligatorio que fuesen dos camioneros y hoy lo hace uno sólo en constante comunicación radiofónica o internáutica con la central de la empresa. Pagan por objetivos, por llegar en tanto tiempo a tal sitio, por descargar con prontitud, por regresar de lleno, por aprovechar al máximo la amortización del camión y la jornada laboral, limitando al mínimo las horas de descanso del trabajador.

Sin embargo, según los datos que ofrece el ministerio de Fomento, desde la década de los noventa se ha venido produciendo una transformación del sector que ha provocado que a día de hoy más de la mitad del transporte de mercancías por carretera corra a cargo de camioneros autónomos con un solo vehículo, es decir que quienes antes eran asalariados y quienes deciden incorporarse al sector han de endeudarse de por vida en la compra de un camión de más de doscientos mil euros –que ha de ser renovado periódicamente-, financiar su mantenimiento, reparar averías, pagar seguros sociales y combustible. El camionero, endeudado hasta las orejas, sigue trabajando para una o varias empresas y éstas se quitan de encima un gasto propio, el logístico, que traspasan a terceros en condiciones cada vez más leoninas.

Lo mismo que sucede con los camioneros, hoy en huelga por la subida de los carburantes, ocurre con las empresas que trabajan para grandes superficies: El precio lo pone el supermercado sin tener en cuenta para nada los costes de producción del proveedor agrícola, ganadero, pesquero o industrial. Mientras éste pueda suministrar según las condiciones exigidas por el distribuidor seguirá la relación mercantil a base de disminuir costes laborales o de buscar en terceros países con mano de obra esclava lo mismo que él fabrica pero a los precios exigidos por el supermercado, en caso contrario la relación comercial se extinguirá y probablemente la empresa acostumbrada a producir grandes cantidades para una determinada cadena tendrá que cerrar y volver a inventarse bajo otra marca. En idénticos parámetros se mueven albañiles, electricistas, fontaneros, carpinteros y otros muchos trabajadores que antes formaban parte de la plantilla de las constructoras pero que hoy han tenido que darse de alta como autónomos aunque sigan trabajando para las grandes empresas del sector, a las que basta tener a unos cuantos ejecutivos magníficamente pagados, unas decenas de administrativos, contactos con los ayuntamientos y unos pocos maestros de obra que les proporcionen las cuadrillas necesarias en caso de necesidad. Y el asunto no para aquí, hasta la banca, que ha despedido a miles de trabajadores en los últimos años dejando a millones de personas sin acceso a su dinero, ha comenzado también a externalizar pequeñas oficinas, entregándoselas a antiguos empleados que ahora cargan con los gastos, convirtiendo el negocio bancario en una especie de franquiciado similar al de un bar.

El Estado no es ajeno a este sistema de gestión porque además de tener contratados a muchísimos trabajadores precarios, ha externalizado servicios en Sanidad, Educación, Cuidado de la Vejez, Inspección de Vehículos o la producción y distribución de bienes y servicios como la electricidad, los combustibles fósiles o la banca, sectores estos últimos en los que no tiene presencia alguna, favoreciendo de ese modo el fortalecimiento de los oligopolios y, por tanto, la especulación y los abusos de poder.

Este modelo económico que amenaza con destruir todo el engranaje económico, social y político conocido hasta ahora cargando todos los gastos de producción sobre trabajadores y consumidores, se presenta como novedoso por los adalides del neoliberalismo, pero no hay nada más antiguo, se trata de regresar al principio, a los albores del capitalismo, allá por el siglo XIV, cuando los primeros capitalistas distribuían las materias primas por las barriadas pobres o los campos para que fuesen pequeños artesanos diseminados quienes elaborasen el producto a su costa, recibiendo a cambio una cantidad miserable que apenas les servía para comer trabajando dieciséis horas diarias.

La huelga de camioneros tiene sus raíces en la dinámica de la economía neoliberal que pretende maximizar beneficios a costa de los trabajadores

La huelga de camioneros que está en proceso de crear la crisis económica más grave de los últimos años, no tiene sus raíces en las matanzas organizadas por Putin, lo tiene en la dinámica de la economía neoliberal que pretende maximizar beneficios a costa de la renta de los trabajadores, sean estos por cuenta ajena o por cuenta propia, aunque en este último caso muchos, equivocadamente, se crean empresarios. Los estados llevan años imponiendo medidas neoliberales tendentes a desmesurar las ganancias de los que ya ganaban mucho, esperando, en el mejor de los casos, que esa acumulación de riquezas en pocas manos obligase a los riquísimos a invertir y de ese modo crear empleo. Empero, la cosa no funciona así en el tiempo de la deslocalización, la globalización y las nuevas tecnologías, y una vez que se ha permitido a los grandes mercaderes deshacerse de una parte muy significativas de sus costes de producción, lo único que pretenden es acumular más riqueza, acumularla sin fin, sin meta, sin mesura, sin obligaciones ni riesgos. Es cierto que no se puede trabajar en muchos sectores con los actuales precios de los carburantes, pero no menos cierto es que no hay ninguna razón –salvo la especulativa propia de la economía neoliberal- para que los combustibles hayan subido de la manera en que lo han hecho. A día de hoy –pese a los compromisos ineludibles a que nos obliga el cambio climático- hay petróleo y gas más que suficiente para cubrir la demanda mundial. Si a ello sumamos la energía que ya se produce por otros medios, concluiremos que no estamos ante una crisis energética sino ante la explosión de la economía neoliberal, un subsistema de producción dentro del capitalista basado en la codicia patológica, en el agio y la corrupción sistémica. Ante esa circunstancia no queda más solución que intervención decidida de los estados en los sectores estratégicos de la economía, creando empresas públicas potentes, regulando precios, acelerando la transformación energética y llegando a acuerdos globales con los países productores que tienen reservas para más de un siglo. La economía neoliberal ha entrado en erupción contra todos menos la minoría especulativa. O se acaba con ella o no tendremos que estudiar que sucedió en la Edad Media, lo veremos con nuestros propios ojos.

No es una crisis, es la explosión del neoliberalismo