lunes. 07.10.2024
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¿Qué mejor destino pueden tener los edificios municipales olvidados, en desuso o con un uso marginal, que albergar la expresión más noble de los ciudadanos a través de actividades colectivas enriquecedoras de la cultura de Madrid?

Hace unos meses escribí un artículo titulado OKUPAción y autogestión, en el que justificaba y defendía a los colectivos ciudadanos que se agrupan para poner en marcha lo que denominan, pienso que acertadamente, centros sociales autogestionados. Una red ya está establecida en Madrid, con distinto carácter y contenido, pero con una finalidad común: aglutinar a los ciudadanos de cada barrio para promover juntos, activistas, vecinos y asociaciones de distinto tipo, actividades lúdicas, culturales, deportivas o docentes. Impulsar múltiples actos de convivencia, debate y participación en asuntos que atañen al conjunto de la ciudad. Actividades políticas, en el mejor sentido de la palabra. Actividades abiertas, sin discriminación alguna, a los habitantes de amplias zonas de la ciudad. En nada semejante a clubs u organizaciones cerradas y exclusivas. Por el contrario, espacios comunes con vocación de convocar y albergar a personas de diversa ideología, religión o raza, con la única exclusión de los fundamentalistas violentos de cualquier signo.

Ejemplos como Patio Maravillas, La Traba, Campo de Cebada, Tabacalera y muchos más, dispersos por el territorio madrileño, han constituido focos de actividad colectiva revitalizadores del tejido social y físico de la ciudad. Lugares de convivencia pacífica donde expresar la fiesta, el pésame o la protesta frente a los poderes públicos, reclamando medidas para resolver los problemas del barrio, de la ciudad o del país entero. Actividades no regladas que vienen a completar y enriquecer la red de equipamientos institucionalizados. Actividades que hacen visibles las ansias y los temores de los ciudadanos.

Una de las demandas más reiteradas y necesarias para la consolidación tranquila en el tiempo de estos colectivos es disponer de un espacio, unos locales, en los que albergarse y desarrollar sus programas con dignidad, confort mínimo y permanencia. Siempre con la imprescindible ayuda municipal para la dotación de los servicios básicos (luz, agua…). Más aún, con la simpatía y complicidad del Ayuntamiento, una vez evaluados los fines y la solvencia de los promotores de estos nuevos espacios.

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Hoy, con el nuevo Ayuntamiento se abre un horizonte esperanzador para estas formas de autoorganización que vienen a vitalizar la vida de los ciudadanos, la convivencia democrática.

Frente a esta voluntad de nuestra Alcaldesa se levantan voces puritanas y cínicas, defendiendo la propiedad sagrada de los suelos y edificios municipales, cuando en los últimos decenios el gobierno del PP los han malvendido a todo tipo de inversores, incluidos fondos buitre

Leo con satisfacción y esperanza, y estoy seguro que así las leen los colectivos de Madrid, las palabras de Manuela Carmena con las que anuncia la búsqueda de locales de titularidad municipal, desocupados y sin un proyecto definido para un futuro a corto o medio plazo, para permitir que en ellos se puedan instalar, de forma temporal o permanente, los distintos centros sociales autogestionados, alojados hoy de forma precaria y con la amenaza constante del desalojo. Un desalojo que conlleva la frustración de muchos esfuerzos y esperanzas puestos en cada iniciativa ciudadana.

Frente a esta voluntad de nuestra Alcaldesa se levantan voces puritanas y cínicas, defendiendo la propiedad sagrada de los suelos y edificios municipales, cuando en los últimos decenios el gobierno del PP los han malvendido a todo tipo de inversores, incluidos fondos buitre. Voces beatamente escandalizadas cuando acusan a estos colectivos, como ha hecho Esperanza Aguirre refiriéndose a Patio Maravillas, de organizarse en torno a “la cerveza y el alcohol”.

La tan predicada participación ciudadana puede tomar cuerpo y hacerse realidad al formalizar y mantener en el tiempo una leal colaboración entre el Ayuntamiento y las asociaciones ciudadanas, agrupados en torno a un proyecto común que hará más rico a Madrid.

Para empezar, ahí está el Mercado de Legazpi. Un magnífico edificio subutilizado y maltrecho, para el que el Espacio Vecinal Arganzuela (EVA) propuso al anterior gobierno municipal, presidido por Ana Botella, la cesión temporal de parte del edificio, presentando un programa pormenorizado de los contenidos, junto con el compromiso de responsabilizarse de la autogestión tanto del espacio físico como del conjunto de las actividades que en él se desarrollen. Un caso concreto que podría hacer visible, más atractivo y creíble el magnífico anuncio de la Alcaldesa.

¿Qué mejor destino pueden tener los edificios municipales olvidados, en desuso o con un uso marginal, que albergar la expresión más noble de los ciudadanos a través de actividades colectivas enriquecedoras de la cultura de Madrid?

Hay nuevas formas de entender y gestionar la ciudad más allá de la ley del mercado o de la presencia exclusiva de las administraciones públicas. Nuevas iniciativas, nuevos contenidos, que responden a nuevas aspiraciones cívicas para las que, ahora sí, el partenariado “público-privado”, la colaboración entre Ayuntamiento y asociaciones ciudadanas, pueden constituir un instrumento adecuado y eficaz.

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Okupas y activistas como revitalizadores del tejido social y físico de la ciudad